Secretos sin control
En los últimos años, la central de inteligencia produjo un cambio en su perfil. Ahora es más profesional que antes. Pero no todo lo suficiente como para que sea un ente autónomo y prescindente del poder de turno. Además, sus gastos siguen sin fiscalización. Por eso, el reemplazo del Señor Número Cinco se convirtió en un problema para De la Rúa.
PODRIA sorprender al más pintado: el presidente Fernando de la Rúa pidió al peronista Hugo Anzorreguy que permaneciera al frente de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) por lo menos hasta que encontrara un sucesor.
Que Carlos Silvani siga al frente de la AFIP tal vez llame la atención. Pero que se mantenga a un funcionario tan estrechamente ligado al presidente saliente, con poderes tan amplios y discrecionales y acceso a material tan sensible, inevitablemente obliga a explicar qué es la SIDE misma hoy en día.
Desde este punto de vista, el ofrecimiento -revelado a La Nación por dos ex altos funcionarios de la SIDE y confirmado por fuentes radicales- es la contracara de la indecisión que ha llevado a De la Rúa a demorar la designación de un secretario más allá de su propia asunción.
El fin de la Guerra Fría, las demandas de seguridad e inteligencia generadas por la reinserción de la Argentina en el mundo y las características personales de Anzorreguy, quien fue su titular por casi una década, se han combinado en estos años para convertir a la SIDE en un organismo de inteligencia a medio camino entre la autonomía profesional y la mera herramienta política.
Ese caballo a mitad del río que exige tanto un impulsor del aspecto puramente técnico como un hombre de absoluta confianza del Presidente han bloqueado a De la Rúa y lo han llevado a pensar que no tenía cómo reemplazar por ahora a Anzorreguy, a quien lo liga una relación personal muy particular.
O acaso sea necesario que el caballo llegue de una vez a la otra orilla.
El enemigo
Desde su nacimiento, la SIDE -tuvo antecedentes en la CIDE creada en 1946 y en el Servicio de Informaciones reformado sucesivamente en 1956, 63 y 73- no era más que un arma del gobierno de turno para castigar a la oposición.
Como admitió un seminario organizado por la propia Escuela Nacional de Inteligencia en 1993: "Por años, fue ámbito de apetencias sectoriales de facciones políticas en pugna (...). Por ello la actividad de inteligencia significó la búsqueda del control político del adversario, esto es, ella se correspondía con una idea de la Argentina en donde eliminar o excluir al adversario político era la condición de existencia del poder".
Cuando Anzorreguy llegó a su cargo, en enero de 1990 -después de seis meses de gestión de Juan Bautista Yofre-, descubrió que buena parte de los teléfonos políticos de importancia del país eran escuchados por los espías. Entre ellos, los de su propio estudio.
Las intrigas de gabinete habían precipitado la salida de Yofre, acusado por otros ministros de someterlos a control en busca de espacios de poder.
Anzorreguy se presentó como "un componedor" y prometió manejarse en forma "institucional". Lo era por definición: había sabido ganarse la confianza tanto de los grandes gremios dirigidos por Augusto Vandor como de los rebeldes que encabezaba Raimundo Ongaro en la CGT de los Argentinos.
Del mismo modo, había mantenido por años una buena relación con los rivales de la Unión Cívica Radical (UCR). Venía de familia: de pequeño, solía pasar temporadas en casa del también infante Rodrigo Toranzo, pese a que el padre del primero era funcionario peronista y el segundo, militar acendradamente antiperonista. Toranzo fue su elección lógica como segundo, con el cargo de subsecretario de Exterior.
De entonces a ahora, los principales dirigentes radicales le han reconocido en confianza que durante su gestión no hubo persecución política. Incluso, ex funcionarios de la SIDE dicen que recibieron el apoyo de Raúl Alfonsín en tiempos difíciles (consultado por intermedio de su vocera, Alfonsín dijo a La Nación que sólo conocía "socialmente" a Anzorreguy).
No había esa disposición en todos los hombres del menemismo, denunciaban. Anzorreguy solía decir que jamás Carlos Menem le había dado orden de perseguir a nadie, pero al mismo tiempo voceros de la SIDE acusaban al entonces ministro del Interior, Carlos Corach, de realizar "operaciones" contra opositores para congraciarse con el presidente y descolocar a quien llamaba "traidor" en la intimidad.
Esta pelea se agudizó cuando estaba en juego la segunda reeleción y el conflicto con Eduardo Duhalde, en temas en los que Anzorreguy se declaró prescindente. Y llegó al clímax en su enfrentamiento con el desaparecido magnate postal Alfredo Yabrán.
Las diferencias con éste venían desde el comienzo. Al llegar al cargo, Anzorreguy anuló un contrato por el cual OCA se ocupaba de repartir los documentos secretos que circulaban entre la Capital y las delegaciones de las provincias.
OCA peleó una indemnización de 25 millones de dólares en la Justicia, pero la SIDEganó el caso en la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Luego, Yabrán se molestó cuando supo que Anzorreguy había pedido a las autoridades norteamericanas que le informaran si el magnate poseía antecedentes como lavador de dinero del tráfico de drogas.
