Scioli y la maldición bonaerense
Alvaro Abos Para LA NACION
La provincia de Buenos Aires ocupa el 11% del territorio del país, alberga al 40% de su población y produce el 35% del PBI nacional: es una Argentina en sí misma. Tiene una enorme área metropolitana en la que conviven las urbanizaciones más ricas con guetos que son sucursales del infierno; tiene campos feraces, ríos caudalosos, inmensas lagunas, playas serenas y abruptos acantilados. Encierra, además, un enigma político que algunos han llamado "una maldición": desde que comenzó la historia moderna de la provincia, en 1880, jamás un gobernador de Buenos Aires llegó a presidente.
Inauguró la "maldición" Dardo Rocha, el creador de La Plata, esa grandiosa epopeya civil argentina: fue el gobernador entre 1881 y 1884, y se esperaba que subiera a la presidencia como sucesor de Julio Argentino Roca. Pero el general Roca prefirió a su cuñado, Miguel Juárez Celman, y luego otros políticos postergaron a Dardo Rocha hasta que murió, en 1921.
Durante décadas, el poder en la Argentina fue un coto de los conservadores que gobernaron con fraude. Los presidentes eran elegidos en componendas de partido, pero, aun a través de ese mecanismo oscuro, operaba la extraña "maldición". Un político conservador de fuste que aspiró a la presidencia fue Marcelino Ugarte, a quien los caricaturistas llamaban "El petiso orejudo" por ciertas características físicas que lo asemejaban a un célebre asesino. Ugarte gobernó la provincia entre 1902 y 1906 y volvió a hacerlo entre 1914 y 1917. No pudo consumar su ambición presidencial. Años después, lo mismo le pasó a otro conservador, Manuel Fresco: gobernó en La Plata entre 1935 y 1940, pero rencillas en el poder lo devolvieron a su casa y luego pasó su hora.
Una Argentina vertiginosa no concede mucho tiempo a los políticos. En 1946, cuando Juan Domingo Perón llegó a la presidencia, el coronel Domingo Alfredo Mercante fue electo gobernador de Buenos Aires. Lo llamaban "el corazón de Perón". En 1950, Mercante, al vencer su mandato, pudo ser reelegido, pero Perón le había vuelto la cara. Lo reemplazó Carlos Aloé, un edecán de oscura memoria.
En 1958 entró en la Casa Rosada el presidente Arturo Frondizi. Junto a él llegó a la gobernación de Buenos Aires el médico y legislador Oscar Alende. Los militares echaron a ambos en 1962. Alende tenía entonces 53 años y siguió dedicándose a la política hasta su muerte, en 1996. Pudo ser presidente de la Nación, pues su honestidad y dedicación le granjearon prestigio, pero las circunstancias no se lo permitieron. En 1963, proscripción mediante, el electorado prefirió a los radicales del pueblo y en 1973 a los peronistas. En 1983, la sociedad siguió a Raúl Alfonsín. A todas estas elecciones se presentó Alende y perdió.
Junto con el presidente Arturo Illia, ocupó la gobernación de Buenos Aires Anselmo Marini. Derrocado en 1966, ya no tuvo más oportunidades. Antonio Cafiero fue elegido gobernador en 1987. Convivió con el presidente radical Raúl Alfonsín, a quien aspiró a suceder. Cafiero era el candidato natural de los peronistas para la elección presidencial de 1989. Pero? apareció un tapado, el gobernador de La Rioja Carlos Menem e, inesperadamente, Menem venció a Cafiero en las internas y fue consagrado luego presidente. Cafiero no tuvo otra oportunidad de llegar a la Casa Rosada.
El vicepresidente de Menem fue Eduardo Duhalde, quien enseguida aspiró y obtuvo la gobernación de Buenos Aires, en la que permaneció ocho años. Todo indicaba que sería el continuador de Menem en la Presidencia, pero "la maldición" lo alcanzó y en 1999 fue derrotado por Fernando de la Rúa.
