Si gana, ¿podrá Scioli garantizar la gobernabilidad?
Resulta una incógnita la forma en que el oficialismo, de ganar las elecciones, saldará la disputa de poder entre su candidato y el kirchnerismo saliente, así como la magnitud del costo que esto supondría para el país
Ver para creer: el cerco de Cristina Kirchner y sus partidarios para condicionar al candidato presidencial del oficialismo, Daniel Scioli, pone en duda uno de los atributos que hasta hace poco identificaban al peronismo: su capacidad para gobernar la Argentina. En otras palabras, si gana las elecciones, algo que todavía está por verse, ¿podrá Scioli tomar decisiones sobre el cepo cambiario, las retenciones y el gasto público o tendrá que consultar su agenda de gobierno con Cristina o su delegado en la fórmula, Carlos Zannini?
Y si ése es el panorama, ¿aceptará Scioli mansamente esa situación o tratará de imponer su autoridad presidencial, que habrá sido legitimada por el voto popular? ¿Quién vencerá esa disputa? ¿Cuánto tiempo durará y qué armas (en sentido figurado) usarán? ¿Cuál será el costo para el país?
Puede ser que Scioli se resigne a ocupar un lugar secundario, algo inédito en el peronismo, donde el presidente siempre fue el líder partidario. En ese caso, el número uno no sería Scioli, sino una persona ajena a la fórmula elegida, Cristina Kirchner.
De todos modos, antes de llegar a esas instancias, Scioli tendrá que convencer de que podrá garantizar la gobernabilidad a una porción del electorado independiente. Son los votos que necesita para vencer la disputa, en primera o segunda vuelta.
Hasta ahora, la gobernabilidad era un tema resuelto para los herederos de Juan Perón. La gran crisis de diciembre de 2001 se había convertido en la última demostración de que este país sólo puede ser conducido por dirigentes forjados en esa escuela de poder en la que se ha convertido el peronismo.
Aquella crisis comenzó con el radical Fernando de la Rúa en la Casa Rosada y se cerró con la asunción del peronista Eduardo Duhalde. En el medio hubo otros tres presidentes peronistas, durante aquellos doce días en que la Argentina estuvo al borde del caos y de la anarquía.
De la Rúa renunció por varias causas. Según el ex presidente, la principal razón fue la presunta conspiración en su contra encabezada por sectores del peronismo vinculados con Duhalde, acusación que el ex gobernador bonaerense niega enfáticamente.
Más allá de si existió o no ese "golpe no tradicional" o "golpe blando", una causa de aquella caída que nadie discute es la falta de liderazgo político de De la Rúa. Él no conducía su propio partido y mucho menos la Alianza, una coalición del radicalismo con el Frepaso y otros partidos.
Tanto era así que dirigentes del Frepaso llegaron a aquel gobierno con un deseo similar al que, en otro contexto, explicitó tres meses atrás el dirigente kirchnerista Eduardo Jozami: que el presidente renuncie para que asuma el vice, Zannini; en la Alianza, recordemos, ese lugar lo ocupaba Chacho Álvarez. Al final, el que renunció antes fue Chacho Álvarez –reciclado luego como diplomático kirchnerista con despacho en Montevideo– en octubre de 2000.
El concepto es que en nuestro país el régimen político es fuertemente presidencialista; está centrado en la personalidad de quien ocupa el sillón de Rivadavia. Y esta característica es todavía más acentuada luego de que –con Duhalde primero y Néstor Kirchner después– la presidencia recuperó la autoridad perdida durante la crisis de 2001.
La Argentina actual surgió de aquella gran crisis. La presidencia es más fuerte, el país se ha vuelto más unitario y el Estado nacional domina la escena: las provincias ni siquiera han sido tenido en cuenta para completar las fórmulas presidenciales.
Hasta hace poco, la fórmula presidencial de una fuerza política nacional trataba de integrar a la ciudad de Buenos Aires y el conurbano con el interior. Pero Scioli hizo su carrera política en la Capital Federal, hasta que Kirchner lo hizo saltar a la provincia de Buenos Aires, donde fue elegido gobernador dos veces; Zannini no representa a ningún territorio, salvo la manzana de la Casa Rosada.
En Pro, Mauricio Macri es el jefe de gobierno porteño, también reelegido; la senadora Gabriela Michetti nació en el interior bonaerense, pero vive en la ciudad de Buenos Aires desde los 18 años. Una fórmula porteña, aunque no tanto como en el caso de que Macri hubiera concretado su deseo original de llevar como vice a Marcos Peña, uno de sus colaboradores de mayor confianza.
¿Dónde están los representantes de la "invencible" Santa Fe, la ilustrada Córdoba, la Entre Ríos de Urquiza y Ramírez, las históricas Salta y Tucumán (la cuna de Roca, Avellaneda y Alberdi, entre otros) y Mendoza, la capital de Cuyo? La situación se ha naturalizado tanto que ni siquiera se quejan los gobernadores ni los aspirantes a reemplazarlos.
Tenemos un Estado nacional con mucho dinero y lo gasta en forma discrecional, incluso pasando por encima de los gobernadores, en un trato directo y muy desigual con los intendentes.
Una anomalía también para las empresas privadas, cuyos negocios pasan a depender de una instancia política suprema. No basta que el management sea bueno y el contexto favorezca a una compañía determinada; el Estado –en nuestro país, el gobierno de turno– la puede arruinar, por ejemplo si no autoriza la importación de determinados insumos.
En este marco, el desafío de Scioli es convencer a la mayoría del electorado de que él será, realmente, quien tome las grandes decisiones. Scioli y sus discípulos confían en que, una vez en la Casa Rosada, con la chequera y la distribución de cargos podrán disciplinar al peronismo y acallar cualquier rebelión interna del kirchnerismo.
Quienes se oponen a Scioli tienen una opinión distinta: sostienen que no conviene votar por una candidatura que ha nacido tan débil y que no puede abandonar la tutela de Cristina ni asegurar la gobernabilidad.
Un argumento parecido al que solía utilizar el peronismo. En el pasado más bien remoto, porque en los últimos dos años se abrió una nueva oportunidad para el no peronismo, que ya no es impugnado desde el vamos con la acusación de que no sabe gobernar.
Pero el no peronismo carga con su cruz. En los últimos setenta años ningún presidente civil no peronista logró terminar su mandato: no pudo De la Rúa, que cayó cuando todavía le faltaban casi dos años para entregar la banda, pero tampoco Raúl Alfonsín, Arturo Illia y Arturo Frondizi.
Al final, buena parte de la disputa está girando en torno de quién puede gobernar este país desmesurado.
Editor ejecutivo de la revista Fortuna, su último libro es Doce Noches. 2001: el fracaso de la Alianza, el golpe peronista y el origen del kirchnerismo
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