Si está leyendo esto es que perdí
Todos los domingos a la noche, mientras todo un país debate si es o no penal para Boca o mientras usted se atraganta con la pizza al enterarse de que su hijo tiene que llevar dos planisferios N°5 al día siguiente, otros estamos abrazados a la ilusión. Son las diez de la noche y la última posibilidad para faltar al día siguiente al trabajo está ahí, delante de nuestros ojos, girando como una moneda en el aire.
Son las diez y cinco de la noche y Crónica TV corta su transmisión para darle paso a la señal de Lotería Nacional. Desde Santa Fe, dos presentadores dan la bienvenida al sorteo del Quini 6. En juego hay mil millones de pesos, algo así como dos millones y medio de dólares. Lo suficiente como para tomar la difícil decisión, en caso de salir ganador, de no levantarse al día siguiente para encarar en la Avenida General Paz la danza de primera, segunda, punto muerto, freno, bocina, primera, segunda, punto muerto, freno.
Son las diez y diez de la noche y el presentador le da pie al escribano, que pone en marcha la ilusión: “Comienza el sorteo”. Y ahí están girando las bolillas, una contra la otra, en una esfera gigante de acrílico, en un choque infernal de posibilidades que podría desembocar en una alegría pero también en el peor final. Porque el tema no es solamente ganar. No, el tema es si uno está preparado físicamente para ganar, si al ver los seis números alineados en pantalla el corazón podrá resistir la alegría o se detendrá al grito de: “¡Tu homebanking no está preparado para esto!”. Pero uno cree que sí, o al menos espera que sí, porque si con lo difícil que es ganar encima uno se muere, ahí las posibilidades de disfrutar el dinero se complican. El jugar compulsivamente es perjudicial para la salud, pero perder siempre es perjudicial para el bolsillo. Y eso nadie lo dice. Se juega 99% por el dinero y 1% por la plata. Y uno, que ha contado este sueño de ser millonario a amigos y compañeros de trabajo, con el tiempo aprendió que es mejor callar. “Mirá que no te depositan el total”; “Mirá que no te salvás con esa plata”. ¡Pero cómo no te vas a salvar con 2,5 millones de dólares! ¡Hasta el ministerio de Economía va a venir a pedirme unos mangos!
Son las diez y cuarto de la noche y sale la primera bolilla: “El 6″. Y la segunda: “El 7″. ¡Quién juega al 6 y al 7! Aparentemente alguien lo juega, porque la línea se completa y se anuncia: “Hay un ganador”. Y de fondo, en la realidad, se escucha un grito desenfrenado de gol que confirma que a Boca le dieron el penal. Y uno está derrotado, pero como lleva mucho tiempo en este baile ya conoce un patrón de reglas que se repiten en cada sorteo. Aquí algunas:
· Siempre gana alguien que no es uno.
· Si usted juega números salen letras.
· Ganar el sorteo es mejor que perder el sorteo.
Esta vieja tradición de querer hacerse millonario con la lotería se remonta a tiempos inmemoriales, cuando los primeros cavernícolas descubrieron que no querían levantarse al día siguiente a cazar mamuts. Los registros son borrosos pero se estima que aquellos hombres de la edad de piedra se dividían entre los que seguían el resultado del sorteo y los que debatían si era penal para Boca.
Hoy en día quedó solo una minoría abrazada cada domingo a las diez de la noche a la pantalla de Crónica TV, rezándole a los dioses de la timba, a los tótems del escolazo, envueltos en la esperanza de que los números se alineen. Todo para que al día siguiente la vida no lo encuentre a uno en la Avenida General Paz, haciendo la danza eterna de primera, segunda, punto muerto, bocina. Y todo con una sola pregunta en la cabeza: “¿Y si esta semana te toca a vos?”.