Sergio Massa, entre las postales de la hiperinflación y un injustificado optimismo
La confirmación de que la suba del 7,4% en el costo de vida durante julio ha sido récord en los últimos 20 años, en tanto que hay que remontarse a 1992 para encontrar una inflación interanual como la actual, del orden del 71%, nos retrotrae a algunas postales de la locura hiperinflacionaria de 1989.
Por aquellos tiempos, en las postrimerías del gobierno de Raúl Alfonsín, era común que los trabajadores en relación de dependencia cobraran su sueldo en forma semanal en vez de mensual para que sus pesos no perdieran tanto poder adquisitivo. Era frecuente cobrar y salir corriendo a desprenderse de esos billetes, ya sea canjeándolos por dólares en el mercado negro o comprando todo lo que se pudiera en el supermercado, aunque ya conviviéramos con el desabastecimiento y la racionalización de determinados productos de primera necesidad, o que en no pocos comercios nos encontráramos con la respuesta “No estamos vendiendo nada. No tenemos precios”.
Para entonces, ya desde febrero de 1989, el Banco Central se había quedado prácticamente sin reservas de moneda extranjera y se había retirado del mercado de cambios, permitiendo la libre flotación cambiaria, ante la fuerte demanda de dólares por parte del público. Se inició así un vertiginoso período durante el cual, en cinco meses se sucedieron las corridas cambiarias y bancarias, y tres ministros de Economía –Juan Vital Sourrouille, Juan Carlos Pugliese y Jesús Rodríguez–, al tiempo que la inflación se elevó al 114% mensual en abril y el dólar, que cotizaba a 16,80 australes en enero había llegado a 450 australes a mediados de año. La crisis política llevó a adelantar las elecciones presidenciales, previstas para octubre, al 14 de mayo, fecha en que Carlos Menem se consagró como presidente electo. La caldeada situación social y el hecho de que los saqueos de supermercados estaban convirtiéndose en moneda corriente llevó a Alfonsín a “resignar” la presidencia de la Nación y anticipar cinco meses la entrega del poder a su sucesor. 1989 culminó con una hiper inflación anual fue del 3079%.
Hoy la eventualidad de que el Banco Central se quede sin reservas, junto a un riesgo país desorbitado y en torno de los 2500 puntos, y una inflación que algunos economistas ya proyectan en tres dígitos para el presente año son tres datos económicos que, sumados a la crisis de confianza que acosa a la coalición gobernante y al presidente Alberto Fernández, vuelven a alimentar los fantasmas del pasado con un agravante: la posibilidad de que esta vez, al ritmo que vamos, se combinen los niveles de inflación previos a la hiperinflación de 1989 con los altísimos niveles de pobreza de la crisis iniciada a fines de 2001, cuando cayó el gobierno de Fernando de la Rúa.
El cambio de expectativas que algunos esperaban que se produjera con la llegada de Sergio Massa al Ministerio de Economía no se ha producido. Economistas como Daniel Artana señalan que el nuevo equipo económico ha anunciado varios objetivos razonables, pero con pocos instrumentos para alcanzarlos.
Hasta dónde llegará la determinación del titular del Palacio de Hacienda y la voluntad política de los líderes de la coalición oficialista para hacer lo que haya que hacer para contraer el déficit fiscal es una incógnita. Cómo se bajará la inflación cuando el propio Alberto Fernández considera que “el problema no pasa por la maquinita”, en referencia a la abultada emisión monetaria, es otro interrogante no menor.
Pero, sin dudas, el problema más urgente es cómo fortalecer reservas netas líquidas que hoy son negativas (en más de 7000 millones de dólares, según el economista Agustín Monteverde) que abren la fuerte sospecha de que el Banco Central pueda estar metiendo mano a los encajes de los depósitos bancarios en dólares, que deberían ser intocables.
Desde el Ministerio de Economía y la entidad monetaria que conduce Miguel Pesce, se intenta llevar tranquilidad, transmitiendo que las importaciones disminuirán en este trimestre de la mano de varios factores. En primer lugar, de la drástica reducción de la necesidad de energía importada con el final del invierno; en segundo término, de la desaceleración del ritmo de las importaciones por un menor nivel de actividad económica para los próximos meses; en tercer lugar, de la suposición de que muchas empresas, en previsión de una fuerte devaluación, se cubrieron durante los últimos meses y, por ende, ya importaron todo lo que pudieron con la intención de garantizarse un stock de productos. Finalmente, el Gobierno confía en que las maniobras de sobrefacturación de importaciones, tan típicas de los períodos con fuertes brechas cambiarias como la actual, caerán por el hecho de una mayor vigilancia de parte de las autoridades nacionales.
Junto a esa caída de las importaciones que aguarda el Gobierno, y que reduciría la demanda de divisas para importar, se espera llegar a un entendimiento con el sector rural, para que liquide la soja que permanece en silobolsas, lo cual descomprimiría la presión por una devaluación del peso en el mercado oficial de cambio.
Sin embargo, nada de lo anterior quita que el Banco Central pueda continuar acelerando la pauta devaluatoria oficial en el mercado mayorista, de manera que esta pase a estar más a tono con la inflación. Mucho menos, imaginar que se podrá seguir recurriendo a políticas monetarias expansivas para hacer frente a los vencimientos de deuda pública en pesos o al desequilibrio fiscal.
En la semana que pasó, el equipo de Massa pasó el primer test al lograr refinanciar por un año casi dos billones de pesos de deuda que vencían desde ahora hasta fines de octubre, aunque a un costo no menor, puesto que se les garantiza a los tomadores de deuda una elevada tasa de interés junto a un seguro de cambio.
Se asiste a un injustificado optimismo que reina en el equipo económico mientras la inflación no cede y se demora inexplicablemente la designación del viceministro de Economía.
El mercado sigue esperando señales del nuevo ministro de Economía mucho más fuertes, como el anuncio ya no de medidas aisladas, sino de un plan integral. Massa deberá demostrar a los agentes económicos si llegó adonde está para aportar soluciones duraderas o si será una parte más del problema. En otras palabras, si tomará el toro por las astas o apenas buscará alargar la mecha de la bomba para ganar tiempo y postergar las decisiones más trascendentes.