Scaloni y Tapia, el camino del mérito o de la obsecuencia
La selección encarna una fórmula basada en el profesionalismo, la excelencia, la disciplina y la humildad; en el otro extremo está la AFA: opacidad, improvisación e intereses personales
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Algo ha vuelto a salir bien en la Argentina. El triunfo de la selección en la Copa América representa mucho más que un logro deportivo: nos recuerda que el profesionalismo, la apuesta a la excelencia, la constancia, la disciplina y el liderazgo virtuoso son una fórmula ganadora. Ya lo habíamos visto en Qatar, y se ratifica ahora, un año y medio después. El espectáculo, sin embargo, también nos dejó imágenes penosas que tal vez expliquen nuestro fracaso en otras áreas.
La escena del presidente de la AFA asistido por un amanuense que, detrás de la poltrona, le seca la transpiración de la nuca como si fuera un monarca del siglo XVIII excede lo bizarro o lo pintoresco para convertirse, quizá, en la postal de una cultura dirigencial que concibe sus funciones como un privilegio y que genera a su alrededor un tráfico de favores y obsecuencia que llega hasta la genuflexión. Puede parecer un hecho menor y periférico, pero exhibe una forma de concebir el poder.
La selección parece ofrecer, una vez más, un modelo inspirador que contrasta, incluso, con el primitivismo, la improvisación y la oscuridad que suele exhibir la AFA. Es un modelo que combina talento con esfuerzo, disciplina con tenacidad, y grandeza con humildad, aunque tampoco está exento de errores y actitudes desafortunadas. Es un equipo que transmite sobriedad y equilibrio y que, a pesar de estar integrado por estrellas y celebridades internacionales, expresa cierta modestia aun en los momentos de gloria. Parece una selección “con los pies sobre la tierra”, liderada por una generación que sabe lo que es el sacrificio de ganarse un lugar por mérito propio, pero que al mismo tiempo valora la noción de equipo y reconoce una conducción y un liderazgo nítidos. Es un plantel de atletas profesionales, que hasta ha tenido el buen criterio de no acercarse al poder, ni antes ni ahora, y de no quedar “pegoteado” a una dirigencia futbolística que no parece representarlos.
Las virtudes de la selección parecen contrastar con una degradación cultural y educativa que está en la base del deterioro argentino. Esos mismos valores del mérito, la autoridad, el orden, el esfuerzo y la disciplina que celebramos en el deporte de alto rendimiento son los que lucen desdibujados en el ámbito público en general, donde la exigencia está mal vista y la calidad es sospechosa.
Es cierto que los campeones tampoco están exentos de la equivocación y el error. Los cánticos con connotaciones racistas y homofóbicas contra el seleccionado francés, de parte de un plantel de profesionales de elite, contrastan con esos valores que han transmitido dentro de la cancha. Se puede rescatar, sí, el pedido de disculpas. Y anotar el arrepentimiento y la capacidad de aprendizaje como otra lección positiva, aunque hubiera sido preferible un comportamiento más alejado de la ofensa y la provocación que suelen naturalizarse en la cultura tribunera.
Tal vez valga la pena examinar el modelo de Scaloni desde una perspectiva más amplia que nos reconcilie, incluso, con la idea de “selección”, que implica una valoración de los mejores y simboliza exactamente lo opuesto a la nivelación hacia abajo. Detrás de este equipo exitoso hay mensajes que deben ser escuchados: los lugares se ganan, no se regalan; el esfuerzo se reconoce, no se desalienta; el talento es importante, pero también el sacrificio. Hay algo más: los errores tienen consecuencias.
El logro deportivo nos recuerda que hay una Argentina virtuosa, y que las cosas salen bien cuando se trabaja con seriedad y sentido común. Hay “Messis” y “Scalonis” también en el ámbito de la ciencia, el desarrollo tecnológico, la educación, la producción agropecuaria y el arte, por citar solo algunos campos en los que se identifican islas de excelencia y competitividad. Esta semana hemos conocido los nombres y las historias de Martina Basgall y Ian Gottlieb: son dos argentinos, de 17 y 20 años, que figuran entre los cincuenta mejores estudiantes del mundo. Valorar y destacar esas trayectorias tal vez sea una forma de potenciar el modelo de la selección en ámbitos en los que también podemos volver a ser campeones.
