Signo de los tiempos. En la política del siglo XXI, la tropa está en orden
Si ya no es posible impresionar a la población con la tropa agitando pancartas, que al menos quede en YouTube una prueba de que la militancia se mantiene disciplinada
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De la campaña se analizaron afiches, frases inconvenientes, redes sociales, publicidades. Especialmente esas que no ve nadie, excepto sus protagonistas (y los periodistas). Decían que el horario gratuito electoral garantizaba difusión equitativa para todos los partidos, pero lo que consiguieron es que reciban la misma indiferencia de la ciudadanía votante. Sin embargo, queda por debatir la ventaja que tienen los oficialismos de todo color al disponer de los actos públicos con que inauguran una cuadra de asfalto, cortan cintas de seda en dispensarios suburbanos o entregan una casa de un barrio en construcción porque las urgencias proselitistas no permiten el final de obra.
Como el instante de apertura de la puerta, canilla o secuenciador genómico es demasiado fugaz para el protagonismo que pretende el político en campaña, alargan la velada con un discurso alegórico. Pero lo que solía estar animado con banderas, cánticos y patriótico pogo hoy se cristaliza de sillas plásticas en geometría de distancia social, más parecida a las filas de espera de los vacunatorios conurbanos que a un entusiasta mitin político. Salvo por el hecho de que el verticalismo partidario es más estricto que los protocolos Covid y a ellos responde la distribución del funcionariado. Según marcan los estamentos de casta, candidatos funcionarios al frente; detrás, miembros destacados; en los márgenes, militantes en carrera hacia las primeras filas, para aportar el toque joven y popular.
El ardor de quien se aferra al micrófono recuerda a esos predicadores que repiten ante una grey atenta durante horas los mismos versículos del catecismo. Solo que los feligreses de los actos electorales escuchan aletargados la voz que desde el púlpito de aglomerado invoca una y otra vez el paraíso perdido y esperan las pausas para sacudir la modorra con un aplauso. Solo ahí las caras de piedra dejan de ser esos menhires impávidos a los vientos pampeanos que despeinan esas tinturas justicialistas y los ojos asoman detrás de las mascarillas desde donde sonríe el rostro impreso de los muertos que legaron el fanatismo o el poder.
La oposición no se animó a prescindir del todo de la ritualidad populista, aunque, más versátil a las tendencias new age, prefiere parques o clubes que facilitan que un corro rodee a la persona encargada de las palabras alusivas. Si hay horizontalidad, que se note. El oficialismo, persistente cultor de la old age, prefiere escenografías que eleven del piso al portador del micrófono para que la palabra descienda sobre la concurrencia. Que elevará, en gratitud, loas al milagro de la multiplicación de casas o vacunas o centros de estudio, dirigiendo a su santidad gubernamental el salmo “Viva Perón”.
En el siglo XXI, el coronavirus y las crisis transformaron las multitudinarias epopeyas en eventos insustanciales que sobreactúan para la cámara el protocolo Covid-19 mientras las fotos clandestinas muestran una realidad distinta de la que muestran las gacetillas oficiales
Quienes de pronto se topan con el evento en la televisión o en YouTube difícilmente distingan el acto de hoy del de ayer. Tampoco sabrán responder para qué los hacen. En la política del siglo XIX, la organización de desfiles y mítines servía para poner el cuerpo del líder en contacto con las multitudes. En el siglo XX, el contacto se desmaterializó a través de los medios de comunicación, que llevaban el mensaje político a las masas. La grandilocuencia se volvió esencial al mensaje de miren qué poderosos somos, miren cuánta gente juntamos, miren qué emocionante es ser parte de esto. La regla de la unanimidad que Jean Marie Domenach definió cómo un elemento de la propaganda servía al aparato político de instrumento de entusiasmo y terror al mismo tiempo. Para eso era necesario llevar el evento hacia toda la sociedad, como hacían películas como El triunfo de la voluntad, de Leni Riefenstahl, que expandían en tiempo y espacio la fatuidad de los actos del régimen nazi.
En el siglo XXI, el coronavirus y las crisis transformaron las multitudinarias epopeyas en eventos insustanciales que sobreactúan para la cámara el protocolo Covid-19 mientras las fotos clandestinas muestran una realidad distinta de la que muestran las gacetillas oficiales. Imposible retacear ese premio consuelo de la feligresía que fue por mística y que quizá se vaya sin una beca, un plan o la “qunita” que convocaba el encuentro. ¿Cómo negarles una selfie?
La política pop no abandona su pretensión de rockstar aclamada por multitudes ni con cien mil muertes registradas. Solo que por ahora se resigna al monólogo de stand up con aplausos sincronizados en que se han convertido los actos políticos en la pandemia. Si ya no es posible impresionar a la población con la tropa agitando pancartas, que al menos quede en YouTube una prueba de que la militancia se mantiene disciplinada.
Analista de medios