Hubo un par de reuniones de conciliación entre ambos, pero, en medio del escándalo suscitado por el caso Cabezas, la difusión de un informe sobre los "anillos de seguridad" de Yabrán en las fuerzas de seguridad, atribuido a la SIDE, precipitó definitivamente la furia de éste, que exigió la renuncia de Anzorreguy.
Según sus allegados, éste fue a presentar su dimisión a la residencia de Olivos, pero Menem no la aceptó. Dice esta versión que alguien advirtió al presidente que, de dejarlo partir, los diarios titularían al día siguiente: "Yabrán echó a Anzorreguy del gobierno".
Méritos
Pero Menem nunca se dejó limitar por la prensa. Si conservó a Anzorreguy fue también por otros méritos.
Por un lado, el titular de la SIDE tuvo una innegable influencia sobre el Poder Judicial y en especial sobre la Corte Suprema, donde no sólo colocó a su cuñado, Eduardo Moliné O´Connor, sino que mantuvo siempre una excelente relación con cada uno de sus integrantes.
Por el otro, extendió sus contactos a todo el fuero federal e incluso a otros fueros. Entonces, surgieron las acusaciones de que de la SIDE partían "sobresueldos" para los jueces. Otras versiones, a veces de la propia secretaría, preferían endilgar tales dádivas al Ministerio del Interior.
Anzorreguy prefiere adjudicarse en privado un papel decisivo en el Pacto de Olivos -dice conservar una dedicatoria de Raúl Alfonsín en la que se refiere a alguien "que tuvo mucho que ver"- y en la prevención del intento de golpe de Estado dirigido por Mohamed Alí Seineldín el 3 de diciembre de 1990.
A este primer éxito profesional le siguieron dos fracasos estruendosos: la absoluta indefensión frente a los atentados contra la embajada de Israel en marzo de 1992 y, especialmente, contra la sede de la AMIA en julio de 1994, cuando ya existían antecedentes como para temer un nuevo ataque.
Allí, la conducción de la SIDE y la sociedad argentina descubrieron que no había agentes capacitados para hacer frente a las amenazas nuevas y reales que enfrentaba la Argentina, producto de su realineamiento internacional, los conflictos de diferente naturaleza surgidos tras la caída del Muro de Berlín y la globalización de la economía, que también acarreó la del delito.
Estas necesidades empujaron la profesionalización de algunos núcleos operativos de la SIDE, reducidos pero importantes en una planta de unos 2500 agentes.
Esta fue la impresión de los funcionarios radicales que recorrieron la secretaría esta semana. Como botón de muestra, De la Rúa pidió un informe sobre la situación en Corrientes antes de la intervención y lo recibió casi de inmediato, en una prueba de que su aparato profesional funciona aún sin dirección política.
La conducción saliente se jacta de que un 30 por ciento del personal habla idiomas, incluidos especialistas en farsi, la lengua iraní que nadie podía entender cuando ocurrieron los atentados. Que los estándares de calidad se elevaron para poder cooperar con los organismos de inteligencia europeos, norteamericanos e israelíes, de cuya ayuda dependía (y depende) en gran medida la prevención de un nuevo atentado.
A ellos, la SIDE ofrece la posibilidad de operar en el eje que va de la Triple Frontera entre la Argentina, Paraguay y Brasil, donde hay una enorme comunidad árabe con simpatías por el Hezbollah libanés; a Medio Oriente mismo, donde actúan agentes secretos argentinos en operativos junto con pares de otros países, según revelaron fuentes de la secretaría.
Por ejemplo, un último aporte ofrecido al servicio de inteligencia ruso fue un registro de las colectas de dinero realizadas en Ciudad del Este para enviar a los rebeldes islámicos de Chechenia.
Paralelamente, se instalaron delegados en el Líbano, Egipto y Túnez, que mantienen contactos con los servicios de inteligencia de esos países.
El incentivo interno de esta profesionalización fue uno solo: el dinero. Anzorreguy echó mano de la enorme caja de recursos a su disposición y fuera de control real, excepto por la verificación de partidas anónimas realizada por la Sigen.
Con el criterio de que "el Presidente tiene que tener uno o dos millones de dólares para apagar incendios" -en palabras de un ex alto funcionario de la secretaría-, el dinero de la secretaría sirvió para lubricar los cambios y, según acusaciones de la oposición, también para pagar afiches partidarios, encuestas electorales y otros servicios similares.
En lo interno, un buen ejemplo es la contratación de militares acusados de participar en la represión ilegal de la última dictadura militar, justificada por allegados a la saliente conducción en que "el criterio fue tenerlos bien pagos adentro, para que no hagan nada, a tenerlos afuera para que generen problemas".
Con una vara distinta, también entró en esta categoría el conchabo de compañeros de ruta de Anzorreguy en la izquierda peronista de los años 70. En ese sentido, el secretario que se va alimentó esas capas de empleados que sucesivos gobiernos peronistas, militares y radicales han ido sedimentando allí, aunque muchos no tengan una función real que cumplir.
