Si no fortalecemos la educación, aumentará la pobreza
En este siglo caracterizado por los avances científicos y tecnológicos, el futuro de cada nación estará determinado por la calidad y la extensión de su sistema educativo; es indispensable asumir esta realidad
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Nos podemos interrogar sobre cuál será nuestro futuro y cómo estaremos ubicados en el año 2050 en el concierto internacional de las naciones. Esta pregunta fue contestada en general, hace unos años, en un estudio de una universidad en Alemania que sostenía lo siguiente: “Si usted quiere saber dónde estará ubicado su país a mediados de este siglo, no se pregunte si tiene minería, petróleo, gas, tierra arable, recursos forestales o marítimos, simplemente averigüe cuánto saben al día de hoy sus adolescentes de 15 años de edad”. En este siglo XXI, caracterizado por los grandes avances científicos y tecnológicos, el futuro de cada nación estará determinado por la fortaleza de su sistema educativo en cuanto a su extensión y calidad.
Es útil prestar atención a cuál es el actual nivel educativo de nuestros adolescentes. Comencemos por conocer cuántos de nuestros adolescentes terminan hoy la escuela secundaria a la edad correspondiente. En nuestro país, a la edad correspondiente se gradúan en el nivel secundario escolar menos de la mitad.
La información correspondiente a la graduación universitaria en nuestro país, comparada con nuestros vecinos (Chile y Brasil), es un tema de la mayor importancia cuando se considera el ritmo de acumulación de capital humano altamente calificado en estos países, porque el progreso económico de una nación ya depende crucialmente del nivel educativo de su población. La graduación universitaria es un factor de la mayor importancia sobre todo por el acelerado avance en los conocimientos científicos y tecnológicos. La realidad indica que tenemos, en proporción a la población, muchos más estudiantes universitarios que nuestros dos países vecinos. Pero la graduación universitaria es muy baja en nuestro país, ya que apenas llega a un poco más de la mitad de la graduación de nuestros vecinos. La explicación de esta aparente contradicción radica en la escasa cantidad de graduados en proporción a la cantidad de ingresantes que nos caracteriza.
Nuestros vecinos gradúan alrededor del doble de alumnos ingresantes que nosotros. No es fácil explicar estas aparentes inconsistencias. No obstante, es importante prestar atención a que los sistemas de ingreso a la universidad en nuestro país son totalmente diferentes a los de nuestros vecinos. Tenemos ingreso irrestricto determinado por ley (pocos países en el mundo comparten este régimen). Pero al mismo tiempo tenemos muy pocos graduados. Por su parte, nuestros vecinos tienen exámenes generales de graduación secundaria (el ENEM en Brasil y la PAES en Chile). La graduación universitaria se fortalece cuando ingresan los estudiantes secundarios bien preparados, especialmente en el último año del secundario. Esta preparación naturalmente tiende a reflejarse en una mayor graduación final. Por el contrario, nuestros estudiantes secundarios no tienen incentivos para mejorar su nivel educativo.
Si continuamos con esta escasa graduación universitaria, no será fácil nuestro futuro desarrollo económico y social. En este siglo no se crece gracias a los recursos naturales, sino a la acumulación de capital humano altamente calificado. Es indispensable asumir y enfrentar esta realidad, para lo cual deberemos asegurar en los próximos años la universalización de una escuela secundaria de calidad para todos. ¿Es posible esto? Claro que sí, pero exige una firme voluntad política y un claro apoyo de la opinión pública. Lo que está en juego es el futuro de nuestros adolescentes de hoy, por eso vale la pena el esfuerzo.
Nos debe preocupar el creciente rezago evidenciado en las pruebas internacionales, en las que hemos visto cómo países que hasta hace algún tiempo nos reconocían como vanguardia educativa en la región hoy nos superan claramente. Nos debe preocupar cómo hemos llegado a prescindir de una herramienta clave para construir un futuro para todos los argentinos. La educación nos debe importar primordialmente a todos, ya que su situación actual conspira contra la posibilidad de desarrollarnos en forma integral. Para convertirnos en sujetos realizados en una comunidad realizada en plenitud, el capítulo educativo debe ser encaminado sin demora hacia nuevos destinos.
El acelerado avance tecnológico crea vínculos hasta ahora inexistentes entre todos los pueblos del planeta y a la vez nos somete al riesgo de que dichos desarrollos terminen ahondando, en el frente interno, la división entre quienes pueden aprovechar los cambios para afianzar su situación cultural, social, económica y política, y aquellos que no tienen acceso a estos. A medida que progresa el siglo la educación aparece como una de las preocupaciones esenciales que se debe plantear el mundo acerca de su propio futuro.
Combatir la pobreza, alcanzar un desarrollo sostenible, permitir que los avances tecnológicos se difundan por todas las sociedades son tareas que una población no educada no podrá asumir. Es evidente la gran importancia que tiene el nivel de conocimientos de la población en el progreso económico, por esta razón es preocupante reconocer que la escuela argentina ha dejado de ser la escuela modelo a ser imitada, como lo había sido por muchas décadas en América Latina desde fines del siglo XIX.
Está aumentando aceleradamente la demanda de trabajadores con mayor preparación educativa. Esto significa que la educación es hoy un factor clave para el crecimiento del empleo y de la calidad de vida futura de las sociedades. El nivel educativo terciario se está transformando en el piso establecido por la mayoría de las empresas modernas para el reclutamiento de su personal. Las evidencias confirman este hecho, el Indec informa repetidamente que el desempleo afecta principalmente a quienes no accedieron a la graduación universitaria, ya que estos graduados son los menos afectados por el desempleo.
Además de aportar al desarrollo y al crecimiento del hombre, la educación cumple el papel crucial para la sociedad de contribuir en forma decisiva a la reducción de la pobreza. Definitivamente, la educación es la condición necesaria, pero, seamos claros, no suficiente, para acabar con la pobreza y la exclusión social. Además, sin una buena e inclusiva educación, es difícil preservar la seguridad ciudadana, ya que existe una evidente correlación entre deserción escolar y delincuencia prematura juvenil. Cuando la ley 1420 hizo obligatoria la escuela primaria en 1884, se fortaleció considerablemente la escolarización; ahora en este siglo se hizo obligatorio el nivel secundario, pero aún son escasos los resultados.
Es ya la hora del crecimiento económico inclusivo que reduce la pobreza, garantiza la equidad entre generaciones y asegura las libertades económicas. Sin educación para todos, todo esto será una ilusión. Pero no solamente es importante la educación como un factor fundamental desde el punto de vista económico y social, ya que como decía Gilbert K. Chesterton: “La educación es el alma de una sociedad que se transmite de una generación a otra”.
Academia Nacional de Educación - Universidad de Belgrano