Sale Roca, entra Eva
Por fin, como muchos reclamaban, los billetes de cien pesos con la efigie de Julio Argentino Roca empezarán a retirarse de circulación para dar paso a rostros más acordes con el rumbo que ha tomado la República. Este retiro, que devuelve al general Roca al ámbito más recoleto de la historia, invita a revisar su papel en la construcción del país y a evaluar si tuvo sentido o no elegirlo entre muchos para representarlo en su billete más valioso.
Julio Argentino Roca (Tucumán, 1843 – Buenos Aires, 1914) fue actor fundamental entre 1880 y 1910, en los treinta años en que se constituyó la nación moderna. En ese lapso, en el que ocupó en dos oportunidades la presidencia de la República, el proyecto de país esbozado por los padres fundadores encontró su rumbo definitivo: vinieron millones de inmigrantes, se pusieron las bases de la infraestructura en comunicaciones, se lanzó un formidable plan de educación pública, se organizaron los territorios nacionales y en materia internacional se resolvieron los pleitos de límites y se situó a la Argentina en el mundo.
"Nuestro país marcha a la cabeza de la América latina", escribía Roca en 1881, orgulloso de los resultados obtenidos. Por esa época, convencido de que la asignatura pendiente que le correspondía resolver era la pacificación de la República, se aplicó a construir el poder del Estado. Debía proporcionar al Estado la fortaleza necesaria para asegurar el orden interno y evitar el atropello de las potencias imperialistas; capacidad para negociar empréstitos y atraer capitales, seguridad y libertad a los particulares para entregarse a la elaboración de la riqueza. En la búsqueda de ese objetivo no se detuvo en prejuicios ni en simpatías personales. Fue un político frío, pragmático, calculador, implacable.
Conocía el país palmo a palmo. Educado en el Colegio de Concepción del Uruguay, trató a la juventud provinciana que aspiraba a hacer carrera en el ámbito nacional. Como militar, hizo campaña a las órdenes del Ejecutivo Nacional en el Paraguay, en la frontera sur, contra la montonera riojana, en la guerra de Entre Ríos y en la revolución mitrista de 1874. Su larga residencia en el interior le permitió intimar con las sociedades provincianas. La comandancia de fronteras del Río IV resultó un laboratorio en el que estaba en ciernes el país moderno. Gracias a la lectura de autores clásicos y modernos, "esos mundos" fueron para él las Galias de la República, como para el joven Julio César.
Contó con una buena estrella, pero no la esperó de brazos cruzados. Utilizó con habilidad los contactos que le brindaba su familia: junto a su tío, el tucumano Marcos Paz, hizo su primera experiencia en una misión política, después de la batalla de Pavón; al casarse con Clara Funes, se emparentó con las primeras familias de Córdoba y concibió, con su talentoso cuñado Miguel Juárez Celman, la idea de una renovación política que reemplazaría a los dos orgullosos partidos políticos ubicados "del buen lado del Arroyo del Medio", mitristas y alsinistas. Joven general, se ganó la confianza de su comprovinciano el presidente Nicolás Avellaneda, quien le encomendó suceder al fallecido Adolfo Alsina en el Ministerio de Guerra y terminar la Campaña del Desierto, cuya fase más cruenta ya había tenido lugar.
A los 37 años, recién llegado de la exitosa Campaña al Río Negro (1879), fue candidato del Partido Autonomista a la presidencia. Su triunfo electoral, y el del gobierno nacional sobre el de la provincia de Buenos Aires, cambió la historia de la República.
Los constructores de naciones suelen ser poco simpáticos. Salvo alguna rara excepción, han manchado con sangre su carrera política. Queda por analizar su obra positiva y también si la violencia fue su método preferido o el recurso al que acudieron si lo juzgaron necesario.