Fuera de estos casos, un agente básico de la SIDE gana hoy unos 1.200 pesos, más la posibilidad de hacer horas extras por otros 800. Si es operativo, se suman viáticos, aunque, a medida que las operaciones secretas van adquiriendo mayor profesionalidad, la tarea de los espías de planta es más "reclutar" y "manipular" informantes e infiltrados en las áreas de interés que introducirse ellos mismos.
Hombres y mujeres de la SIDE también reivindican la profesionalidad de sus analistas. Como prueba, destacan que el director de Análisis de la Subsecretaría de Interior, Enrique Emilio Alvarez, fue designado secretario de Seguridad de Santa Fe por el gobernador Carlos Reutemann, quien lo conoció cuando era delegado de la SIDE en la provincia, y que la directora de Análisis de la Subsecretaría de Exterior, Silvia Kukovar, fue elegida como presidenta de una comisión de desarme de Naciones Unidas.
En materia técnica, la evaluación de quienes se van es que se cubren las necesidades de la estructura realmente existente, incluso con parches de lo que no hacen otros. Por ejemplo, la SIDE tiene un registro computarizado de entradas y salidas del aeropuerto de Ezeiza y del puerto de Buenos Aires que la Dirección de Migraciones nunca dispuso.
También creó su propio sistema criptográfico para transmitir comunicaciones, que fue provisto a los propios delegados y agentes en el exterior, así como a los agregados de Defensa en las embajadas argentinas.
Por último, en las intervenciones telefónicas, la realidad es que los medios técnicos permiten hoy -no sólo a la SIDE, sino a otras fuerzas de seguridad- escuchar conversaciones desde oficinas que no son las legalmente habilitadas para la Dirección de Observaciones Judiciales (DOJ), donde se practican aquellas ordenadas por los jueces.
"¿Cómo no se va a hacer así? -argumentó un funcionario-. Si hay que espiar a una embajada extranjera, no se puede pedir permiso a un juez. Hay cosas que el Estado debe hacer de todas maneras."
Con recursos y poderes tan formidables y sin control, la necesidad de convertir a la SIDE en un organismo completamente profesional, con un director designado con acuerdo parlamentario y un sistema de reglas y chequeos establecidos, como existe en otros países del mundo, debería ser más urgente.
¿Estará dispuesto alguien tan desconfiado como De la Rúa a dejar un puesto semejante a alguien que no le responda exclusivamente?
Anzorreguy le dijo que no lo haga, al rechazar la oferta de quedarse; que ponga allí a un amigo. Desde entonces, el presidente buscó entre ellos hasta encontrar al reemplazante.
Hasta que no se cambien las reglas, habrá que confiar sólo en el buen juicio de éste.
El valor de los gestos
AMIGO de hace años, Hugo Anzorreguy se ganó la confianza de Fernando de la Rúa al ofrecerle ayuda ante escándalos que amenazaban a su familia. Anzorreguy -contó a La Nación un allegado a éste- advirtió a De la Rúa que su esposa, Inés Pertiné, había sido grabada y filmada para acusarla de recibir pasajes aéreos de favor del empresario Samuel Liberman. Anzorreguy presumía que detrás del asunto estaba el ministro del Interior, Carlos Corach.
Cuando el desaparecido diario Perfil reprodujo conversaciones telefónicas de sus hijos grabadas en forma ilegal, Anzorreguy indicó a De la Rúa que la maniobra provenía de un grupo de su propio partido que respondería al difunto Alfredo Yabrán. Se quería sugerir que Antonio y Fernando (h.) habían "arreglado" sus exámenes de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (UBA). La Justicia sobreseyó a estudiantes y profesores.
Uno de éstos era Héctor Silva, titular de la cátedra de Derecho Parlamentario, quien conocía a De la Rúa desde la presidencia de Arturo Illia, de la que ambos eran asesores. Balbinista, Silva seguía a De la Rúa como referente político desde 1983, según explicó a La Nación .
Durante la gestión de Facundo Suárez en la SIDE (1988-89), diagramó la reforma de estudios de la Escuela Nacional de Inteligencia -relató-. Luego, "colaboré directamente con De la Rúa, cuando se convirtió en senador, en temas de defensa e inteligencia" y, cuando éste fue elegido como jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en 1996, "quedé con (el senador José) Pepe García Arecha".
Tras el escándalo de los exámenes, concursó en la SIDE para un cargo en el exterior. De la Rúa gestionó ante Anzorreguy que se le concediera un lugar, reveló un ex alto funcionario de la secretaría. "El me respaldó", confirmó Silva, y así fue designado delegado de la SIDE en Colombia.
"Fue para salir de la campaña (presidencial) -explicó-. No quería ser objeto de ningún tipo de manoseo, porque había quedado bastante pegado con el tema de las escuchas de los chicos."
Ahora lo llaman funcionarios de la secretaría, convencidos de que será ascendido. "Algo hay -aseguró a La Nación -. Posiblemente me hagan bajar a Buenos Aires este fin de semana para conversar sobre el tema. Pero concretamente no hay ningún ofrecimiento."
Admitió, sin embargo, que fue llamado por alguien muy cercano al Presidente. No quiso decir su nombre.