Salir del modelo de la decadencia
La proximidad de las elecciones reactivó la retórica de los modelos de país. En teoría, el modelo popular aspira a un socialismo de mercado con distribución del ingreso, expansión del consumo y desarrollo de la industria nacional. En cambio, su adversario pretendería apertura comercial indiscriminada, concentración de la renta y liquidación del Estado de bienestar. La épica contienda de arquetipos es una mera estrategia de marketing electoral. Hace mucho que en la Argentina tenemos un único modelo con variaciones de matiz: el modelo de la decadencia.
Contrariamente a lo que sus detractores soñaban, Cambiemos no desmanteló el sistema asistencial, mantuvo impuestos escandinavos y cargó los costos de la crisis sobre la clase media y el sector exportador. El Estado continúa subsidiando una porción de las tarifas de servicios a pesar de su quiebra virtual, la temida reforma laboral ha quedado en suspenso y el sistema previsional sigue siendo una bomba de tiempo que nadie quiere mirar. Solo fanáticos o ignorantes pueden tildar una gestión así de neoliberal.
Hasta mediados del siglo pasado la Argentina era un país pujante, reconocido por sus indicadores sociales y su movilidad social ascendente. Tenía uno de los PBI per cápita más altos del mundo, la pobreza y el desempleo no superaban el 3% y el salario promedio era mayor que el de Francia. Ficciones revisionistas aparte, la receta del éxito no fue el capitalismo salvaje, sino un liberalismo social que combinaba explotación del potencial exportador, inversión extranjera e intervención estatal selectiva para garantizar la igualdad de oportunidades. También la legislación social era de avanzada para la época.
Este exitoso modelo sucumbió por diversas razones, entre ellas, el surgimiento del corporativismo fascista, el golpe de Estado de 1930 y la incapacidad de varias generaciones de dirigentes liberales para adaptarse a la política democrática, generar un discurso atractivo para las masas y acelerar los procesos de inclusión en un país de cambios sociales meteóricos.
El gran desafío de la Argentina actual es volver al sendero que nos hizo una de las naciones más prósperas del mundo. Hay que olvidarse por un momento de las encuestas, los asesores de imagen y los gurúes del marketing y desafiar abiertamente al statu quo progre-populista. Un amplio sector de la ciudadanía todavía sueña con vivir en una sociedad abierta que premie el esfuerzo: empresarios que están dispuestos a competir y trabajadores que quieren progresar como sus abuelos inmigrantes. Los grandes movimientos políticos son los que interpretan las necesidades de su época y las articulan en un discurso capaz de motorizar el cambio. Y ese discurso ya no puede mantenerse en un institucionalismo vacío al viejo estilo radical. Es hora de que Cambiemos asuma su rol histórico como un movimiento abiertamente comprometido con la construcción de una democracia capitalista. De otro modo, seguiremos lanzados a la espiral descendente y el gobierno del presidente Macri habrá pasado sin pena ni gloria.
Investigador de Conicet, doctor en Teoría Política por University College London y Premio Konex a las Humanidades 2017