Si de reír se trata, creo, son verdaderos dramas
Los Oscar funcionan para medir el estado de ánimo de un país que se sigue viendo como la policía (y la fábrica de sueños) del mundo
Nadie al que le guste verdaderamente el cine o haya visto más de diez películas en su vida puede tomarse en serio la entrega de los Oscar. Uno pone la transmisión de la ceremonia, claro, como puede ir al casamiento de un pariente lejano o de un amigo con el que no se habla desde hace años: para ver cómo se vistió aquella chica que nos gustaba, o para confirmar los estragos que el tiempo hizo en aquel tipo que siempre detestamos (y que va de su brazo). Cada tanto nos asaltará la fantasía de que en mitad de la noche la novia se escape con un invitado al que acaba de conocer, o que los miembros de la Academia le den el premio mayor a la película que se lo merece (si es que esa película ha llegado a estar nominada). Pero no hay caso: después del carnaval carioca vendrá la torta y la luna de miel en alguna playa de aguas calientes, donde comenzará la cuenta regresiva hacia el divorcio, y Hollywood seguirá premiando películas tan poco interesantes como Doce años de esclavitud o El secreto de sus ojos .
Pero si los Oscar no sirven para sacar conclusiones ciertas acerca de la calidad del cine que se produce en determinado momento, a veces pueden funcionar para medir el estado de ánimo de un país que se sigue viendo a sí mismo como la policía (y la fábrica de sueños) del mundo. La elección de la conductora de este año, en tal sentido, no podría haber sido más acertada. Ellen DeGeneres es como la industria del cine cuando se mira en el espejo: inteligente, pero sin exagerar; transgresora, pero totalmente integrada; maliciosa, pero inofensiva; divertida, pero nunca desopilante. Los actos más incorrectos de la noche fueron tomarse una autofoto con celebridades para viralizar en las redes sociales, y pedir pizza por teléfono y repartirla entre los presentes. Gestos puramente demagógicos (¿se imaginaban que nosotros, las celebridades, también nos sacábamos selfies y comíamos pizza con la mano? A que no) para complacer a una audiencia masiva, que estuvieron en plena sintonía con los premiados de la noche.
Lo mejor que puede decirse de
Lo mejor que puede decirse de Doce años de esclavitud (Mejor Película, Mejor Actriz de Reparto y Mejor Guión Adaptado) es que es una fábula moral tan absurdamente obvia como soporífera. Sí, la esclavitud fue una de las grandes aberraciones de la humanidad. ¿No lo sabíamos ya, al menos los que no vivimos en una pecera? El pequeño papel que Brad Pitt, productor de la película, se reserva para sí mismo en el film (el ángel salvador del protagonista) es sencillamente vergonzoso. Gravedad (siete premios, entre ellos Mejor Director, Sonido y Fotografía) tiene la virtud de volver a filmar en el espacio sin temerle a la enorme influencia de 2001 de Kubrick. Pero no es más que una película de suspenso entretenida que construye un alegato en favor de valores como la familia, la patria y la fe. Blue Jasmine (Mejor Actriz) apenas confirma que Woody Allen clausuró su obra hace más de una década. Y con todo lo cautivante que resultan Dallas Buyers Club y las interpretaciones de Matthew McConaughey y Jared Leto (Mejor Actor y Mejor Actor de Reparto), no puede asegurarse que sea verdaderamente una gran película.
En la película de Scorsese, es cierto, el protagonista termina mal. Pero no todo lo mal que hubiera debido.
La noche tuvo una sola perdedora (que ya había sido castigada por parte de la crítica debido a los gráficos excesos de su trama) y el mensaje no deja de ser claro: con ciertas cosas no se hacen bromas. El lobo de Wall Street era la única película verdaderamente vital, contagiosa, desbordante y enérgica de todas las nominadas. Una historia filmada por un adolescente de 71 años llamado Martin Scorsese e interpretada por un Di Caprio de una versatilidad asombrosa. Un supuesto drama que es en verdad una comedia enorme. Pero claro: se trata de la historia de un agente de bolsa que se convierte en millonario estafando a la gente, y gasta buena parte de sus ingresos en fiestas, drogas, alcohol y prostitutas. Además, está basada en hechos reales. Y el recuerdo de Bernard Madoff está demasiado fresco. El sentido del humor tiene un límite. En la película de Scorsese, es cierto, el protagonista termina mal. Pero no todo lo mal que hubiera debido. Hollywood sigue convencido de que sólo los dramas (todas las películas ganadoras de los rubros principales pertenecen a este género) son sinónimo de profundidad. Cuando por lo general suele ser al revés. No hace falta más que recordar a los hermanos Marx, a Chaplin, a los Monthy Python y al primer, y ya lejano, Woody Allen.
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