Se cayó el presupuesto, por supuesto
Las ficciones que monta el Gobierno son espectaculares; salvo cuando terminan mal. Hay que saber moverse en el mundo de la irrealidad. Alberto, cuyo histrionismo no vamos a poner en duda –como Chirolita es incluso mejor que el original–, hizo un buen trabajo en el búnker de la derrota, el 14 de noviembre, al hablar de un triunfo épico. Acostumbrado a representar los más diversos papeles, le dijeron que festejara y se largó a festejar, un cuadro entrañable; patético, pero tierno, porque a los libretos más comprometidos les pone el cuerpo con entusiasmo adolescente. Aunque jamás aprenda del todo la letra, nadie puede negarle arrojo. El problema es que después toca debatir en el Congreso el proyecto de presupuesto y se topa con que no le alcanzan los votos, justamente por haber perdido épicamente el 14 de noviembre. Voy a salir en su defensa: él está para disfrazarse de lo que le pidan, hasta de presidente, y no para ganar elecciones. Que de eso se ocupe Chasman; quiero decir, Cristina.
Otro problema: el presupuesto. Querían hacerlo malo y en un descuido les salió horrible; querían hacerlo de mentirita y resultó una farsa monumental. Al frente de esa tarea estuvo el secretario de la Deuda, Martín Guzmán. Guzmán es, acaso, uno de los mayores ilusionistas del Gobierno. Esperábamos a un académico de Columbia y nos llegó un actorazo, otro que se anima a todo, un lanzado, tremendo personajón, amigo de Stiglitz, del Papa y de la gerenta del Fondo Monetario, amiguísimo de los acreedores y enemigo de la verdad, de los apuros y de acertar pronósticos. Esperábamos a un mago de Wall Street y vino un genio de Broadway. Alberto lo ama –colega al fin– y Cris lo detesta, y en esa hibridez el tipo lleva ya más de dos años y se sigue riendo de nosotros; impresionante, porque se ríe con gesto adusto, con cara de hombre serio, habilidad propia de los grandes comediantes. Parece que un día el Presidente lo animó a pergeñar un plan económico, o algo que se le pareciera, cosa de calmar a las fieras (la gente, los mercados, los medios). Fingiendo indignación, Guzmán amenazó con la renuncia: “Alberto, no me podés cambiar así las reglas de juego”. Más calmo, le explicó que en la Argentina los planes económicos fracasan, y que si no hay plan, no hay fracaso.
"Tan calladito que era Máximo cuando rendía exámenes de Derecho, ayer habló y rompió todo"
En todo el mundo, los presupuestos nacionales se hacen con miles de planillas. Nuestro Martín made in Broadway prefirió un dibujo, un garabato, y razones no le faltaban: “Después llega a Diputados, y entre Máximo y sus amigos, y Massa y sus sponsors, no queda nada en pie”. Es lo que me decía ayer un diputado oficialista, que me atendió con tanta mala onda que tengo ganas de darle la cana; lo perdono porque me tiró un buen entrecomillado: “Lo que mandó Economía era un verdadero mamarracho, indefendible, y acá le agregaron 300 mamarrachos más”. En el Frente de Todos no contaban con la desorganización funcional de las 8, 10 o 14 bancadas de Juntos por el Cambio, que en un giro que ni ellos se explican terminaron abroquelados votando por el rechazo. Tampoco contaban con el discurso de Máximo. Tan calladito que se quedaba frente a las mesas examinadoras en su fugaz paso por la Facultad de Derecho de la Universidad de Belgrano, musitando apenas “soy el hijo del presidente Néstor Kirchner”, ayer habló y rompió todo. ¿Se le escapó el Máximo que lleva adentro y que él trata de adecentar? ¿O directamente fue contra el presupuesto de Alberto, que es el presupuesto de Guzmán, que es el presupuesto, sospecha, del ajuste dictado por el FMI? Me niego; digo, me niego a ser exégeta de este chico. Ahora estamos sin plan y sin presupuesto. Quiero escuchar la interpretación albertiana de lo que pasó ayer: debe estar buscando un buen libretista.
El viernes pasado vi el acto de Cristina en la Plaza de Mayo por la Televisión Pública. Otra vez asistimos a una recreación artística: el conductor presentó la más masiva y explícita protesta del kirchnerismo contra el Presidente como una “cabal demostración de la unidad del Frente de Todos”. Fue el primer ¡glup! Segundo: en el Día de la Democracia, que vendría a ser el día de todos, sin distinciones ni banderías, no había opositores; no los invitaron porque estaba el riesgo de que aceptaran, y también estaba el riesgo de que pareciera el Día de la Democracia. Tercero: Cristina y Alberto se tomaron de las manos y cruzaron miradas y sonrisas, pura dulzura, después de que ella lo amenazara con una pueblada. Al conductor militante se le humedecieron los ojos. A mí también.
Amoldar la realidad a un relato de tipo ficcional está bueno: permite decir que gracias a la Sputnik se puede conocer mejor el país, que el cierre de importaciones nos va a salvar de las baratijas de Apple, que Cristóbal López y De Sousa fueron víctimas de Echegaray, que Meme Fernández tiene la firma.
Por favor, más respeto con la palabra “relato”. La Real Academia Española acaba de incorporar una nueva acepción: “Reconstrucción discursiva de ciertos acontecimientos interpretados en favor de una ideología o de un movimiento político”.
El kirchnerismo deja huella, hace historia.