Si el liberalismo argentino todavía existe, más vale que se ponga en marcha
Como el viejo nacionalismo, como el peronismo más derechista, Milei piensa que el destino del país es restaurar la vocación cristiana de Occidente, redimirlo de los pecados de la modernidad secular
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Burro, burradas: ¿cuántas veces hemos oído al presidente Milei gritárselo a la cara a los desventurados de turno? Pues su discurso ante la ONU está tan lleno de burradas que parece escrito por un burro. Pero como no todos somos igual de vulgares, violentos y presumidos, me limitaré a un consejo: entre libro y libro de economía, lea algo de historia, de la buena. Evitará papelones. O podrá manipularla de forma menos burda.
Primera burrada: el gobierno argentino es un aliado de Occidente, dijo Milei. Y Occidente, precisó, son las democracias liberales. Excelente. ¡No más alianzas con regímenes impresentables! Luego increpó a las Naciones Unidas. No seré yo quien se inmole por ellas: son una burocracia cara e ineficaz que se ocupa de todo sin lograr hacer aquello para lo que fueron creadas: velar por la paz y la seguridad. Se consuelan fabricando planes faraónicos a menudo más útiles para sí misma que para el mundo. Entre ellos la Agenda 2030 contra la que Milei ha arremetido como un toro. Sólo hay un problema: ese programa al que acusa de “imponer una agenda ideológica”, ha sido aprobado por todas las democracias liberales occidentales. Hasta por Estados Unidos, aunque no le guste nada. ¿Entonces? ¿Con qué Occidente está Milei?
Segunda burrada: Milei aplica al mundo el esquema escatológico aplicado en casa. Cero originalidad. Éranse una vez las “verdaderas” Naciones Unidas. Gracias a ellas, dijo, “durante los últimos setenta años, la humanidad vivió el período de paz global más largo de la historia, que coincidió, también, con el período de mayor crecimiento económico de la historia”. El Jardín del Edén. Pero de repente se convirtieron en “un Leviatán de múltiples tentáculos”, en el vehículo de “un programa de gobierno supranacional, de corte socialista”. ¿Cuándo fue? “En algún momento”. Hasta que de las tinieblas surgió la “doctrina de la nueva Argentina”: léxico peronista, léxico mileista. Doctrina que, resulta, es “la verdadera esencia de la Organización de las Naciones Unidas”, la de los orígenes traicionados: el mito del eterno retorno, la utopía regresiva de los populismos. ¿Qué hay de malo en ello? Nada, salvo un detalle: que todas las democracias liberales de los “setenta años dorados” de la ONU eran variantes de la democracia cristiana o de la socialdemocracia. Todas eran, si se mide por la vara de Mieli, “basuras colectivistas”.
Va la tercera burrada: nos guste o no, las Naciones Unidas son el principal foro internacional para abordar los problemas globales. Los problemas de todos, sean occidentales u orientales, colectivistas o libertarios, tiránicos o democráticos. Lo que Milei les imputa a sus enemigos, vale para él también: el mundo es como es, no como le gustaría que fuera. Entonces no se trata de “imponer” estilos de vida, sino de “negociar” soluciones compartidas entre quienes tienen ideas e intereses diferentes. Se llama multilateralismo y es el enfoque de las democracias liberales. El Presidente debería saberlo, ya que cita a Woodrow Wilson, que del multilateralismo fue el padre noble. Si viviera hoy, ¡lo llamaría comunista! Qué hipocresía. Al multilateralismo Milei opone el unilateralismo: “si las Naciones Unidas deciden retomar los principios que les dieron vida y volver a adaptar el rol para el que fueron concebidas, cuenten con el apoyo de la Argentina”. Traducido: o la ONU hace lo que su gobierno desea, o la Argentina irá por la libre. ¡El mundo ya tiembla!
No hay nada, absolutamente nada, en el discurso de Milei ante la ONU que insinúe una vaga forma de empatía con las democracias liberales occidentales. Hay mucha, si acaso, con quienes las desprecian y boicotean: Trump, Vox, Orbán. Su “batalla cultural” es tan gramsciana como la “batalla cultural” kirchnerista: la hegemonía se gana adueñándose de las palabras, invirtiendo su significado. ¿El antiliberalismo más rancio? Llamémoslo liberalismo. ¿La más cruda intolerancia? Llamémosla libertad. ¿Al autoritarismo más visceral? Llamémoslo democracia. No ganará ninguna batalla, pero logrará desacreditar la democracia liberal.
Al escuchar su discurso, me pregunté si no era obra de la inteligencia artificial. Plagiar no sería un problema. Habría ido al Chat GPT y tecleado: ¿qué diría hoy un nacionalista católico argentino en la ONU? De ahí viene su visión de la política exterior argentina: igual de agresiva y megalómana, ideológica y pretenciosa, mucho ruido y pocas nueces. Gritada en la ONU mientras la mitad del país padece pobreza, suena grotesca. A partir de este día, la “Argentina va a abandonar la posición de neutralidad histórica que nos caracterizó y va a estar a la vanguardia de la lucha en defensa de la libertad”. Otra burrada: la Argentina fue “neutral” cuando aspiraba a ser una potencia mundial. Como potencia no podía aliarse a las demás, serían las demás, si acaso, las que se aliarían con ella. Ridículo, pero cierto. ¿No era “la primera potencia mundial”? ¿No estaba a punto de convertirse en un país de cien millones de habitantes? ¿De tener bomba atómica? Si conociera un poco de historia, Milei se asombraría de lo mucho que se parece a aquellos a los que dice combatir. En la ONU, hasta profesó humildad. Debe de ser la misma humildad de Eva Perón. Vaya brillantes ejemplos de tan noble virtud.
Como el viejo nacionalismo, como el peronismo más derechista y ortodoxo, Milei piensa que el destino manifiesto de la Argentina es restaurar la vocación cristiana de Occidente, redimirlo de los pecados de la modernidad secular. Ésta era y sigue siendo la “misión” de la “Argentina potencia”. Cuando la Europa de posguerra florecía y entraba en sus “décadas gloriosas” de paz y prosperidad, el nacionalismo argentino denunciaba su “decadencia” y anunciaba su colapso. Milei hace lo mismo y sueña con ponerse a la “vanguardia” de la restauración.
El discurso en la ONU es una carta de identidad: la cruzada por la “soberanía nacional”, la ofensiva contra las “élites globales”, el ataque a las políticas de “derechos sexuales y reproductivos”, la alusión paternalista a los “pueblos pobres”, el repertorio malvinero: Dios, patria y familia. Suena a invectiva contra la “sinarquía internacional”. Entre el “globalismo” y el “socialismo”, Milei invoca la “tercera posición”, su partido llama a “salvar al país”, su batalla es por el “ser nacional”. Otra vez. El liberalismo argentino fue laico y cosmopolita. Si todavía existe, más vale que se ponga en marcha.
Ensayista y profesor de historia en la Universidad de Bolonia