Se acabó el tiempo de los relatos en la región
Montevideo.- Envuelta durante tantos años en una era de puro relato, América latina empieza a descubrir que a las cosas hay que llamarlas por su nombre. El engaño, la ficción y el disimulo van perdiendo la adhesión que supieron tener.
Contrariamente a lo que algunos dicen, el presidente Mauricio Macri no tiene ningún problema de comunicación para informar sus decisiones económicas. Sucede que no hay una "buena manera" de comunicar que suben las tarifas, que el dólar se devalúa, que persiste la inflación y hay despidos.
Las medidas no son amables y es imposible anunciarlas como si lo fueran. Como tampoco es fácil descalificar a los que inventan alternativas inviables. Contra la demagogia rampante no hay antídoto. Sólo esperar y ver quien tiene razón.
Macri es rehén de una tierra devastada que le dejó el kirchnerismo con deliberada mala intención. El tema es que llegó después y, aunque no sea su legado, le toca a él asumir la carga y aguantar.
Tampoco en Brasil sirven los viejos cuentos. Ya en el tercer período de gobierno del partido de Lula da Silva y Dilma Rousseff, ahora impactan estos asombrosos niveles de corrupción y un drama económico en que la "herencia maldita" se la quedan los mismos que la generaron. Es natural entonces que la coalición de partidos que sostenía a la presidenta se rompa. El escándalo es demasiado grande para seguir juntos. Ocurriría en cualquier país democrático y nadie lo adjudicaría a una conspiración mediática ni golpista. Ese relato no se sostiene. Los males que sufre la presidenta fueron provocados por sus propios compañeros de partido, sus ministros y por ella misma. No son invento.
Los miembros del Congreso, cuyos votos también tienen origen popular y electoral al igual que los de la presidenta, le dieron la espalda y la lista de razones para eso es larga y evidente.
En consecuencia, se pusieron en marcha los mecanismos constitucionales para que se vaya. Gustarán o no, pero los instrumentos están, se actúa a la luz del día, nada es secreto ni oculto. Lo irónico es que parte de las mencionadas "oscuras fuerzas" son los poderosos empresarios, hoy presos por haber sido socios de este gobierno, no sus enemigos, en los negocios de corrupción. Por ese motivo el gobierno pierde el apoyo de la gente y deja de ser popular. No es el signo ideológico lo que define a un gobierno como popular.
Es verdad que muchos de los acusadores de Dilma pecan de la misma corrupción; no en vano fueron socios en el acuerdo político inicial. Pero eso no hace menos corrupto al gobierno cuestionado: tal vez no Dilma, pero sí lo han sido muchos de sus ministros y directores y todo indica que hasta el propio Lula. Ella estuvo rodeada de esta gente y sabía lo que estaba sucediendo. No era ingenua. No hay relato que pueda aducir que en Brasil hay golpistas. En todo caso, hay suicidas políticos.
En Caracas, Nicolás Maduro se hace el guapo cada vez que las cosas empeoran. También para él un golpismo disolvente horada el modelo de "socialismo siglo XXI" inventado por su antecesor. La culpa nunca es propia sino de terceros. Se niega la existencia de una larga lista de errores acumulados desde los tiempos de Hugo Chávez. Se niega la existencia de un pueblo desencantado que abrumadoramente le dio una vasta mayoría a la oposición dentro de la Asamblea Nacional.
Lo cierto es que faltan medicamentos, no hay alimentos, no hay luz, no hay agua y se reducen las horas de trabajo porque se gasta menos de esa forma. Y no se trata de Haití. Sin embargo, desde su solitaria minoría, Maduro cree su propia fábula y habla como si fuera un líder carismático que alineó a su pueblo luchador. Pero como lo suyo es puro cuento, sólo puede imponerlo mediante la prepotencia que le da su cargo.
Uruguay está lejos de estos desmanes de ficción. Pero, a su medida, tiene sus caídas. Se termina la fiesta del despilfarro en algunas empresas públicas (la petrolera Ancap, entre ellas) que año tras año fueron arrastrando y aumentando pérdidas cuantiosas pese a ser organismos monopólicos. Una comisión parlamentaria dejó en evidencia no sólo una gigantesca incapacidad administrativa, sino también la posibilidad de irregularidades que ahora sólo la Justicia podrá aclarar.
Sin embargo, se insiste en echar la culpa a la oposición por intentar arruinar su modelo "progresista". Para los culpables, nadie hizo las cosas mal, nadie fue incompetente, nadie tomó decisiones cuestionables.
Sí, las cosas están cambiando en el continente. Una forma crispada e irresponsable de hacer política demostró sus errores y desnudó su flagrante inmoralidad.
En algunos lugares, eso ocurre en los tiempos justos. En otros no. Dilma y Maduro, desde el ejercicio del gobierno, están pagando por sus desatinos. La bomba les estalló en la cara.
No sucedió así en Argentina. El kirchnerismo tuvo tiempo de manipular esa inevitable bomba y la pudo programar para postergar la explosión hasta después de su partida. Es Macri entonces quien tiene que responder. Cristina zafó. Al menos de este lío, pues el de la corrupción finalmente empieza a alcanzarla.
Terminó el tiempo de los relatos, de los cuentos empaquetados para que se vendan mejor. Sobre la mesa sólo está la verdad cruda y descarnada. Dilma y Maduro, con todas las diferencias del caso, tendrán que lidiar con ella, porque fue de su propia confección. Macri la hereda y, le guste o no, está a cargo. No tiene forma de disimularla. No hay manera de comunicar mejor lo que es horrible. Lo demás es puro cuento.
Periodista y columnista político uruguayo