Señales de un cambio de época
El rechazo del presupuesto confirma el resultado de las elecciones legislativas: ya no estamos en la época que empezó en 2001. Hoy no alcanza con criticar las reformas de mercado, denunciar conspiraciones de grandes empresas o el asedio imperialista para ganar elecciones. Desde 2019 crece el respaldo a una orientación de gobierno pronegocios, se difunde la crítica al alineamiento chavista y las movilizaciones más grandes fueron para reclamar la vuelta a clases. Entre los jóvenes pierde el kirchnerismo, exfuncionarios kirchneristas padecen escraches, los movimientos sociales critican los planes sociales y las nuevas figuras políticas cuestionan la visión kirchnerista de la violencia política de los setentas. Todas señales de que ya no estamos en el tiempo post-2001, el que Carrió entendió mejor que ningún otro radical y los Kirchner mejor que nadie.
No es que la elección haya decretado el final, este cambio ya venía gestándose desde antes. Aunque sea imposible saber exactamente cuándo termina una época y empieza otra, 2015 y, especialísimamente el 2015 bonaerense, fueron señales inequívocas de que algo estaba cambiando. Señales tan novedosas que ni siquiera sus protagonistas supieron interpretarlas en toda su dimensión. Porque, aunque la derrota del peronismo en la provincia de Buenos Aires era evidencia de que algo se había roto, nadie podía saber cuán profunda era la raja. Cambiemos avanzó con pie de plomo, con el modesto, pero ambicioso objetivo de completar el mandato. Dos ejemplos ilustran la precaución: en el escenario nacional, respetó el dogma peronista de que sólo el peronismo puede movilizarse en la calle. En la provincia de Buenos Aires, impulsó una ley mordaza para blindar los dogmas kirchneristas sobre la violencia política de los años 70. Sin quererlo, el primer gobierno de Cambiemos fue también el último gobierno kirchnerista. Solo después de las PASO de 2019, las bases cambiemitas pusieron fin al sueño dogmático con movilizaciones imposibles de entender desde el paradigma post-2001.
El cambio de época que se manifestó en las elecciones, también se verifica en el campo de las ideas, donde lo que se puede decir e imaginar ya no es lo mismo que en los últimos veinte años. Cinco temas fundamentales del espíritu post-2001 dan testimonio del cambio.
En primer lugar, el debate sobre la violencia política de los setenta se liberó del corset que le impuso el kirchnerismo y ya no es tabú discutir los asesinatos de la organizaciones de izquierda y el terrorismo de Estado durante el gobierno peronista. Desde 1983, cada época de nuestra democracia se correspondió con una lectura de la violencia política de los 70 y la vuelta de viejas discusiones son un signo elocuente de que ya no estamos en el tiempo que empezó el 24 de marzo de 2004 en la puerta de la ESMA, cuando Néstor Kirchner inauguró una campaña sistemática de olvido. La presencia en la Cámara de Diputados de la presidenta del Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas, Victoria Villarruel, es un efecto concreto de estos cambios.
En segundo lugar, la orientación política de la juventud militante dio un giro de 180 grados. Los jóvenes que después de 2001 canalizaron su bronca en el kirchnerismo hoy son parte del establishment político. La fuerza creativa y disruptiva de la juventud militante ahora se vuelca en organizaciones de anti kirchnerismo explícito. Esta militancia anti kirchnerista es la punta de un movimiento más amplio que florece, después de madurar veinte años bajo tierra, para ajustar cuentas con las políticas del así llamado pensamiento crítico. El crecimiento de Juntos por el Cambio es una de las consecuencias más relevantes de este movimiento.
En tercer lugar, el desprestigio de la agenda democrática que sobrevino con el colapso radical de 2001 fue cediendo. Como un reflejo frente a la intolerancia ideológica y las sospechas de corrupción, el lenguaje de la no violencia y las instituciones democráticas recuperó su lugar en la discusión pública. Ese lenguaje fue el primer santo y seña del electorado antiperonista para reconocerse y reorganizarse. Y hasta el mismo Pro, imposibilitado de avanzar con reformas económicas, se recostó sobre la agenda de la calidad democrática e hizo suyo parte del vocabulario radical. La vigencia de Carrió en todos estos años no puede explicarse sin la supervivencia de este vocabulario y el fortalecimiento de la UCR es el resultado más reciente de la revitalización de la agenda democrática.
En cuarto lugar, la crítica a las reformas de mercado de la década del 90 está en plena revisión. Con el agotamiento del estatismo impulsado después de 2001 entró en crisis su narrativa histórica que lee a esas reformas como una traición nacional. Sin embargo, el estancamiento de la economía mina la confianza en el dirigismo de estado, que no puede excusarse por debilidad política ni contexto internacional desfavorable. Por el contrario, en los últimos veinte años el respaldo político a la intervención estatal fue amplio y las condiciones internacionales muy favorables, como ejemplifican el amplio consenso para estatizar Aerolíneas Argentinas en 2008, por un lado, y el precio récord de U$S 650 por la tonelada de soja en 2012, por otro. La política y la economía post-2001 fueron posibles por una paradoja de nuestra historia: el éxito de la agroindustria alargó la agonía de la Argentina peronista.
Por último, un cambio más profundo, que afecta los cimientos ideológicos de la época post-2001: la agenda de la pobreza no redujo la pobreza. A pesar de que el gasto social creció cada año, de que la reducción de la pobreza fue una promesa de todos los gobiernos post-2001 y de que “ayudar a los que menos tienen” dio legitimidad a cierto tipo de cosas, los pobres son cada vez más, los desocupados no recuperaron el empleo y la clase media es más angosta y precaria. La decadencia económica deja a la vista los límites de la crítica kirchnerista, como 2001 mostró los límites del iluminismo radical. Con la lucha no se comió, no se curó, ni se educó y esta evidencia deja en suspenso las verdades de los últimos veinte años.
En este escenario, ganan protagonismo actores como López Murphy, Tetaz, Laspina y, desde luego, Espert y Milei. Y se vuelven cotidianos los debates sobre productividad, impuestos y déficit fiscal. La discusión sobre cómo repartir la torta pierde audiencia frente a la discusión sobre cómo agrandarla. El debate político está atravesando un sútil desplazamiento desde la agenda de la pobreza hacia la agenda de la riqueza. Este desplazamiento es uno de los factores que explican el declive del kirchnerismo. A fin de cuentas, el gran hallazgo de Néstor Kirchner fue político, no económico: vio antes y con más profundidad las novedades políticas de la Argentina post-2001.
Sin embargo, la política que se fundó sobre el trauma de 2001 pierde eficacia, como en 2001 quedó agotada la política que se había fundado sobre el trauma de la dictadura. La nueva época que se está abriendo ahora mismo parte desde el desconcierto que nos provoca que la Argentina se haya transformado en un país pobre. Veinte años después de 2001, la urgencia económica desplazó a la urgencia política. A “todo es política” le sigue la época de “nada es gratis”.
Licenciado en Filosofía, profesor en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de las Artes