Signo de los tiempos. El cuarto poder cuando no funcionan los otros tres
El periodismo puede elegir seguir batallando con la elite en el poder o recuperar la confianza de la inmensa mayoría que está hoy conversando por su cuenta
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El periodismo cultiva los lugares comunes. Entiende que en esos consensos cristalizados se junta audiencia suficiente como para justificar un espacio en algún medio. El sentido común resulta muy confortable. La repetición de frases hechas, efemérides o invitados a la tertulia parece acotar el margen de error que conllevaría probar algo nuevo. Hasta que un día, alguien golpea la mesa en lugar de decir gracias por la invitación y, de pronto, la posición del entrevistado díscolo parece tener más apoyo popular que el guion periodístico tantas veces probado.
El episodio podría ser un escándalo televisivo más si no fuera un indicador de que el periodismo ya no es percibido por sus audiencias tal como que se autopercibe. Viejas etiquetas que se usaban como señas de identidad ya no se adhieren a la profesión que designan.
Eso del cuarto poder, por caso, es hoy una metáfora gastada, que viene del siglo XIX cuando muchas naciones sentaban sus bases constitucionales y el periodismo era imaginado como guardián de los poderes republicanos.
Eso del cuarto poder, por caso, es hoy una metáfora gastada, que viene del siglo XIX cuando muchas naciones sentaban sus bases constitucionales y el periodismo era imaginado como guardián de los poderes republicanos.
En el siglo XXI es difícil pensar en un cuarto poder cuando no funcionan los otros tres. De 167 países analizados por el Democracy Index 2021de Economist Intelligence Unit, solo 74 tenían sistemas democráticos. En Latinoamérica apenas Uruguay y Costa Rica pueden ser considerados democracias plenas. Once países tienen democracias imperfectas, como la Argentina, y otros once evidencian autoritarismos en grados que van desde el régimen híbrido de El Salvador hasta Venezuela como caso más extremo. Cuando la dirigencia propone como diagnóstico “la insatisfacción democrática”, suenan las alertas porque lo opuesto a ese concepto parece ser la satisfacción autoritaria.
El cinismo ilustrado recurre a la metáfora de cuarto poder para señalar al periodismo como oponente de un gobierno que siempre es autocrático, porque los democráticos no consideran a la prensa un enemigo. Este papel sirve a ciertos empresarios para ganar ascendente o algunos periodistas que suponen que esa batalla los enaltece. Pero no sirve a los periodistas que cubren guerras reales y enfrentan impedimentos al hacer migraciones con chaleco antibala porque la regulación argentina lo considera un arma de guerra y no una herramienta de trabajo imprescindible en territorios en conflicto. No hay batalla posible para el periodista que va tan desarmado que ni siquiera cuenta con una categoría impositiva que reconozca la actividad periodística tal como la ejerce la mayoría de reporteros, fuera de los privilegios de una ley profesional de 1944, cuando ni siquiera había televisión.
El último informe de Varieties of Democracy estimó que el porcentaje de la población mundial que vive en regímenes autocráticos pasó de 5% a 36% entre 2011 y 2021. En esa década los países que padecen severas restricciones a la libertad de expresión pasaron de 5 a 35. La peor caída la registra Latinoamérica y el Caribe. Y que sea pésimo contexto para ejercer periodismo lo confirma Reporteros sin Fronteras, que lleva contabilizadas en 2022 más asesinatos de periodistas en la región (9) que en la guerra de Ucrania (7).
Las autocracias, que no reconocen más poder que el propio, dejan al periodismo un rol de distribuidor de ese autorretrato con filtros que llaman información oficial. Ese periodismo instrumentalizado no excluye un periodismo profesional, aunque lo arrastra en su descrédito.
La novedad es que el periodismo ya no es el único actor con capacidad de hacer público algo que la sociedad necesita conocer. Durante más de un siglo se consideraba que lo visible era lo publicado en los medios. Pero publicar no solo se relaciona etimológicamente con publicación y publicidad, sino también con populus, pueblo, república, palabras que refieren lo que es de todos.
Mientras los medios y el periodismo tuvieron ese privilegio de la difusión, la opinión pública coincidió con la agenda publicada. Pero las tecnologías de la conversación habilitaron voces que no piden permiso a un editor responsable con un vigor que hicieron crecer la participación ciudadana desde 2008 según el Democracy Index. Mérito no menor cuando caen las otras variables que definen a las democracias como el pluralismo electoral, las libertades civiles, el funcionamiento del gobierno o la cultura política.
Frente a un gobierno que disciplina dosificando pauta, insultos, o simplemente información, el periodismo puede elegir seguir batallando con la elite en el poder para quienes nunca es suficientemente benévolo el retrato que hace la prensa. O recuperar la confianza de la inmensa mayoría que está hoy conversando por su cuenta.
Analista de medios