Secreto poeta del júbilo
El último libro de Edgardo Zotto es póstumo. El poeta rosarino, que nació en 1947 y falleció el año pasado, durante su internación escribió poemas en un cuaderno llamado "Diario del colapso". Asistido por la escritora Sonia Scarabelli, que firma el prólogo y a quien el autor alude en uno de los poemas, el poeta cambió el título del conjunto por Diario del regreso. El libro detalla la convalecencia, la recuperación provisoria de Zotto y su ingreso a una zona de frontera entre la salud y la enfermedad, la distancia y la cercanía, la escritura y el silencio. No es casual que muchos poemas del libro celebren la mañana como emblema del despertar, de la luz; como el tiempo de la posibilidad y de los propósitos: "Es cierto que no hablé/ de la mañana ínfima.// Es que para mí,/ cada mañana llega/ plena de inmensidad/ y me envuelve, me lleva". En "Hilo", escribe sobre el mañana: "Lento me voy durmiendo/ y en lugar de llegar los sueños/ aparece la punta del verso/ que escribiré mañana".
El genial autor de Lo que sé del fuego y Mayo del 68 parece haber compuesto con cenizas, con restos diurnos, con estigmas sus poemas de despedida que, en conjunto, se asemejan a un monumento verbal sobre la fragilidad y la imponencia. No muchos poemas exceden los diez versos; todos ellos son de duración escueta, similares a síntesis de vivencias en el hospital como visitas de amigos o de enfermeras, de paisajes entrevistos por la ventana, incluso las ventanas del sueño y del recuerdo, como en "Escenas de septiembre: primer domingo de sol", donde una voz relata los incidentes con pájaros y árboles en la plaza de la Patrona de los Inmigrantes.
Ese cosmos en apariencia minúsculo adquiere en la escritura de Zotto una significación que desborda vitalidad y alegría en medio de las dificultades: "Tengo la cabeza vendada.
Un gran turbante de gasa blanca/ con pintas de roja sangre/ cubre los cabellos que, con fuerza,/ vuelven a crecer", escribe en "Turbante", poema en el que resuena la voz de Héctor Viel Temperley. ? La experiencia del cuerpo como objeto de conocimiento a través del dolor se complementa con una circunstancia inesperadamente bienaventurada. Zotto fue hasta el final un poeta del júbilo: "Ahora puedo decir/ que voy conociendo mi cuerpo./ Dónde empieza y cómo puede/ recibir el dolor./ Pero hoy me parece nuevo/ y capaz de percibir esquirlas/ de aquella alegría/ que parecía olvidada". Nísperos, jazmines, el río y los camalotes, santa Francisca Javiera y Pushkin, los libros y los seres queridos conforman un devocionario que el autor despliega en formas paradójicas, en mantras y enigmas: "Devoción por lo áspero/ que igual se desvanece".
DIARIO DEL REGRESO
Edgardo Zotto
Ed. Iván Rosado
80 páginas
$ 90