Saltimbanquis como vos y yo
Mis hijos se burlan: tienen una madre llorona. Cuando eran chicos ponían carita de preocupación cada vez que me veían lagrimear, de grandes me gastan; ya es una costumbre familiar cuando estamos todos juntos alrededor de una mesa. Aunque me hago la ofendida, no me enoja y hasta me causa gracia ver cómo me imitan, sobre todo el más chico, que se burla porque sabe que cualquier recuerdo que traen a cuento puede provocar mi emoción de ojos brillantes. Esa lágrima fácil con tendencia al papelón es de origen, también mi mamá pertenecía a mi clase, la de aquellos para quienes una palabra, una imagen, un aroma o un sonido pueden ser disparador de un llanto incontenible que, si además ocurre en un espacio público, viene acompañado del pudor de cabeza baja. El sábado a la hora de la siesta volvió a ocurrir y no estaba sola. Fuimos con mi hija y mi sobrina Lena a ver Saltimbanquis, una comedia musical para chicos que vi tantas veces que para contarlas no me alcanzan los dedos de una mano. También tuvimos durante años el casete con las canciones y la cinta se rompió de puro disfrutarla. Esa música maravillosa y esas letras que dan cuenta de cómo la solidaridad, la comprensión del otro y el trabajo en equipo son la mejor receta para terminar con la opresión consiguieron vencer al tiempo, no envejecen. Ésa es la magia de los clásicos y ahora es el turno de Lena continuar la tradición.
La obra es de mediados de los 70, está basada en el cuento "Los músicos de Bremen", de los hermanos Grimm, y nació como cuento canción en Italia, con letra de Sergio Bardotti y música del argentino Luis Bacalov. La idea de convertirla en comedia musical la tuvo Chico Buarque en Brasil, donde la obra también es un clásico de varias generaciones, y es esa adaptación con algunas variantes la que aparece cada tanto en los teatros de Buenos Aires, ahora en la potente versión de su nuevo director, Pablo Gorlero. "Con astucia, con paciencia, con lealtad y con amor, en más tiempo o menos tiempo llegará un mundo mejor. Todos juntos somos fuertes, somos flecha y somos arco, todos en el mismo barco, ya no hay nada que temer", cantan los animales protagonistas, un burro, un perro, una gallina y una gata que decidieron abandonar a sus amos inescrupulosos para emprender un camino independiente hacia la felicidad. Cantan junto con una banda hermosa de chicos de diferentes edades que funcionan como nexo entre el auditorio y la historia y si esas palabras no se gastan es porque son casi las mismas que buscamos heredarles a nuestros hijos. No hablo de un relato elaborado para ocultarles el horror al estilo de La vida es bella, sino de una filosofía de vida inoxidable: es cierto, está empíricamente comprobado que "cuatro solos no hacen nada, pero cuatro juntos hacen un montón".
¿Cuántas familias, cuántos chicos vieron a lo largo de los años Saltimbanquis? Ese éxito que atraviesa el tiempo y queda titilando es lo que provocaban y aún provocan las obras de Hugo Midón con música de Carlos Gianni. Espectáculos que logran reunir a padres e hijos en la emoción, la reflexión y la risa; letras y músicas que se transforman en anécdota familiar y palabras que se vuelven guiño y complicidad. Nadie mide eso en términos de audiencia pese a que es una cofradía enorme y subterránea que crece a lo largo de los años, así como crecen los lectores de libros para chicos o jóvenes que consiguen sostenerse más allá del momento de su publicación. No son best sellers, son long sellers. Antonio Santa Ana tiene nombre de prócer de la Primera Junta, pero no lo es. Sí es, en cambio, uno de los escritores argentinos más leídos en América latina: su novela Los ojos del perro siberiano, publicada originalmente en 1998 y recientemente reeditada, lleva vendidos en la región unos quinientos mil ejemplares y para muchos docentes sigue siendo irreemplazable para trabajar ciertos tópicos. Antonio cuenta que cuando salió el libro pensó que iba a pasar inadvertido, pero su historia de amor entre hermanos, en un escenario familiar y social de incomprensión e intolerancia, sigue tan viva como entonces. Y es natural: la soledad, la injusticia y el amor fraterno no son emociones fechadas.
Todo cambia, sí, pero a los seres humanos afortunadamente aún nos movilizan los mismos sentimientos básicos. Cuando pensé en llevar a Lena al teatro a ver la obra que sus primos habían visto a su tiempo, imaginé una cadena amorosa de emociones e imaginé y supe que ella también podía formar parte de la tradición familiar. Todo indica que así será: a la salida de la sala, mientras Bianca y yo metíamos avergonzadas los pañuelos de papel estrujados en los bolsillos, ella sonreía y tarareaba una de las canciones. Misión cumplida.
Tw: @hindelita