San Martín de los Andes: disparos contra el paraíso
Los recientes hechos de violencia ocurridos en la localidad neuquina dañan uno de los mayores capitales simbólicos de ese enclave patagónico; el contexto de un acto de locura
- 6 minutos de lectura'
SAN MARTÍN DE LOS ANDES.- La localidad tenía, hasta la semana pasada, algo tan valioso como su paisaje majestuoso: era la certeza, encarnada en todos sus habitantes, de ser un lugar “a salvo” de la violencia y la locura que se sufre en otras partes del país. Ser un lugar tranquilo era parte esencial de su riqueza intangible. Ese capital le fue arrebatado, hace pocos días, por una desaforada patota sindical que irrumpió a los tiros en el corazón de la ciudad. Fue algo más que un acto de locura: fue un asalto brutal al que quizá era uno de los pocos paraísos preservados de la degradación y el deterioro argentinos; un zarpazo contra una de las contadas burbujas de prosperidad y armonía que sobreviven en el país.
Fue algo más que un acto de locura: fue un asalto brutal al que quizá era uno de los pocos paraísos preservados de la degradación y el deterioro argentinos; un zarpazo contra una de las contadas burbujas de prosperidad y armonía que sobreviven en el país.
La localidad desarrollada a orillas del lago Lácar, en el acceso al Parque Nacional Lanín y a los pies del cerro Chapelco, se enorgullecía, con razón, de ser símbolo de una Argentina diferente. Sus habitantes lo decían todo el tiempo: “acá se vive de otra manera”. Entre su población estable (de unos 35.000 habitantes), muchos eligieron ese paisaje para tomar distancia de la vorágine, la violencia y el desasosiego de los grandes centros urbanos. Enmarcado por una belleza natural inigualable, era un lugar que siempre estaba de algún modo protegido de las crisis.
El turismo nacional e internacional ha funcionado como un poderoso motor de crecimiento y desarrollo. Entre los deportes de montaña, la pesca de truchas y las playas lacustres, atrae a gente de todos lados y eso le aporta un clima de diversidad y multiculturalismo que también ha moldeado sus normas de convivencia. Con fuerte preeminencia, en su administración, de una fuerza local como el Movimiento Popular Neuquino, también ha sabido mantener cierta distancia de la polarización política que caracteriza a otros distritos del país. Su desarrollo urbanístico –aún con altibajos– ha sido planificado con criterios de preservación forestal y respeto por el medio ambiente. Ha logrado un buen equilibrio: supo alentar inversiones sin deformar su fisonomía de aldea de montaña. Atrajo al turismo, pero no a cualquier costo. A diferencia de Bariloche, priorizó la calidad de vida de residentes y visitantes, y defendió la armonía entre turismo y naturaleza.
San Martín de los Andes se ha caracterizado por ser una tierra de emprendedores, donde la vocación de riesgo y la iniciativa privada han encontrado inspiración en el espíritu de los pioneros que dejaron huella en esos territorios del Neuquén. Representa a una cultura patagónica bien distinta a la de Santa Cruz, donde hasta la industria hotelera se entrelaza en una trama oscura con los negocios del poder.
Quizá por sus raíces históricas (fue fundada a partir de un acuerdo entre el general Rudecindo Roca –hermano de Julio Argentino– y el cacique Curruhuinca), San Martín también forjó una sana convivencia con la comunidad mapuche, a la que supo integrar en el desarrollo turístico.
En los últimos treinta y cinco años, llegar a San Martín de los Andes era, en todo sentido, respirar otro aire. Se llegaba a un lugar que siempre crecía, que apostaba a la calidad y la excelencia (en rubros como el de la gastronomía, por ejemplo), en el que se vivía con absoluta tranquilidad y en el que tanto los pobladores como los turistas gozaban de un alto estándar de calidad de vida. La montaña parecía funcionar como una barrera protectora. ¿Hoy puede decirse que eso se mantiene?
