Salir de una guerra es más difícil que iniciarla
Hace apenas dos semanas el mundo despertó ante un nuevo abismo. A una velocidad inusitada, el escenario político, estratégico, humanitario y económico euroasiático se transformó. A pesar de las ambiguas posturas iniciales, el bloque europeo encontró un punto de consenso en la aplicación de sanciones económicas sin precedentes a Moscú. La expulsión de los principales bancos rusos del sistema Swift y el congelamiento de los activos del banco central terminó concretándose, acompañado de medidas de apoyo militar de parte de distintos Estados europeos a las fuerzas ucranianas. Sin dudas, un escenario impensable pocas semanas atrás.
Por otro lado, las devastadoras imágenes de más de un millón de refugiados que se suman a las ya incontables historias similares en diferentes puntos del globo, forzaron rápidas respuestas de los países receptores, sumando un desafío más a las ya frágiles economías del Este europeo. Mientras, las rondas de conversaciones entre Kiev y Moscú, único canal de diálogo entre ambas, muestran magros progresos, a excepción del establecimiento de corredores humanitarios para civiles en las zonas militarmente afectadas.
Desde Washington, en una posición geográfica privilegiada, las lecturas sobre la evolución del conflicto comenzaron a alertar sobre las implicancias que la acelerada y drástica aplicación de sanciones puede generar en el comportamiento de Vladimir Putin. Arrinconarlo sin una salida posible, advierten desde Washington, puede alentar una reacción aún más belicosa. El equilibrio no es sencillo y salir de una guerra es más difícil que iniciarla. La necesidad de encontrar una salida digna para Rusia -si es que la hay- sin desmembrar a Ucrania, es uno de las mayores incógnitas de este complejo proceso.
China puede ser el actor clave en desatar el nudo gordiano. En el devenir de los últimos días, las declaraciones públicas de Wang Yi, ministro de Relaciones Exteriores del país, dejaron claro el rechazo a la continuación de la guerra y la necesidad de avanzar en negociaciones que pongan fin al conflicto bajo el respeto del principio de integridad territorial. A pesar de su relación de estratégica con Moscú, y del esperable acercamiento que Rusia buscaría ante el aislamiento, China tiene escasos incentivos para abandonar la neutralidad en favor de su vecino asiático. Las voces apuntan a que China puede ganar más, no por el acercamiento a Rusia, sino porque puede aprovechar la ocasión para aliviar tensiones con Europa y Estado Unidos, mientras estas endurecen sus posturas hacia Moscú.
En cierta medida, los objetivos poco claros de Putin, al menos para los observadores externos, dificulta visualizar un fin cercano al conflicto armado. Se suma a ello la creciente propagando que desde Kiev exitosamente está movilizando a la opinión pública, al menos en Occidente, a apoyar su causa y, principalmente, a fortalecer el apoyo material de la resistencia. Es probable que los reclamos de Rusia por la expansión de la égida de OTAN, los incumplidos acuerdos de Minsk por parte del gobierno ucraniano y los sostenidos abusos a parte de la minoría rusa del país, además del creciente aliento de las potencias occidentales a la posición ucraniana, hayan sido legítimos. Pero la invasión a un país soberano, independiente, reconocido por la comunidad internacional en su conjunto como tal convirtió a Putin en el indiscutido victimario ante la mirada atónita del mundo.
Secretaria de Posgrado de la Universidad Blas Pascal