Santa Fe, la cuna de nuestra ley fundamental
La provincia de Santa Fe, por su gravitación histórica, su ubicación geográfica y su pronta adhesión a las ideas que llevaron a la victoria del general Justo José de Urquiza en los campos de Caseros, tuvo un papel importante en la sanción de la Constitución Nacional, de cuya gestación y sanción se están cumpliendo 170 años, pues los diputados que le dieron vida sesionaron entre el 20 de noviembre de 1852 y el 1º de mayo del año siguiente.
El 12 de septiembre de 1852 habían arribado al viejo puerto santafesino varios constituyentes acompañados por Urquiza, quien pronto debió volver sobre sus pasos, enterado de la revolución ocurrida el día anterior en Buenos Aires. Posteriormente siguieron llegando convencionales procedentes de las provincias del interior, que se sumaron de inmediato a las reuniones preparatorias.
Por entonces, Santa Fe no era más que un poblado que si bien ostentaba el título de ciudad apenas superaba las 4000 almas, incluida la campaña cercana. Cuando atardecía, las calles más céntricas, llenas de pozos, eran alumbradas con candiles de aceite y sebo. En cuanto al resto, quedaban envueltas en la más tremenda oscuridad. El mismo sistema se utilizaba en las casas de familia.
Acostumbrados a las privaciones propias de aquellos tiempos de pobreza bíblica, los diputados se alojaron en las casas de familia o en los conventos. El antiguo colegio de los jesuitas, abandonado después de la expulsión de la orden, en 1767, que estaba a cargo de frailes mercedarios cubiertos de años y achaques, recibió en sus celdas a la mayoría de los convencionales.
El gobernador Domingo Crespo, a quien no le faltaban problemas económicos ni políticos, jaqueado por los manejos de Juan Pablo López y la amenaza de una invasión porteña por el arroyo del Medio, había extraído de las casi vacías arcas provinciales las monedas necesarias para permitir que los cuarteles de las fuerzas de guarnición en Santa Fe, ubicados en el centro, enviaran diariamente ollas de comida a los huéspedes, es decir, el modesto “rancho” militar. A falta de suficientes invitaciones en las casas de familia y luego de acabarse las provisiones que traían de sus respectivas provincias, algunos de los diputados consumían tales víveres con fruición.
Por otro lado, los constituyentes tenían que lavarse personalmente la ropa en las aguas del arroyo El Quilla, afluente del Paraná, salvo los pocos que contaban con más recursos y recurrían a las mulatas lavanderas de todas las edades que ejercían su oficio de pasar jabón de cebo y golpear con fuerza las prendas en gastadas tablas. Del arroyo se extraía también el agua para las abluciones cotidianas, tanto más indispensables en las jornadas de intenso calor del verano.
Pero Santa Fe ofrecía ciertas delicias que apreciaban bien esos hombres acostumbrados a la amargura del ostracismo. La hospitalidad era una característica fundamental de aquella sociedad, y se ejercía en todo momento. Por otra parte, durante el tiempo que les dejaban libres sus deberes, existía la posibilidad de realizar pequeñas excursiones hasta las afueras de la ciudad, donde abundaban frutales de distinto tipo, pero debían cuidar de no alejarse demasiado en previsión de un inesperado ataque indio. Casi todos los convencionales, aun los religiosos, eran de armas llevar. Por eso no los arredraba la amenazante presencia de ciertos parroquianos de las pulperías con locales en las esquinas sin ochavas del sur de la ciudad. Es posible que alguno de los diputados no descartara la oportunidad de hacer un alto en ellas, beber una copita y apostar en las habituales riñas de gallos.
Oteaban el horizonte a la espera del chasqui que trajese noticias urgentes del lado de Buenos Aires, sitiada desde el 1º de diciembre de 1852 por el general Hilario Lagos.
A veces por la tarde, pero generalmente al entrar la noche, las familias santafesinas más conspicuas abrían las puertas de sus casas para escuchar a tan ilustres ciudadanos, agasajarlos y de paso dar satisfacción a la curiosidad de las niñas casaderas. Todo era sencillo, desde las bebidas (mate servido por las célebres cebadoras que acompasaban sus idas y venidas en pos de brindar a los huéspedes la infusión espumosa y a punto, o chocolate caliente y espeso) hasta las masitas, cuya elaboración vigilaban las matronas con esmero.
Dado que entonces la diferencia de edades no constituía un obstáculo insalvable, se enlazaron noviazgos que terminaron en bodas, como la del casi cuarentón Juan María Gutiérrez con la niña Jerónima (“Jeromita”) Cullen, de 15. La varonil apostura, pero también la inocultable fealdad de aquel discípulo y amigo de Esteban Echeverría, contrastaba con la belleza de su prometida. Da fe de ella el óleo que varios años más tarde pintó Prilidiano Pueyrredón. Otros convencionales fueron alcanzados por los dardos del certero cupido santafesino, como Salustiano Savalía, que se casó con Emilia López, de rancio arraigo colonial, y Luciano Torrent, quien unió su vida a la de Severa Zavalla.
El 27 de febrero de 1853, un día después de que el general Urquiza enviara desde la cercana Diamante una circular a las provincias para pedirles soldados con que ponerse de nuevo en campaña, se produjo un hecho importante en la vida de la ciudad, que se había convertido una vez más en sede de la firma de instrumentos fundamentales para la existencia del país: la creación del Club del Orden, con características similares al Club del Progreso, del que había sido socio fundador José María Cullen, quien pronto alcanzaría el gobierno de Santa Fe. El acta de fundación fue redactada por Juan María Gutiérrez en la casa de su novia, donde también se realizaron las dos primeras reuniones, y refleja, dentro de su estilo escueto, el anhelo de los fundadores de dar vida a una institución donde no tuviera lugar la política militante. El primer baile en que cada uno lució sus mejores galas se realizó en un improvisado salón con piso de tierra.
Luego de arduas negociaciones para aprobar el texto de la comisión redactora de la Constitución, resistido por el presidente de la asamblea, Facundo Zuviría, y otros diputados; tras los dramáticos momentos finales en que éste sorprendió al cuerpo con la moción de que no se procediera a sancionar en esos momentos la ley fundamental, propuesta que recibió fundadas y contundentes réplicas, quedó consagrada el 1º de mayo.
Aquel día se oyeron en Santa Fe los tal vez desacompasados sones de la banda militar, que al ejecutar el Himno ratificó los anhelos de unión de los argentinos mientras se acrecentaba la luz de los candiles y sonaban las bombas de estruendo y los “cohetes de la China”.
Para concluir, digamos que Santa Fe se sintió siempre custodia de los principios y derechos consagrados por la Constitución, como que posteriormente fue sede de las sucesivas convenciones reformadoras de la carta magna. Por eso Rosario, su punto más próximo al arroyo del Medio, sostuvo desde la aparición de su primer periódico, La Confederación, la necesidad de garantizar el imperio de la ley fundamental en el vasto territorio de la república.
Expresidente de la Academia Nacional de la Historia