La Argentina tal vez deba regresar a aquella saludable tradición de los “cuadros de honor”, que simbolizaban una cultura en la que el mérito era celebrado y reconocido. Quizá puedan leerse como un síntoma auspicioso las noticias de esta semana, donde los nombres de Messi y el Dibu Martínez estuvieron en tapa junto a los de Ian y Martina.
Sería un exceso de optimismo, sin embargo, no recordar que la Copa América también dejó aquella imagen de un presidente de la AFA alejado de esos valores de sobriedad y profesionalismo que se vieron dentro de la cancha. Tapia también es un símbolo, pero no de las virtudes, sino de la degradación argentina. Expresa a una burocracia reñida con la transparencia y también con la eficiencia, y a una dirigencia que se regodea en sus privilegios e intereses y ni siquiera cuida las formas.
Detrás de las imágenes del “seca-nucas” asoman preguntas obvias. El que “asiste” al “patrón” de la AFA es un dirigente de Deportivo Armenio que ha sido rozado por presuntos vínculos con barrabravas y que llegó, de la mano de Tapia, a ocupar un lugar en la conducción de la AFA que le permite viajar por todo el mundo. ¿Qué favores paga el “cortesano” cuando alivia el sudor de “el padrino”? La escena, digna de una película de Coppola, esconde más de lo que muestra. Acá también hay un mensaje, y es exactamente opuesto al que transmite la selección: los lugares no se ocupan por mérito ni por profesionalismo, sino por obsecuencia y “códigos” que remiten a un entramado opaco de intereses. ¿Qué defiende Tapia cuando se opone a las sociedades anónimas deportivas? ¿Ideas y valores, o negocios y poder propios?
Tapia es heredero y exponente de una cultura dirigencial enquistada en el fútbol, pero también en los mundos del sindicalismo y la política. De hecho, la presidencia de la AFA no le ha impedido conservar una silla de poder y de influencia en el organigrama estatal: es vicepresidente de Ceamse, la empresa pública que se ocupa de la administración de los residuos urbanos de toda el área metropolitana. Para entender esa dualidad hay que tirar del hilo que conduce al poder de los Moyano y a los pactos con los barones del conurbano, entre otros sectores de la política.
El domingo a la noche se vio otra imagen de esa cultura dirigencial: Tapia, junto al presidente de la Conmebol, en la foto de la premiación y del triunfo, pero sin haber figurado antes, a la hora de la incertidumbre. Ninguno de los dos había estado para pedir o brindar explicaciones por los graves incidentes y déficits organizativos que empañaron la final. Representa otro rasgo habitual: una dirigencia más proclive a buscar su comodidad y su conveniencia que a asumir su responsabilidad y su deber; más inclinada a apropiarse del mérito ajeno que a hacerse cargo del fracaso propio.
Después de los nervios, de la emoción y del festejo, quedan varias escenas para analizar: la del llanto de Messi nos conmueve y nos inspira, porque muestra la sensibilidad y el amor propio de un ídolo que ganó todo, pero que sin embargo siente que siempre puede dar un poco más, y al que le duele tanto el desgarro físico como la necesidad de dejar su “puesto de trabajo” y su deber con el equipo. La celebración del plantel con el utilero, al que alzan en andas con la copa, también encierra un gran mensaje: un equipo que reconoce a los que están detrás, a los que sostienen con un esfuerzo silencioso, a los que nunca aparecen en “la foto”.
Decodificar los contrastes de la Copa América tal vez nos ayude a entender dos modelos contrapuestos: de un lado el equipo, el esfuerzo, el sacrificio y la excelencia. Del otro, la cultura de los privilegios, de la oscuridad, de la tajada en beneficio propio. En el campo de juego, uno se ha impuesto a pesar del otro. Pero ¿qué pasará afuera? ¿Se impondrá la cultura de Messi y Scaloni o la de Tapia y el “secanuca”? Es una pregunta sobre el futuro. La respuesta tal vez encierre el destino de la Argentina.