Signo de los tiempos. El mito de la vacuna votante y la confusión de la política
Si bien la la vacunación tiene un papel protagónico, no ayuda a revertir la mala imagen de ciertos presidentes latinoamericanos
- 4 minutos de lectura'
Algunos países están cerrando la primera temporada de pandemia con un esperanzador “Y vivieron felices”. No es el caso argentino, que, como los malos programas de televisión, estira los episodios hasta agotar la atención del público que no resiste otro “Continuará” más, así sean anuncios de restricciones o de vacunas.
La política suele copiar esos espectáculos televisivos que apuestan a romper el rating con el lanzamiento sabiendo que el programa diario tendrá una modesta audiencia. Para los guionistas de la política pop, lo importante es el anuncio fotogénico, porque esas primeras imágenes persistirán más que el seguimiento de los resultados. En esa lógica, el relato admite un anuncio de diez millones de vacunados para una fecha en que las vacunas ni siquiera se habían fabricado. Como las promesas no son chequeables, son esenciales en el guion de cualquier mito. Total, si resulta que esos diez millones fueron, seis meses después, dos millones con las debidas dosis, los guionistas pensarán en un mito reemplazante. El último en su pantalla amiga dice que la pesadilla pandémica tendrá un final feliz en el que toda la población estará vacunada y el oficialismo ratificará el rumbo con un triunfo en las legislativas que preparará, por fin, una próxima temporada pródiga de “Sucesos argentinos”.
En el mito del gobierno pandémico, la vacunación tiene el papel protagónico. Muchos líderes quieren ser el centro de esa escena en que la vacuna es el bote salvavidas que nos devuelve del naufragio a las costas de la normalidad. Lástima que ese guion no funciona para todos los países, especialmente este en que la población se siente en la cubierta del Titanic.
En el mito del gobierno pandémico, la vacunación tiene el papel protagónico. Muchos líderes quieren ser el centro de esa escena en que la vacuna es el bote salvavidas
Si la gestión de pandemia admitiera esta metáfora cinematográfica y los índices de aprobación presidencial fueran el parámetro de taquilla, podría decirse que apenas dos miniseries latinoamericanas son un éxito de audiencia. Solo los presidentes de México y Uruguay arañan el 60% de imagen positiva, según el estudio Imagen del poder que compila 75 mediciones de opinión pública. Pero con campañas sanitarias dispares: si para mediados de mayo uno de cada diez mexicanos tenía vacunación completa, Uruguay triplicaba ese registro, según cifras de Our World in Data. Brasil tiene casi el mismo porcentaje de población inmunizada (8%) que México y es el país de Latinoamérica con más fabricación de vacunas. Pero Jair Bolsonaro tiene el 50% de desaprobación, cercano al 52% de imagen negativa que comparten Iván Duque y Alberto Fernández, con la mitad de población vacunada que Brasil (Colombia, 5,6%; Argentina, 4,3%).
Si hace falta un ejemplo más para confirmar que el mito de la redención por la vacuna no estaría funcionando, está el caso de Chile. Es el país con más población completamente vacunada (39%) de la región y el segundo del mundo, después de Israel (59%). Sin embargo, este éxito no revirtió la mala imagen de su presidente (74% negativa), ni evitó la derrota electoral para los constituyentes. Así de ingrato es el público de la saga de la vacunación. Si no, pregúntenle a Donald Trump que, sin resignarse a soltar el cargo, sigue reclamando el agradecimiento por las vacunas estadounidenses sin lograr que alguien vuelva a aquella temporada prepandemia, tan interesante es esta que transcurre en tiempo real. A quienes pueden turistear unos días en Nueva York o Miami para vacunarse no parece importarles si tienen que agradecer la vacuna a Biden o a Perón.
Chile demuestra que la desafección emocional a un presidente no se revierte con las vacunas, de la misma manera que México muestra que el blindaje afectivo inmuniza de los errores con el coronavirus.
Hay países con una pésima campaña sanitaria y otros con resultados evidentes. Hay presidentes con moderada imagen y otros, con muy mala. Pero es imposible concluir que una determina la otra. Chile demuestra que la desafección emocional a un presidente no se revierte con las vacunas, de la misma manera que México muestra que el blindaje afectivo inmuniza de los errores con el coronavirus. Que analistas y funcionarios insistan en poner en la vacuna tanta expectativa es parte de la ficción política que confunde gestión con relato.
La excepcionalidad de la pandemia no funciona como coartada para excusar fracasos ni como salvoconducto para ganar elecciones. Mientras la investigación médica aún no es concluyente en cuanto a los resultados de inmunización y contagio, la industria de la política ya decretó, sin evidencias, que la vacuna inmunizaría de fracasos electorales en todos los casos. Pero ya sabemos del riesgo de confundir campañas sanitarias con campañas políticas: al final, ni se cuida la salud ni se evita la derrota.