La imagen del sindicalista de ATE disparando contra fotógrafos que cubrían una violenta movilización en el corazón del pueblo, ha herido el orgullo de San Martín de los Andes.
La imagen del sindicalista de ATE disparando contra fotógrafos que cubrían una violenta movilización en el corazón del pueblo, ha herido el orgullo de San Martín de los Andes. Es un hecho que ataca la fibra más sensible de una comunidad: genera indignación, vergüenza e impotencia. Si se repasan las redes sociales o se escuchan radios locales (como FM de la Montaña o FM del Lago) se advertirá el profundo dolor que han provocado estos sucesos entre los pobladores. “No podemos creer que esto haya pasado en San Martín”; “estas son las cosas que creíamos que jamás iban a ocurrir acá”; “nos robaron lo más preciado que teníamos, la tranquilidad”. La noticia ha impactado en todo el país: una empleada municipal recibió un balazo en medio de los tumultos. Los disparos les duelen a todos los sanmartinenses y también a muchísimos argentinos que aman ese paraíso. Fueron balazos que atentaron contra la vida de decenas de personas, pero también contra valores intangibles. Fueron balazos que rompieron la paz en un rincón de la Argentina que estaba orgulloso de haberla cultivado.
Sería injusto que este acto de locura tiñera toda la atmósfera de San Martín de los Andes. Pero también sería una distracción circunscribirlo a un hecho aislado. Los graves episodios ocurridos el último viernes de julio demuestran que la crisis multidimensional de la Argentina cala cada vez más hondo y no deja nada a salvo. De hecho, la locura se produjo en una ciudad que ya empezaba a mostrarse más vulnerable ante la crisis general.
¿Nos empeñamos en destruir hasta los oasis de tranquilidad y prosperidad que sobreviven en el país? Defender el espíritu y la integridad de estos lugares es defender uno de los grandes capitales simbólicos que nos quedan. ¿Sabremos hacerlo?
Si en este enclave patagónico la postal era, hasta hace pocos años, de crecimiento y mejora constantes, hoy llaman la atención algunos síntomas de deterioro. El acceso al cerro está en pésimo estado, muy lejos de corresponderse con el de un centro de esquí de jerarquía internacional. En Chapelco, los medios de elevación no solo no se han modernizado: uno de ellos no funcionó en todas las vacaciones y complicó el ascenso hasta rozar el colapso en los horarios críticos. La principal construcción de la montaña, incendiada en 2019, no ha podido recuperarse. La infraestructura vial exhibe falta de mantenimiento básico. El acceso desde el aeropuerto, o en auto desde Junín de los Andes, no tiene pozos sino cráteres. “Todavía no logramos reponernos de la pandemia”, se escucha en forma reiterada. Es cierto que en 2020 estuvo todo directamente cerrado, y la temporada invernal del año pasado fue muy mala por falta de nieve. La industria hotelera sufrió muy especialmente el impacto de la pandemia. La inestabilidad económica, por supuesto, también tuvo serias consecuencias, aunque, con un importante aluvión de turismo brasileño, ahora se registra una fuerte recuperación.
Hay que sumar que, en los últimos tiempos, y ante una política errática de los gobiernos nacional y provinciales, escaló la beligerancia de grupos identificados como mapuches, con una mayor hostilidad en las disputas territoriales.
En estos días, San Martín de los Andes fue noticia nacional por una ráfaga de violencia y de locura protagonizada por una facción de ATE. Una semana antes, en El Bolsón, activistas de la RAM atacaron a un poblador al que prendieron fuego. Luego destruyeron una cabaña en Villa Mascardi. ¿Ni siquiera los pequeños y genuinos paraísos de la Argentina se salvarán de la degradación y el atropello? ¿Nos empeñamos en destruir hasta los oasis de tranquilidad y prosperidad que sobreviven en el país? Defender el espíritu y la integridad de estos lugares es defender uno de los grandes capitales simbólicos que nos quedan. ¿Sabremos hacerlo?