¿Se puede cambiar el futuro distorsionando el pasado?
Bergoglio parece anunciar la muerte del “colateralismo” de la Iglesia con el peronismo, como murió hace tiempo el que existía en Italia entre la Iglesia y la Democracia Cristiana
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“Las cosas no son lo que parecen”, dice el marido infiel pescado con la amante por la mujer. Negar siempre, negar la evidencia, negar de todos modos. Lo pensé leyendo el resumen de las declaraciones del papa Francisco en el último boom editorial, El pastor, remake de El jesuita tras diez años de pontificado: mismos autores, dos reconocidos “vaticanistas”, mismo protagonista, el Papa. “Nunca estuve afiliado al partido peronista”, dijo, y no hay duda. “Ni siquiera fui militante”, agregó, levantando algunas. Tampoco, concluyó, “simpatizante del peronismo”, y aquí, lo siento, desafía las leyes de la física. “¡Afirmar eso –explicó molesto el Pontífice– es una mentira!”. ¿Es posible? ¿No será mucho? Exagerar es algo que nos puede pasar a todos, ¿verdad?
Cuando Bergoglio fue elegido papa, fueron muchos los que celebraron al “papa peronista”. No eran calumniadores profesionales, gorilas sedientos de sangre, sino amigos suyos, gente que lo conocía desde hacía décadas, que lo quería y admiraba. Periodistas, políticos, sindicalistas, estudiantes. Todos peronistas, algunos ultraperonistas: Bergoglio es de los nuestros, comparte nuestros ideales; no cabían en sí de contentos. Podría llenarse un libro con sus recuerdos de las simpatías bergoglianas por el peronismo. ¿Todos mentirosos? Por otra parte, numerosos y sólidos estudios repletos de testimonios lo confirman. Recuerdo, entre muchos otros, el de Humberto Cucchetti sobre Guardia de Hierro. Yo mismo he recopilado recuerdos en este sentido. No es chusmerío, son vivencias. Como acertadamente señaló hace un tiempo Gustavo Morello, sociólogo y jesuita, “sin el peronismo es muy difícil entender” a Bergoglio.
Para quienes lo hemos estudiado, las palabras del Papa suenan tan anómalas como para causar empacho. Así como empacho causa la pasividad complaciente de los entrevistadores: los periodistas deberían estar al servicio del lector, no actuar como instrumentos del entrevistado. Me recordaron las entrevistas a Fidel Castro. En la época en que Bergoglio gobernaba el Colegio Máximo, en el Colegio del Salvador donde enseñaba, no se cuestionaba si ser peronista o no. Se daba por hecho. Si acaso, la pelea se daba entre diferentes corrientes del peronismo. Porque el peronismo se consideraba la casa de la “nación católica”, la religión de la patria, la expresión de la cultura del “pueblo fiel”. Fuera de sus fronteras estaba la oligarquía antipatria, los “cipayos ilustrados”. Los teólogos cuya influencia rezuman sus escritos pertenecían todos a la órbita peronista: simpatizante del peronismo era Lucio Gera, “peronista uruguayo” se definía Alberto Methol Ferré, el peronismo era presentado como modelo por las revistas que dirigió y que Bergoglio leía. Carlos Mugica era peronista, Jorge Vernazza militante, Rodolfo Ricciardelli admirador, igual que todos los sacerdotes a los que el Papa rinde homenaje y celebra. ¿Acaso los amados curas villeros no exhiben los retratos de Perón y Eva en las paredes? ¿No cuentan cuando los visitaba Bergoglio y en las fiestas religiosas que se cantaba la marcha peronista?
Es solo la punta del iceberg. Pero este ha sido siempre su mundo, negarlo es inútil y pueril; cancelarlo, imposible. No cabe tanta evidencia debajo de la alfombra. Amelia Podetti, Rodolfo Kusch, Leopoldo Marechal: la filósofa más cercana, el antropólogo que siempre aconseja leer, el escritor que “más le ha llegado”: todos peronistas, en algunos casos peronistas virulentos. Pero ¿por qué insistir? Basta leer al propio Bergoglio: nadie expresó mejor que él su preferencia por los movimientos nacionales y populares. Como el peronismo. Por ejemplo en la muerte de Perón: si el pueblo de Dios era peronista, si se identificaba con el peronismo, ¿cómo no apoyarlo? El peronismo no era un partido sino una fe. Es demasiado tarde para reescribir la historia, para adaptarla a las circunstancias, no basta con quemar los escritos del pasado, como el futuro papa confió estar haciendo a los mismos autores. No lo haga, Su Santidad, ¡no les quite el trabajo a los futuros historiadores!
¿Estoy acusando al Papa de mentir? Ya me imagino los clamores de los ofendidos, los abogados defensores en pie de guerra. Me disculparán, pero es el Pontífice quien ha acusado de mentirosos a amigos y adversarios, escépticos y entusiastas, a la multitud que nunca había tenido dudas sobre su afinidad con el peronismo. ¿Podemos defendernos? Me atengo a los hechos y los hechos dicen que sus palabras suenan paradójicas. Eso es todo, ¿por qué insistir?
Insistencia que en cambio merece el comentario del Papa: “En la hipótesis de tener una concepción peronista de la política, ¿qué tendría de malo?”. Esa sí es una buena pregunta, casi diría “la” pregunta. A primera vista nada, no habría nada de malo. ¿Por qué, si el peronismo es leal a la Constitución, si respeta la democracia y la libertad de todos? Sin embargo, pensándolo bien, agregaría un “depende”. Depende de lo que se entiende. De hecho, cuando recuerda el peronismo de los orígenes, Bergoglio suele tener un preocupante estrabismo: “incluyó a las masas”, “ayudó a los pobres”, “comprendió el pueblo”, esa es su visión romántica. Una visión peronista. A quienes le preguntan por las fuentes, cita a Norberto Galasso, propagandista y cantor del peronismo. ¿Y la concentración de poderes? ¿El monopolio de la información? ¿El uso partidista de los recursos públicos? ¿El sindicalismo estatal? ¿El adoctrinamiento escolar? ¿La represión de la disidencia? ¿El fanatismo de Eva? ¿Todo el resto? Nada.
El Papa también comparte esto con el peronismo: la absoluta sordera a las razones del antiperonismo. Pero el interrogante se impone: ¿por qué un no peronista, ante la celebración de tal pasado, debería confiar en la sinceridad democrática del peronismo? ¿Por qué no desconfiaría de la “concepción peronista de la política”? Aún más observando que, en ausencia de toda revisión autocrítica, los peronistas tienden a reproducir los antiguos abusos.
¿Por qué, entonces, estas palabras del Papa, tan atrevidas e improvisadas? Excluyendo cualquier sospecha de senilidad, dada su evidente lucidez, no queda sino suponer la intencionalidad. ¿Cual? A ojo, Bergoglio anuncia la muerte del “colateralismo” de la Iglesia con el peronismo, como murió hace tiempo el que existía en Italia entre la Iglesia y la Democracia Cristiana. ¿Acaso el peronismo no fue, a su manera, el partido católico argentino? Pues ya no lo es, no es bueno que lo sea, no conviene que haya un partido católico. Es una admisión implícita de que ahí está una la raíces de la famosa grieta. Dependiendo de las consecuencias que se saquen de ello, podría ser una buena noticia. Pero, ¿se puede cambiar el futuro distorsionando el pasado? ¿Sin pasarlo a través de un escrutinio crítico? Una operación de esa envergadura merecería más coraje y debate.