Scioli, el peronista que no es peronista
Quizás esta nota debió titularse "Adolfo Rodríguez Saá, el único candidato peronista en las próximas elecciones presidenciales". Pero conviene ir por partes.
La ausencia de Daniel Scioli en el debate de candidatos presidenciales celebrado en la Facultad de Derecho motivó en mí un paseo por la memoria, una irreprimible vuelta al pasado, hasta caer en otra campaña electoral en la que participé activamente y que todavía hoy, veintiséis años después, me genera sentimientos ambiguos.
Hablo, claro, de cuando entraba en su fase terminal el gobierno de Raúl Alfonsín, reluciente campeón de la democracia recuperada en 1983, y mandatario acosado por la crisis económica y la desobediencia sindical y militar en 1989; el tiempo en que me descubro integrando los equipos de campaña de Eduardo Angeloz, por entonces gobernador de Córdoba y candidato radical a la presidencia, frente a su principal contendor, el riojano y peronista Carlos Menem.
Creímos esa vez, como lo creyeron ahora los organizadores del acto en Derecho, que un debate entre los candidatos resultaría útil e ilustrativo para todos. Negociamos largamente con el equipo de Menem para que el encuentro pudiera tener lugar, y transmitirse por televisión, pero advertimos que el equipo opositor sumaba obstáculos, hasta que finalmente renunció al debate. Como iban adelante en las encuestas, aplicaron el principio, no demasiado democrático, de que "el que va ganando no debate".
Sugerí que Angeloz se presentara de todas formas en el canal de televisión y desarrollara su plataforma sentado frente a una silla en la que no habría nadie. Así se hizo, e incluso sacamos de ese monólogo un spot que llamamos "La silla vacía" y que resultó muy difundido y popular, pero que no influyó para nada en las cifras electorales, ya que, como se sabe, Menem ganó con comodidad la elección presidencial, muerto de risa pensando en esa silla en la que nunca posaría su cuerpo.
¿Habrá hecho el mismo razonamiento Daniel Scioli? ¿Cuál fue el verdadero motivo de Menem para desertar, y cuál el de Scioli? ¿Podemos imaginar que se parecen porque los dos son peronistas, o el atril desocupado de Scioli no tiene nada que ver con la silla vacía de Menem?
Antes de tratar de responder a estas preguntas, otro foco de la memoria ilumina nuevamente esa campaña, la de 1989, ¿y con qué se encuentra? Con distintas imágenes de la familia Scioli, dueña de una importante cadena de venta de electrodomésticos, y que tiene simpatías por el radicalismo y ha decidido apoyar la candidatura de Eduardo Angeloz. Allí está también Daniel Scioli, un joven motonauta de poco más de 30 años, que no parece demasiado interesado en la política y que, en todo caso, comparte las simpatías prorradicales de su familia. Dejemos ahora los recuerdos y vayamos a los puros datos.
Antes de que termine ese mismo año, el joven motonauta sufrirá un terrible accidente en que perderá su brazo derecho, pero se sobrepondrá y después de algún tiempo volverá a las justas acuáticas. En realidad, su vida se partirá en dos, tendrá un cambio brusco cuando, como otras figuras del deporte o el espectáculo (Palito Ortega o Carlos Reutemann), sucumba al hechizo menemista y en 1997, ya cumplidos los 40 años, inicie su carrera política como diputado nacional por el justicialismo.
De allí en adelante, su trayectoria en materia de cargos públicos será mayor que la de cualquier otro peronista por adopción: ocupará la Secretaría de Deportes y Turismo con Eduardo Duhalde, será vicepresidente de la Nación con Néstor Kirchner (2003-7) y gobernador de la provincia de Buenos Aires durante el doble mandato de Cristina Kirchner.
Estamos de regreso en las dos escenas de debate abandonadas por los respectivos candidatos peronistas: Menem en 1989, Scioli en 2015. Las explicaciones obvias nos dicen que no conviene perder los votos conquistados mientras se va ganando, que un tropezón verbal puede pagarse caro, o que el resplandor momentáneo de un rival es capaz de borrar toda ventaja anterior.
Por mi parte, me permito formular una hipótesis diferente, que tal vez ni siquiera los propios interesados avalarían: Menem y Scioli abandonaron sus respectivos compromisos para debatir no por una explicación común, sino por razones simétricamente opuestas: uno, porque era demasiado peronista, el otro, porque lo era demasiado poco.
El perfil de Menem, en aquellos años anteriores a sus presidencias, era -hasta casi la caricatura- el de un típico caudillo (peronista) del norte argentino, que con sus patillas, su poncho y su entonación provinciana podría partir en desventaja enfrentado a un radical más "moderno". Cadencia contra cadencia, el acento cordobés parecía más familiar que el acento riojano. Es cierto que Menem se veía favorecido por la mala imagen del gobierno de Alfonsín, pero no le convenía exacerbar una evocación más antigua: la del mandato de Isabelita, con Triple A y lopezrreguismo incluidos.
En cambio, si se trata de Scioli, ya se ha visto que no es peronista ni por tradición, ni por militancia clandestina, ni por haber leído a Arturo Jauretche o a Ernesto Laclau, ni por resistente sindical, ni por ningún otro motivo que no sea su sentido de la verticalidad y su prolijo travestismo, que le han permitido mantenerse en pie mientras otros caían. Habría sido difícil para Scioli, en el debate planeado, contestar preguntas sobre su origen ideológico y su tardía llegada a un movimiento que antes de eso no lo tomó en cuenta, y que después no dejó nunca de mirarlo con desconfianza. Tampoco habría sido cómodo responder acerca del papel de Cristina Kirchner a partir del 10 de diciembre.
De todos modos, y aunque es obvio que no votaré por Scioli, siento una mezcla de miedo y curiosidad ante su posible victoria, que puede derivar, en el mejor de los casos, en un peronismo más institucional y pluralista, o, en el peor, en un conflicto civil de impensable desenlace.
Volvamos al principio: como ni Scioli ni Sergio Massa (con su formación ucedeísta) son peronistas auténticos, solo queda Adolfo Rodríguez Saá para los insatisfechos votantes ortodoxos.