Santa Evita vuelve
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27 de julio de 1952. Un cadete de 14 años del Liceo Naval custodiaba el cuerpo de Eva Perón en el edificio del Concejo Deliberante porteño. Las crónicas periodísticas sobre la peregrinación multitudinaria para contemplar ese cadáver embalsamado impactaron a Tomás Eloy Martínez, un chico tucumano de 17 años que acababa de publicar su primer cuento en el diario La Gaceta. El protagonista era, como Eva, un muerto que se resistía a morir.
En 1971, el cadete que había custodiado el cuerpo de Eva, convertido en periodista, dio una primicia extraordinaria en su columna dominical de La Nación. José Claudio Escribano reveló que el cadáver, con paradero desconocido durante 14 años, estaba en una tumba de un cementerio de Milán bajo el nombre de María Maggi de Magistris y el gobierno de Lanusse se lo entregaría a Juan Domingo Perón.
La noticia conmocionó a Martínez. En ese entonces, la publicación de sus entrevistas a Perón –grabadas durante varias horas entre el 26 y el 29 de marzo de 1970– lo hacían sentir un instrumento que había transmitido una imagen distorsionada del político real. Quería repararla pero tropezaba con sucesivos obstáculos. La crónica y la biografía eran géneros que no le permitían hacerlo. Los documentos y los testimonios chocaban entre sí. La novela le ofrecería, finalmente, un camino alternativo para acercarse a algunas caras de la verdad. Parte de esa búsqueda, que en buena medida se produjo en Caracas durante un largo exilio forzado por amenazas de muerte de la Triple A, fructificó en La novela de Perón, libro publicado en 1985.
Había otra obsesión. Alguna vez pensó en ir a buscar el cuerpo de Eva, creyendo que estaba oculto en la embajada argentina en Bonn. Martínez pensaba que Eva le estaba ganando la batalla de la Historia a su marido. Se lo había dicho a Perón, en una de sus entrevistas. Él, pegando un golpe sobre una mesa, respondió: “Yo la hice a Eva”.
En 1989 Martínez recibió un llamado de Héctor Eduardo Cabanillas, un militar que se había encargado de ocultar el cuerpo de Eva. El llamado disparó la escritura de esa novela que llevaba dos décadas creciendo en su cabeza. Pero la historia se le escapaba. Descartaba versiones de cientos de páginas en las que no encontraba el tono adecuado. Hasta que un consejo de su mujer le dio la clave. Debía empezar narrando el final de Eva, a partir del día en que tiene la certeza de que su muerte es inminente. Sería una historia que iría hacia atrás y hacia adelante, cubriendo las lagunas de la vida de Eva, contando la historia del cuerpo y, también, las peripecias y dilemas del autor.
En el verano argentino de 1995 el libro estaba listo. Elegía presentarlo en Tucumán a pesar de que con La novela de Perón, diez años antes, había sufrido agresiones de lectores indignados. Esta vez se sentía liberado, me dijo, de una historia que se había apoderado de él peligrosamente. Conversamos sobre lo que podía pasar con las lecturas de la novela. Tomás Eloy invertía la fórmula del periodismo narrativo. No había escrito una crónica de hechos reales con las técnicas de la ficción. Usaba las del periodismo para contar hechos ficticios, pero mezclándolos con otros reales.
A partir del día de la presentación del libro se multiplicaron los esfuerzos de los lectores por detectar los contrabandos de elementos de un lado y otro de la frontera que divide la Historia de la imaginación. Las confusiones agregaron nuevos capítulos al mito. Un museo del peronismo, en la provincia de Buenos Aires, preparaba placas de mármol que tenían grabadas frases atribuidas a Eva. “Coronel, gracias por existir” era una de ellas, imaginada íntegramente por Martínez. En la presentación del libro en Buenos Aires apareció una persona que dijo ser el asistente del escultor que había elaborado las copias del cuerpo de Eva, copias que el escritor incorporó a su ficción a partir de un falso rumor.
“Ha llegado, por fin, el libro que siempre quise leer”, declaró Gabriel García Márquez, el primer lector del último borrador. “Tienes un bombazo”, le dijo a Tomás en la intimidad. Su hijo, Rodrigo García, un cuarto de siglo más tarde sería uno de los directores de la serie basada en la novela. Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, los otros dos grandes vértices del boom cuya mecha Tomás había ayudado a prender en los 60, publicaron en La Nación dos críticas laudatorias. Alberto Manguel puso a Santa Evita por encima de los textos de estos gigantes. “La mejor novela que llega de América latina desde Cien años de soledad”, sentenció.
The New York Times le dedicó a Santa Evita toda la página 3 de su cuerpo central y generó una bola de nieve. Se multiplicaron las notas periodísticas alrededor del mundo, alimentando el fenómeno editorial. El libro superó la barrera del millón de ejemplares, vendidos en 60 países. Se publicó en 36 lenguas, convirtiéndose en la novela más traducida de la literatura argentina.
Este 26 de julio Santa Evita vuelve convertida en serie a través de la plataforma Star+. Ese día se cumplen 70 años de la muerte de Eva Perón. ¿Cómo será “leída” en este 2022? ¿Qué nos dice esta historia sobre un peronismo hoy en crisis? ¿En qué se parece y en qué se diferencia la protagonista de la mayor referente actual del movimiento? ¿Qué nos dice ese cuerpo profanado e itinerante sobre un país extraviado? ¿Cuántas capas se agregarán al mito de Eva? Preguntas secundarias frente a la posibilidad de disfrutar nuevamente de este clásico de las letras hispanoamericanas a través de su primera versión audiovisual.
Presidente del diario La Gaceta; coautor del libro Relatos infieles. Tomás Eloy Martínez