Seguir jugando a la ambigüedad
El reconocimiento del gobierno ruso de Putin de dos regiones del este de Ucrania, las autoproclamadas “repúblicas populares” de Donetsk y Lugansk, ubicadas en la región del Donbass, como estados independientes, y la orden a sus fuerzas armadas de ingresar a estos territorios para “asegurar la paz”, fue el inicio de un conflicto bélico de consecuencias imprevisibles. Que un país unilateralmente reconozca como independientes a partes de otro e ingrese militarmente para asegurar ese reconocimiento es una manifiesta violación del principio de integridad territorial de un Estado soberano, de la Carta de las Naciones Unidas y de preceptos fundamentales del derecho internacional.
Tal fue el comienzo. Pero Putin no se detuvo ahí. Ingresó en muchas otras partes del territorio de Ucrania. Al momento de escribir estas líneas, el ejército ruso se dirigía a la capital, Kiev. Como la relación de fuerzas es absolutamente desigual, se estima que, por más que la resistencia del pueblo ucraniano sea heroica, en pocas horas caerá su capital y, con ella, su gobierno.
Poco importa si en el pasado Ucrania fue parte de Rusia. Hace más de treinta años que es un Estado independiente, un Estado con parámetros democráticos y republicanos muy superiores a los que rigen en Rusia, que es una autocracia con una fachada democrática.
Tanto Estados Unidos como la Unión Europea reaccionaron ante ese hecho con el anuncio de severas sanciones económicas a Rusia y a sus principales dirigentes políticos. Se descarta, por ahora, una intervención militar, que escalaría el conflicto hasta una conflagración de alcance mundial.
La posición de nuestro gobierno ha sido, como siempre, ambigua. El comunicado de la Cancillería, la declaración de la portavoz y luego un hilo de tuits del propio presidente expresan las vacilaciones en el seno del Poder Ejecutivo. Inicialmente, la Cancillería se limitó a pedir diálogo y negociación entre las partes, como si no fuera evidente que hay una parte que está agrediendo militarmente a otra sin ninguna causa que lo justifique. Luego, aunque tardía y tibiamente, se condenó la invasión. Pero más tarde el presidente volvió a llamar al diálogo a “las partes”, para superar “la situación generada en Ucrania”, como si esta fuera un fenómeno climático y no la deliberada e ilegítima agresión militar por parte del gobierno ruso de Putin.
Otra vez la Argentina apuesta a un juego pendular. Por un lado, busca el apoyo de los Estados Unidos en su negociación con el FMI; por el otro, intenta quedar bien con países con los que Estados Unidos está en conflicto. No se trata de hacer seguidismo de los Estados Unidos, sino de tener una posición clara y coherente en materia internacional.
Ya habíamos señalado que el viaje de Alberto Fernández a Rusia hace pocos días había sido imprudente e inoportuno por el momento de tensión que ya se estaba viviendo en la frontera ruso ucraniana. Más lo fueron sus intentos de congraciarse con Putin denigrando innecesariamente a los Estados Unidos y declarando que la Argentina se ofrecía como puerta de entrada de Rusia a Latinoamérica.
Está muy bien que tengamos relaciones comerciales y de cooperación en un plano de coordinación y no de subordinación con actores centrales del sistema político internacional, como China y la Federación Rusa. Lo erróneo es que el gobierno nacional o el Instituto Patria, que en esencia son lo mismo, planteen con su retórica constante y punzante que esas relaciones deben sustituir nuestra pertenencia a Occidente. Les guste o no, la Argentina es parte de Occidente. Compartimos un sistema de valores, de respeto a las libertades individuales y a los derechos humanos y de funcionamiento institucional, democrático y republicano con las naciones occidentales, preceptos que, en muchos casos, son abiertamente antagónicos a los imperantes en las naciones mencionadas.
La excusa para la invasión, es decir, que existen minorías rusas que son maltratadas por el gobierno ucraniano, recuerda la de Hitler respecto de los Sudetes y Renania para la ocupación de Checoslovaquia y Austria. No importa que Putin, aunque sea un feroz autócrata, no pueda compararse a Hitler; los procedimientos de ambos en este caso son similares.
El gobierno argentino, y en especial los sectores kirchneristas que por estas horas celebran calladamente la conducta del hombre fuerte que tanto les gusta, debería tener especial cuidado en no apelar al argumento de la autodeterminación de los pueblos para justificar la “ayuda” a los separatistas, porque de esa forma avalaría la posición de Gran Bretaña y los kelpers respecto de las islas Malvinas.
Son horas decisivas. La Argentina no puede tener posturas tibias o ambiguas, que contradigan su tradición de respeto al derecho internacional y la alejen de las democracias occidentales. El presidente electo de Chile, Gabriel Boric, que lidera una coalición de izquierda, ha sido contundente en su repudio a la invasión. Ucrania acelera los tiempos de la encrucijada argentina. La falsa neutralidad, como la de la dictadura militar surgida el 4 de junio de 1943 con relación a la Segunda Guerra Mundial, nos puede costar otra vez muy caro.
Exdiputado nacional, presidente Asociación Civil Justa Causa