Signo de los tiempos. Defensa del buen talante contra la indignación
Elegir la hostilidad a la cordialidad no es solo una cuestión de bienestar personal: es una elección entre contribuir a la fractura del tejido social o dar principio a su restauración
- 4 minutos de lectura'
Hace unos días alguien que no conozco me pidió públicamente, con ese descaro que habilitan las redes sociales, que le dijera a una periodista amiga que dejara de reírse en televisión. Aunque evito decir a nadie lo que tiene que hacer, contesté que podría animarme a aconsejar a alguien que deje de quejarse, pero no encuentro razón para decirle a alguien que deje de sonreír.
Más allá de la anécdota, el mensaje hablaba de un clima social que refracta la sonrisa y los buenos modales y los considera incompatibles con la presentación de noticias.
La anécdota me ocurrió mientras pasaba una temporada en otro país donde tuve que trabajar, lidiar con trámites corrientes, hacer las compras cotidianas. Ahí comprobé que hay grandes ciudades donde la mayoría de la gente habla animada en las calles, saluda cuando paga el boleto o la compra, pasea despreocupada por las plazas.
Al volver, reencontré multitudes de sonrisa escasa y una metrópoli donde el trato cordial viene casi siempre con una tonada de migrantes latinoamericanos. Lo subversivo de viajar delata que el normal nacional no es normal en otros lados.
No se trata de medir el nivel de sonrisas en el espacio público desde mi personalísima mirada, sino de pensar por qué, para tanta gente, la indignación se volvió un estado aspiracional que se ejerce con la superioridad moral de quien diagnostica y descalifica a los demás.
Su expresión, la queja, genera complicidad y acomoda a quien la expresa en el lugar de víctima que da lecciones, siempre más confortable que el de responsable.
La queja indignada es, además, un ejercicio igualador, al alcance tanto del taxista que expresa su furia como descarga de la larga jornada en coche, como del político millonario, que hace de la indignación por el capitalismo global la fachada en la que esconder su plutocracia de cabotaje.
Es el malestar del vagón abarrotado que estalla con un carterista o la demora del tren, lo que ocurra primero, o en la fila de pasajeros que vuelven de sus soñadas vacaciones en el extranjero.
La moral de un grupo se aprecia más en aquello que lo mantiene unido que en el trato que dispensan a los demás, plantea Pablo Malo en su libro Los peligros de la moralidad. Señala también que una regla presente en la mayoría de las filosofías y religiones es tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran.
Qué extraña reciprocidad es aquella que empieza con un rictus enojado, con la competencia de ver quién está más indignado.
Sin embargo, la rabia es una emoción intensa pero efímera. Nadie puede estar indignado demasiado tiempo. Por eso, la negatividad en las noticias deja el regusto de que la audiencia nada puede hacer al respecto. Ahora que la atención de las noticias se mide en tiempo real se sabe que el malestar ni siquiera es lucrativo para las noticias porque es una de las primeras causas para el abandono de la información.
De hecho, el Estudio mundial de la felicidad de 2021 encontró que las emociones positivas son tres veces más frecuentes que las negativas, incluso durante la pandemia. El informe encontró que las personas con altos niveles de confianza social e institucional eran más felices que las que vivían en entornos menos confiables.
En cambio, la alegría es una sensación en la que quisiéramos permanecer.
De hecho, el Estudio mundial de la felicidad de 2021 encontró que las emociones positivas son tres veces más frecuentes que las negativas, incluso durante la pandemia. El informe encontró que las personas con altos niveles de confianza social e institucional eran más felices que las que vivían en entornos menos confiables. Los países más felices son también los países más prósperos, pero sería errado limitar la felicidad a una correlación con el producto bruto interno.
De hecho, los estudios que intentan determinar la felicidad nacional agregan al económico otros factores como apoyo social, libertad para tomar decisiones de vida, generosidad, corrupción percibida y las emociones recientes.
Varios estudios confirman los beneficios de la alta confianza especialmente para aquellos países en condiciones de adversidad, como problemas de salud, desempleo, bajos ingresos y calles inseguras.
Es decir, que puede pensarse la actitud positiva no como una consecuencia de las condiciones sociales propicias sino como un factor que ayuda a revertir las adversas.
Elegir la hostilidad a la cordialidad no es solo una cuestión de bienestar personal: es una elección entre contribuir a la fractura del tejido social o dar principio a su restauración. Podemos perder la vida esperando que la solución de los problemas estructurales nos devuelva la sonrisa. O recuperar la alegría que aglutine una comunidad virtuosa donde empezar la reconstrucción que no puede esperarse de arriba, porque siempre empieza desde los cimientos.