Félix Luna se preguntaba si "la gobernación de Buenos Aires es una tentación permanente para aspirar a responsabilidades más altas". Sin duda lo es, concluía el autor de Soy Roca , y se interrogaba: "¿Lleva consigo una fatalidad perpetua, ilevantable o simplemente una jettatura que puede cortarse alguna vez?". Estas frases las escribió Félix Luna en 1975. Y los sucesos posteriores parecen confirmar sus especulaciones. La "maldición" pervive.
Pero las maldiciones, a poco que se las analice, son hechos históricos más que esotéricos. A algunos de esos gobernadores, las "roscas" no les fueron propicias, en otras ocasiones los alcanzó un cambio de época. La historia puede ser más veloz que la biología, aunque a veces es tan lenta que, en ella, una vida puede ahogarse como en un pantano. Sin embargo, el principal motivo por el cual ningún gobernador llegó a presidente proviene de la brutal dureza de la vida política argentina. Decía Joaquín V. González que la invariante argentina es el odio.
Es tal la avidez por el poder que éste quema: un poder tan grande como el que otorga la provincia de Buenos Aires devora a sus hijos como el dios Saturno a los suyos en la pintura de Goya.
¿Hay algún gobernador que, habiendo olido desde tan cerca el poder presidencial, no lo haya codiciado? Sí, los hay y merecen nuestro homenaje. Hombres que, con mayor o menor fortuna, sirvieron a su gente y luego se retiraron con dignidad y modestia. Por ejemplo: José Camilo Crotto, gobernador de la provincia de Buenos Aires durante la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen (1916). Es mayormente conocido porque autorizó por un decreto que cada tren llevara gratis a dos linyeras. Cuando la policía ferroviaria inspeccionaba los vagones, hacía bajar a los polizontes, menos a dos: "Vos y vos siguen por Crotto". Este hombre quizá no haya dejado gran huella en la historia grande, pero al menos creó una palabra que aún se usa en la Argentina.
José Luis Cantilo fue gobernador (1922-1926) durante la presidencia de Marcelo Torcuato de Alvear y no aspiró a la Presidencia. Tampoco lo hizo Alejandro Armendáriz, gobernador de Alfonsín o el propio Mercante, quien, al ver que su hora había pasado, se retiró de la política.
Los que quisieron dar el salto no pudieron, a veces, por voluntad de quienes ocupaban el poder. A Dardo Rocha se lo impidió Roca. A Mercante, Perón. A Alende, una dictadura militar. Otros se toparon con un cambio histórico. A otros les jugó en contra su propia "larga duración". ¿Por qué no ganó Duhalde la elección de 1999? Diez años de menemismo fueron muchos y la sociedad se había cansado.
Lo que pasa con Daniel Scioli, ¿puede explicarse por alguno de estos mecanismos? Scioli es un fruto político del menemismo. Fue Menem quien lo transfirió del deporte a la política. Que Kirchner lo haya llevado como vicepresidente cuando se postuló en 2003 era coherente, pues ambos provienen del mismo tronco, el menemismo estructural. Sin embargo, el kirchnerismo, al mismo tiempo que usa a Scioli, desconfía de él. El propio Kirchner lo "retó" en público y algunos de sus partidarios hoy lo escarnecen sin tregua, al calificarlo peyorativamente como "el ex vendedor de electrodomésticos". Otros lo acusan de procurar, sibilinamente, una supuesta "restauración conservadora". Si, como todo indica, la Presidenta postula su reelección en los comicios del próximo 23 de octubre, necesitará a Scioli. ¿Aceptará el gobernador nuevas humillaciones, como las que recibe desde hace tanto tiempo? En ese caso, ¿por qué los ciudadanos sin vela en ese entierro hemos de soportar que el Estado se convierta en una constante reyerta?
Sea en 2011 o en 2015, el ahora gobernador deberá enfrentar a la mentada "maldición", esa nube oscura que una y otra vez se cierne sobre el camino entre La Plata y Plaza de Mayo.
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