Si todo se llama Néstor suena la alarma
E s algo, penosamente, usual en la historia del peronismo: cuando entra en su fase rancia suele caer en el imperdonable pecado de la soberbia patológica, en su formato más primitivo: la autoalabanza desmedida, la cerrazón a opiniones de terceros, la terquedad de creerse los mejores del mundo y el pensamiento obsesivo de que quienes no le dan la razón en todo son sus peores enemigos. Expuestos a la lisonja continua, los peronistas no se dan cuenta de que pierden reflejo crítico y sutileza, cometen gruesos errores y se vuelven más intolerantes, caprichosos e impacientes.
Se vio en la semana que pasó: como les sucedió cuando perdieron la votación en el Congreso por la resolución 125, hace cuatro años, volvieron a estrellarse contra su propia intransigencia infantil tras meses y meses de prometer y fabricar un ilusorio 7-D inolvidable y cinematográfico. Sobrevenden tan histriónicamente determinadas situaciones, que, cuando las cartas no les vienen a su favor y pierden la mano, la pesadumbre se transforma en mal humor y movimientos bruscos. Arreglar el desaguisado con premura implica mayores desgastes, más fallidos pasos de comedia y peligrosos barquinazos que, en este caso, ponen en grave riesgo la indispensable independencia de poderes de la democracia.
En un gobierno de puertas cerradas, el aire no circula bien y se enrarece. Aquel que no asiente con docilidad es sospechado y el que piensa distinto es directamente un apátrida. La ausencia del rico ejercicio del disenso con terceros es usualmente reemplazado con el exacerbado ensalzamiento de los ídolos propios a un punto paródico de no retorno, que causa entre hilaridad y espanto en los que no pertenecen a la selecta cofradía del poder.
Como si ya no fuesen suficientes las rutas, calles, plazas, autopistas, torneos de fútbol y edificios de universidades que llevan el nombre de Néstor Kirchner, días atrás se descolgó la legisladora del Frente para la Victoria María del Carmen Pan Rivas, en la Cámara de Diputados bonaerense, con un increíble proyecto que pretende imponer el nombre del mencionado ex presidente a todas aquellas escuelas primarias, secundarias y jardines de infantes de esa provincia que carecen de alguna denominación. Aunque una sabia norma vigente dispone que deben pasar diez años desde la muerte de la personalidad que se pretende homenajear, la diputada considera que en este caso debe hacerse una excepción. Los diez años parecen un plazo prudente para enfriar los espíritus de aquellos oportunistas que quieren lucirse en una coyuntura determinada y que el paso del tiempo puede volver del todo anacrónica. ¿Dónde quedaron, por ejemplo, los "próceres" del menemismo que no supieron reciclarse en el kirchnerismo gobernante?
En los regímenes autoritarios suele estar más marcada esta vocación por la rendición incondicional de honores a perpetuidad a tal punto que se levantan estatuas de sus salvadores hasta casi minutos antes de que sean volteadas y arrastradas por sus detractores, cuando los vientos huracanados de la historia se los lleva puestos.
En noviembre último, los ministros Alberto Sileoni y Alicia Kirchner inauguraron la biblioteca Presidente Néstor Kirchner en la villa 31 bis y hace unas pocas horas el primero se enojó con Clarín porque el Enemigo Público N° 1 del Gobierno había informado que el Ministerio de Educación distribuirá en los colegios cuadernillos sobre cómo enfrentar la pobreza y la desigualdad, donde se exaltan las políticas implementadas en tal sentido por el kirchnerismo.
La obsecuencia impone sus homenajes como una imparable epidemia que pretende neutralizar cualquier mínima disidencia.
Marcó el camino, en tal sentido, el primer peronismo que rebautizó a la provincia de La Pampa, a la ciudad de La Plata y al año parlamentario de 1952 con el nombre de Eva Perón, y a la provincia de Chaco, con el de Presidente Perón, condecorados respectivamente como "jefa espiritual de la Nación" y "libertador de la República". Por entonces, Héctor J. Cámpora presentó un proyecto que, de haber sido sancionado, habría dotado a cada plaza de todos los pueblos del país de una estatua de aquellos líderes fundacionales del PJ.
Tal endiosamiento de esos personalismos, lejos de fortalecer a ese régimen, terminó anquilosándolo, perdió músculo, se volvió fofo y una caricatura de sí mismo. El gobierno de facto que lo arrasó cometió un error garrafal al llevar el péndulo hacia el otro extremo: mediante el decreto 4161 pretendió borrar de la faz de la Tierra todo vestigio de peronismo al prohibir siquiera mencionar a sus líderes. El efecto fue contraproducente: la censura y las proscripciones que se le impusieron por muchos años al principal movimiento político de la Argentina, al escatimar algo apreciado por muchos, le devolvió la lozanía perdida.
El kirchnerismo pasará a la historia por sus realizaciones y polémicas legítimas. Autoelogiarse sin límite es sólo una manera de enmascarar su inmenso terror a que asome en el horizonte algo que lo supere y a que tantas cosas que hoy se denominan "Néstor Kirchner" sean rebautizadas inevitablemente con otros nombres cuando este tiempo político sea tan sólo un recuerdo.