Hablemos de familia. ¿Se puede alejar a los chicos de las pantallas? Aquí, algunos consejos para lograrlo
No se trata de prohibirlas, sino de acotar su uso; paciencia y dar el ejemplo son las claves
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Los dos años de pandemia quebraron la voluntad de padres y madres en el tema del uso de las pantallas de sus hijos en edad de jardín y primaria. No les alcanzaban las manos ni los recursos para poder ocuparse del trabajo, la casa, los hijos, tener un rato para ellos mismos, incluso ocuparse también de la salud de sus padres y otros familiares mayores; y cedieron en muchas situaciones porque no les quedaba otra alternativa.
Hoy sí la tenemos, los chicos volvieron a escolarizarse y el tiempo libre que les queda cuando llegan a casa es corto y muy valioso, tanto para volver al juego libre a solas o con padres, hermanos y amigos, como para ejercitar la creatividad y desplegar su imaginación, incluso para “autocurarse” de las situaciones vividas a lo largo del día a través del juego, de hacer deporte, música, arte, etcétera.
Los chicos volvieron a escolarizarse y el tiempo libre que les queda cuando llegan a casa es corto y muy valioso, tanto para volver al juego libre a solas o con padres, hermanos y amigos, como para ejercitar la creatividad y desplegar su imaginación
Llegan a casa tras varias horas de actividades pautadas y dirigidas por adultos, probablemente quietos la mayor parte de ese tiempo, por lo que se torna indispensable que pasen algún tiempo sin pantallas. No es sencillo porque, acostumbrados como estaban en la pandemia a muchas horas de uso, vuelven a casa ávidos de sumergirse en ellas, no registran que sus cuerpos y sus mentes en realidad necesitan otras cosas y que al usar tanta pantalla no les queda tiempo para hacer aquellas actividades que sí les hacen falta para crecer sanamente. No hablo de prohibirlas, sino de restringir su uso a un rato, al oscurecer, dando tiempo a otras actividades durante las tardes. Algo parecido debería hacerse el fin de semana, aunque al tener ellos todo el día libre podríamos acordar un horario de uso más largo.
A veces nos cuesta proponerlo y sostenerlo porque con las pantallas encendidas los chicos se “portan” bien, no se pelean entre hermanos, no nos reclaman, incluso interactúan con sus compañeros en las consolas y eso nos deja tranquilos: están socializando. Pero, ¿cómo están cuando las apagan? De mal humor, irritados, alterados, y les cuesta mucho dejarlas para hacer lo que tienen que hacer: ya sea bañarse, hacer tarea, estudiar o ir a comer en familia. A esto se agrega que les cuesta irse a la cama por no dejar de jugar y también les cuesta conciliar el sueño, ya que la luz de las pantallas en las últimas horas del día inhibe la natural producción de melatonina al atardecer, que es la que nos induce al sueño a la noche.
Cuesta también hacer el cambio porque cuando no están en las pantallas se aburren, no saben qué hacer, molestan, reclaman, les cuesta interactuar en casa con los hermanos y se pelean… Pero esto se convierte en un círculo vicioso: a mayor tiempo de uso, más las necesitamos para que haya paz en casa. En cambio, si nos animamos a cortar un poco la exposición a las pantallas, y a tolerar ese tiempo de adaptación y los inevitables enojos y peleas, en ese proceso veremos renacer -o nacer- juegos e interacciones, lecturas, ideas creativas, motivaciones personales, entusiasmos, vitalidad.
Con el buen juego los chicos se sacian, un rato les es suficiente. Pero eso no ocurre con las pantallas, en las que nunca es suficiente. Tienen un sistema de recompensas muy adictivo que los lleva a no poder parar, a buscar más… y más… ¡y más!
Uno de los rasgos que vemos en el “buen” juego es que juegos y juguetes son herramientas, instrumentos de uso que se dejan sin dificultad: el interés se agota, ningún chico quiere estar todo el día andando en bicicleta, ni jugando al Ludo, ni armando un rompecabezas: juegan y dejan de hacerlo naturalmente para ir a hacer otra cosa. Con ese buen juego los chicos se sacian, un rato les es suficiente. Pero eso no ocurre con las pantallas, en las que nunca es suficiente. Tienen un sistema de recompensas muy adictivo que los lleva a no poder parar, a buscar más… y más… ¡y más! Por eso hacen falta adultos que pongan límites, hagan convenios y acuerdos, que obviamente pueden revisarse cada cierto tiempo. Esas decisiones no pueden quedar en manos de loa chicos. Si nosotros, adultos con fortaleza interna, caemos a cada rato bajo el embrujo de una serie, o de un jueguito, o de Pinterest o Instagram, mucho más fácil es que un chico -con menos fortaleza interna y menos recursos- se deje llevar por sus deseos y su búsqueda de placer y recompensa inmediata.
Desconectemos también los adultos, ofrezcamos nuestro ejemplo de uso acotado, centralísimo para que ellos lo aprendan, y por ese camino podremos brindarles esos valiosos ratos de presencia plena y disponibilidad sin pantallas que nuestros chicos tanto necesitan para sentirse queridos y cuidados por nosotros.