Shunkos: dentro del aula, fuera del sistema
El chico escribe una carta a su maestro. Parece haber cometido una falta grave. Anota, entre tachaduras y faltas de ortografía: "Perdón profe por no completar pero no entiendo nada. Me da mucha vergüenza hablar porque no sé hablar". Será que se crió hablando en guaraní, que viene de lejos, que se siente perdido. El resultado es esta carta dulce y envenenada de la que nadie parece querer hacerse cargo. Porque lo que allí se dice es, en resumidas cuentas, lo que no puede decirse: que ahí, sentados en el aula, hay muchos que no logran aprender no porque les falte inteligencia sino porque les sobra otredad. Son "los otros". Los venidos de otro lado (otro país, otra provincia, otro continente) y a los que todo se les hace aún más difícil porque no cuentan siquiera con lo básico: una lengua en común. Están en la escuela, pero no del todo.
Según Manuel Becerra, docente del colegio en donde ocurrió el episodio, "hay, desde hace años, registro de que esto es así. En las estadísticas, las autoridades ven que tienen más alumnos bolivianos, paraguayos, africanos o chinos. Pero no entienden del todo lo que eso significa. Porque te dicen que hay que incluirlos y respetar su diversidad, pero nada más. A la vez, hasta 2015 existió un programa de educación bilingüe aunque sólo destinado a provincias como Corrientes, Formosa, Salta o Jujuy, no a ciudades que, como Buenos Aires, reciben migraciones fuertes. Y fue desmantelado en febrero de este año".
En 1949 se publicó en la Argentina un libro escrito por Jorge Ábalos, que fue durante años docente de una escuela rural en Santiago del Estero. Se llamó Shunko, que en quechua significa "el más pequeño" y que era, también, el nombre del nene con el que este maestro entabla una relación casi mágica. Gracias a ella, al mismo tiempo que los chicos aprenden "la castilla" (como llamaban al idioma castellano), el maestro aprende la lengua de ellos y todo lo que en esa lengua viaja: las voces, las leyendas y hasta el rito de "resucitar" a la luna en cada eclipse, batiendo los morteros de palo hasta que todo el pueblo se vuelva un gran corazón gigante y la luna también comience a palpitar. De ese tiempo juntos salieron transformados todos: chicos y maestro.
Años después, Ábalos fue entrevistado y dijo: "Cuando escribí Shunko lo hice para descargar una angustia, un sentimiento de culpa". Maestro al fin, se sintió responsable por lo que veía y no podía cambiar. Hoy, en cambio, la culpa no visita a los adultos ni a un sistema educativo en el que la integración es sólo discursiva, sino a quienes se quedan fuera de él y del peor de los modos: adentro del aula. Los nuevos, los angustiados shunkos, incapaces hasta de pedir disculpas en ese idioma que nadie se ocupó de enseñarles.