Signo de los tiempos. En las redes sociales, la política por la foto muere
El líder mide su popularidad no por las fotos propias sino por las que otros publican abrazando su persona
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La vanidad siempre caracterizó a las cortes. Los museos están llenos de aristócratas presuntuosos que posaban días enteros para dejar su retrato a la posteridad. La política se inmortaliza hoy en las redes sociales, diferenciándose de los rostros corrientes que inundan esas galerías populares en frecuencia y poses. La clase política no publica esas selfies torpes, tomadas con la distancia que permite el brazo. A lo sumo publica esas falsas selfies donde el secretario de prensa captura el espacio cedido en campaña electoral a las selfies de personas corrientes.
La mayoría son fotos para ratificar la pertenencia a la casta. Como los piqueteros que reportan su asistencia a la marcha para no perder el mendrugo que concede el puntero, la política se fotografía, militando las ventolinas de esa intemperie hipócrita donde se monta el espectáculo político del día. Mientras hacen como que los actos proselitistas cumplen los protocolos de distanciamiento, la vanidad cortesana se apura a publicar imágenes de funcionarios amontonados que desmienten la transmisión oficial. Si el pez muere por la boca que muerde el anzuelo, la política se atraganta con las sonrisas que comparte con impunidad en Instagram.
Los cortesanos renacentistas fueron retratados por la literatura y el cine con su obsecuencia de peluca blanca y motivos oscuros. Las cortes contemporáneas se exhiben a sí mismas con tintura peronista y motivaciones obvias. Su genuflexión hacia el líder consiste en escuchar los sermones electorales, sentaditos en el equilibrio inestable de las sillas plásticas alquiladas. Si el súbdito ofrece como prenda de lealtad ese momento en que el rockstar gubernamental desciende del escenario y concede alguna foto-yo con la hinchada, el líder la exhibirá como prueba de notoriedad.
El líder mide su popularidad no por las fotos propias sino por las que otros publican abrazando su persona. Su impopularidad empieza a delatarse cuando circulan imágenes inconvenientes que sueltan quienes antes se jactaban en privado de la foto que hoy los avergüenza. Siempre fue así. La novedad que trae la foto de los festejos de la primera dama es que rompe esa pared con la que el palacio ocultaba su impunidad.
Si no fuera que la foto de la señora Yañez es al cuadro Las meninas lo que un electrodoméstico europeo a otro ensamblado en Tierra del Fuego, casi podríamos establecer algunas analogías en esos dos retratos cortesanos. El cuadro de Diego Velázquez subvirtió en el siglo XVII la perspectiva de la representación de los reyes, a quienes saca de la pose mayestática para mostrarlos en la intimidad de palacio. Justo lo que revela la foto presidencial. En cambio, la presencia del retratista Velázquez que se impone a los monarcas desdibujados en un espejo trasero contrasta con el anonimato del fotógrafo de Olivos. Incógnita solo superada por la que despierta ese papel secundario que asume el presidente en el posado y en su responsabilidad en un evento por él mil veces prohibido.
Aquel famoso cuadro no pasó a la historia con el nombre de inventario La familia de Felipe IV sino por Las meninas en alusión a las cortesanas que rodeaban a la infanta Margarita, en el centro de la escena con el perro imperial. Esta fotografía pasará a la posteridad por el nombre de la cumpleañera y los memes del can presidencial. En la pintura española son once personas y un perro, contando los reyes y el pintor. En la de Olivos son once, sin contar a la niña y al misterioso fotógrafo. Un número justo para una última cena, pero comprometedor durante la cuarentena.
También es novedad que la foto circulara mucho antes entre la ciudadanía que en los medios tradicionales, muchos de los cuales se autoperciben como convidados a las cortes.
También es novedad que la foto circulara mucho antes entre la ciudadanía que en los medios tradicionales, muchos de los cuales se autoperciben como convidados a las cortes. De la sociedad civil vinieron los listados de ingresos y la revisión de fotos de legisladores que mientras en Senado TV argumentaban que no estaban dadas las condiciones para sesiones presenciales, publicaban sin vergüenza imágenes de multitudinarias reuniones sociales. El festejo navideño en las redes sociales dio imagen tridimensional a los parlamentarios, durante un año planos en el cuadriculado del zoom en el que se escudaron para dictar las leyes de la pandemia.
Esta obsesión de la política por fotografiarse encima no se explica únicamente con el mito de Narciso, ese ser mitológico que se ahogó en su propio reflejo en el agua. Mejor lo hace Oscar Wilde, cuando describía cómo el soberbio Dorian Gray creía permanecer indemne al paso del tiempo mientras el cuadro que lo retrataba se descomponía. Al final, él tampoco pudo evitar la degradación horrible de su humanidad.
Analista de medios