Sectas
La promesa de un destino mejor después de la vida, ¿es un consuelo o puede convertirse en un estímulo?
Pablo Albarracini fue víctima de un asalto. Recibió cinco disparos y debió ser internado en terapia intensiva. Tiempo atrás había dejado un documento escrito en el que se comprometía, entre otras cosas, a no recibir jamás transfusiones de sangre, que era exactamente lo que recomendaban los médicos para minimizar el riesgo de muerte. Su voluntad, producto de sus convicciones religiosas - es testigo de Jehová-, aun contra la de su padre, fue respetada. Pablo, sólo Jehová sabe cómo, salió de su estado de coma y ahora la sociedad inquieta y sensibilizada aguarda que recupere la plena conciencia, se arrepienta y permita que lo transfundan.
Sentados frente al monumento a Juan José Castelli en Plaza Constitución, mientras acortamos nuestras existencias con dos panchos con mostaza comprados a una vendedora ambulante, Ferretti y yo tratamos de encontrarle un sentido a la repercusión del caso.
- Tal vez –sugiere Ferretti- creció empujado por la ley de muerte digna.
- ¿Le parece? Yo lo veo más bien asociado con la moda de las sectas y la caída en desgracia de nuestro ex niño prodigio Claudio María Domínguez.
- ¡Muchacho loco! De Poseidón al Sai Baba sin paradas intermedias. Pero, a propósito, ¿cuál es exactamente la diferencia entre una religión y una secta?
- Por lo que he leído y escuchado hasta ahora, mi conclusión es que se trata apenas de un problema numérico. Le diría más: tengo la sensación que casi todas las grandes religiones arrancaron de sectas, de grupos contestatarios pequeños que se apartaron de sus iglesias originales para transitar caminos que juzgaron más verdaderos.
- ¿Sólo un problema numérico? A mí se me pone la piel de gallina cuando cien tipos con túnicas se refugian en el bosque para practicar alegremente la pedofilia, o el incesto, o acaban matándose entre ellos...
- Hay sectas que no prosperan, Ferretti.
- ¿Y los testigos de Jehová?
- Según su particular hermenéutica, hacen una interpretación literal de la Biblia. Y parece que la Biblia dice que no se debe "comer sangre".
- Y entonces –dice Ferretti- prefiero suicidarme a que me inyecten sangre por vena.
- Fíjese que un juez al que recurrió el padre de Albarracini sostuvo que "no se debe permitir el suicidio lentificado". A mí no deja de sorprenderme que desde otras religiones le estén pegando tan duro a la decisión de Pablo.
- Después de todo, Ferretti, casi todas ellas prohíben la ingesta de determinadas sustancias, o lo hacen en determinadas ocasiones. Y a ninguna de ellas, me imagino, le haría gracia que el Estado se metiera en el medio para evitar que los fieles cumplieran con sus preceptos.
- Y le voy a decir más. La promesa de un destino mejor después de la vida, vía resurrección de las almas, reencarnación o lo que sea, ¿es apenas un consuelo o puede convertirse en un estímulo?
- ¿Usted insinúa, Ferretti, que, convencido de que la puede pasar mejor del lado del arpa que del de la guitarra, alguno podría resolver apurar los trámites?
- Siempre hay alguno que quiere colarse en la fila.
- ¿El martirio, tan enaltecido por algunas religiones, no es acaso la versión noble del suicidio?
- Ahí me parece que exagera -me corta Ferretti
- Lo admito. Los ateos también se suicidan aun sabiendo que están comprando un pasaje de ida a ninguna parte.
- Pero no le escapemos al bulto: póngase en el lugar del joven Albarracini en el momento en que despierta y se encuentra con un tipo de blanco que lleva en una mano una jeringa con sangre y en la otra un papelito para hacérselo firmar. ¿Qué haría?
- Ceo que seguiría defendiendo mi libertad. Le pediría que tire a la basura la jeringa y que trate de salvarme de otro modo. ¿Y que haría Usted si fuera el padre, Ferretti?
- Lo mataría a patadas.