Scioli ensaya con la máscara del kirchnerismo
Era un rockstar pasado de moda. Con la retórica de siempre, fluido y en portugués, Luiz Inácio Lula da Silva exponía ayer en el salón Emperatriz del hotel Alvear ante un auditorio de 50 personas integrado mayoritariamente por ejecutivos de segunda, tercera y cuarta línea. Gente probablemente valiosa, pero distante de aquel público entusiasta que, hace pocos años, cada vez que el kirchnerismo amagaba con alguna ensoñación bolivariana, censuraba enseguida: "Menos Chávez y más Lula". Detrás del ex presidente de Brasil, en una pared que mostraba patrocinantes, seis ausencias significativas hacían más evidente esa estrella que se apaga: no había un sólo logo del Grupo de los Seis (G-6), la entidad que reúne a los sectores más representativos de la economía.
Fue una gestión fallida de la Fundación DAR, conducida por José Scioli y organizadora de la charla, que había ofrecido lo que ninguna de esas seis cámaras quiso aceptar. Constructores, industriales y comerciantes se consultaron esta vez el uno al otro: ¿van a poner logo? Respuesta terminante: no, el logo no se pone en cualquier lado. Entonces, Carlos de la Vega, líder de la Cámara de la Construcción, fue el único presente del G-6. "La UIA no va a actos partidarios", explicaron en la Unión Industrial Argentina.
La magia no está intacta. Lula viene salpicado por la investigación sobre coimas conocida como Petrolão, el escándalo público-privado más grande en la historia de América latina, y se lo acusa en Brasil de haber hecho viajes apoyando por el mundo a la empresa Odebrecht, cuyo dueño, Marcelo Odebrecht, sigue en prisión preventiva. Recuerdos del mundo contratista: ayer, el auditorio del Alvear tuvo como celebrity a Jorge "Corcho" Rodríguez, ex pareja de Susana Giménez, hombre de inmejorable relación con Julio De Vido e integrante de una gira del Gobierno a Pekín en diciembre de 2013, cuando se presentó en la residencia del embajador argentino como asesor de la constructura en cuestión. Rodríguez escuchó a Lula y, momentos después, aprovechó para tomar un café en el lobby con Diego Bossio, jefe de la Anses, que venía de otra parte.
Los vínculos con Lula nunca se rompieron. Un día antes, el líder del PT había expuesto en el 3er Congreso Internacional de Responsabilidad Social que Alessandra Minnicelli, la mujer de De Vido, armó en la Rural junto con tres coorganizadores de buen trato con el kirchnerismo: Alberto Barbieri, rector de la UBA; Daniel Reposo, aquel abogado de CV con errores de tipeo que hoy preside el Comité Académico del Instituto Superior de Control de Gestión Pública, y Carlos Fantini, decano de la regional La Plata de la UTN.
Que la visita a Buenos Aires de un orador que en 2012 se ganaba ovaciones en el Coloquio de IDEA haya sido indiferente al mundo de los negocios habla de cambios de ánimo fácilmente perceptibles. El más obvio: el temor que la crisis brasileña viene infundiendo en el establishment se mezcla con reproches hacia Dilma Rousseff y todo el PT. En voz baja, los empresarios afirman que una ley similar a la del arrepentido que rige en Brasil provocaría aquí un desparramo de consecuencias impredecibles, pero admiten que ayudaría a mejorar el sistema corrupto con que conviven, cuya instalación atribuyen a la clase política. El otro cambio de tendencia tiene que ver con el candidato del Frente para la Victoria, a quien muchas corporaciones ubicaban meses atrás entre sus predilectos. ¿Puede haber perdido Scioli ese encanto que pocos meses antes habría saturado de ejecutivos una charla organizada por su espacio? ¿O será que lo juzgan menos propenso que la Presidenta a escarmentar un desdén empresarial?
El germen de la desconfianza parece estar una vez más dentro del kirchnerismo. Todavía hoy, con muestras sobradas de que Scioli hará lo posible por evitar el conflicto con la facción a la que busca suceder, muchos hombres de negocios atribuyen a la Casa Rosada actitudes que no necesariamente provienen de allí. Un buen ejemplo fue, esta semana, el revuelo que armó la foto de un asado de reencuentro entre dirigentes políticos y empresariales que venían de un viaje a los Estados Unidos organizado por la Cámara de Comercio Argentino Americana. Con José Ignacio de Mendiguren como anfitrión, el grupo se reunió en el quincho de la casa que el textil tiene en las Lomas de San Isidro: estaban, entre otros, Gustavo Marangoni, presidente del Banco Provincia; Patricia Bullrich y Laura Alonso, diputadas de Pro; los massistas Marco Lavagna y Marcelo D'Alessandro, y representantes de Coca-Cola y Nike. Hasta el menú elegido, un cordero scottish blackface regalo de Carlos Pedro Blaquier, era suficiente para irritar a un paladar kirchnerista. Pero quien primero reaccionó fue Alberto Pérez, jefe de Gabinete bonaerense, que le reprochó a Marangoni estar entrometiéndose en la campaña. Una foto vale más que mil obras. Pérez venía ya molesto desde que, hace un año, en una entrevista con Diego Sehinkman en LA NACION, el presidente del Banco Provincia se mostró partidario de "una mixtura entre Alberdi y Perón" y agregó: "No tenemos que tener ningún empacho en definirnos como liberales". El lunes volvió a exasperarse al ver que Clarín le daba a la foto un título sugestivo: "Buscan el fin de la grieta en el Congreso".
Desde la jefatura de Gabinete idearon entonces un reto que caló hondo en el humor militante. Por ejemplo, en Juan Cabandié, más entusiasmado que nunca en aplicar correctivos, porque compite con Marangoni el espacio porteño kirchnerista. "¿Marangoni preguntó a Bullrich sobre la grieta que provocó al sacar el 13% a los jubilados?", se preguntó en Twitter. Todo era una excusa: los roces entre La Cámpora y el sciolismo bonaerense venían en realidad de antes. Ya la semana anterior, Andrés Larroque había preguntado en la mesa Scioli Presidente 2015 por qué la agrupación fundada por Máximo Kirchner no tenía un mejor lugar allí pese a contar con cuadros como Axel Kicillof, primer candidato a diputado, y Mariano Recalde, candidato a intendente. Respuesta de un dirigente porteño: "Los carteles de Axel en Capital tampoco incluyen una palabra de Scioli". La segunda estocada vino de Patricio Mussi, intendente de Berazategui y hombre de buena relación con De Vido. "Es una foto tremenda -fustigó en conversación con radio Del Plata-. Yo no me sentaría a esa mesa: mi grieta con Bullrich o Alonso es irreparable porque pensamos diferente. Estas cosas confunden. La cena de amigos es con amigos y ahí había enemigos del país, de la patria y de la Presidenta".
Esas caricaturas de campaña trocaron el viejo respaldo a Scioli en hastío ante el grotesco. Como si, de tanto ensayar, la máscara hubiera quedado adherida sin remedio al verdadero rostro.
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