Roca, en la víspera de la Revolución del Ochenta, dada la resistencia del presidente Avellaneda al derramamiento de sangre, escribió impaciente: "La guerra será fecunda". Y efectivamente así lo fue, con alto costo en vidas en durísimos combates. No obstante, la victoria permitió solucionar el viejo problema de la capital de la República y dotar al Estado nacional de una base sólida que resultó ampliada con la incorporación de los territorios nacionales. Estos últimos fueron nacionalizados y sus recién fundadas ciudades se constituyeron en el semillero del futuro.
Si bien Roca no rehuyó dar pelea, su estilo está lejos de ser el de un militar para quien sólo existe la guerra como recurso para imponerse. El mismo dejó en claro sus prioridades como presidente de la Nación: "Creo que por fin tenemos gobierno dotado de todos los elementos necesarios para conservar el orden y la paz, sin menoscabo de la libertad y derechos legítimos de todos. Este ha sido mi principal objetivo desde los primeros días […] De Buenos Aires a Jujuy la autoridad nacional es acatada y respetada como nunca […] El mando lo trasmitiré en paz, de buena gana. Como quien se alivia de un gran peso", escribía en 1883.
Calificó la paz con Chile como "el hecho más culminante de mi carrera". Evitar la guerra implicaba atenerse al reclamo de lo fundamental y ceder en lo demás sin escuchar las voces del nacionalismo patriótico que eran muy populares.
El otro punto culminante de su primer gobierno es la sanción de la ley 1420 de enseñanza gratuita, obligatoria y laica, pensada para educar a una sociedad cosmopolita y en la que los valores del patriotismo serían el elemento unificador. A la hora de valorar su gestión nacional, debe recordarse también la medida que fijó la moneda, el argentino, que fue brevemente de libre convertibilidad. También el crecimiento de la infraestructura y el impulso recibido por la actividad agropecuaria gracias a la apertura de tierras vírgenes y a la nueva tecnología.
El Partido Autonomista Nacional le aseguró a Roca una presencia continua en la vida política: presidente, senador, ministro, árbitro indiscutido de candidaturas. El "sistema" dio participación a las oligarquías provinciales. Roca no comulgaba con los viejos antagonismos entre federales y unitarios. No buscaba ni le importaba la popularidad. Tampoco se interesaba por mejorar el sistema político. Sí le importaba disponer de una verdadera máquina de ganar elecciones, donde el dedo del gobernante definiera los resultados. En esto el roquismo puede considerarse una suerte de modelo del clientelismo actual, basado en el dominio de las situaciones provinciales, antecedente que subsiste por debajo de los discursos progresistas.
Sus mejores aliados terminaron en adversarios. Fue el caso de Juárez Celman, responsable de la Liga de Gobernadores, que le dio el apoyo para competir por la primera presidencia y del que se separó definidamente a raíz de la revolución de 1890. Ni la relación familiar se salvó de este derrumbe. Su otro gran aliado, el porteño Pellegrini, con quien formó una alianza política casi indestructible, fue sacrificado a las urgencias políticas derivadas de la reestructuración de la deuda pública, en 1901. En los últimos años su aliado resultó Mitre, con quien arregló la sucesión presidencial de 1904.
Roca falleció en 1914, cuando el país había iniciado el camino de una reforma política cuyo objetivo no compartía. "Ya veremos en qué se convierte el sufragio libre en cuanto la violencia vuelva a amagar", advirtió, agorero, y calificó de lirismo e ingenuidad la iniciativa de su adversario Roque Sáenz Peña.
La visión histórica de Roca depende del valor que se asigne a la construcción de la nación argentina en los siglos XIX y XX, y del grado de pertenencia que se sienta respecto de este proceso. Depende asimismo de que se tenga o no voluntad de reconocer que somos un país con historia, donde no se pueden ignorar figuras porque no nos simpaticen o porque nos repugnen. Condenar la Campaña del Río Negro por solidaridad con los pueblos originarios es desconocer el difícil momento político en que se gestó, con Chile victorioso sobre Perú y la Patagonia catalogada de terra incognita en los mapas. Implica asimismo desinteresarse del destino de una parte de la Argentina actual y de los pioneros que vinieron a habitarla.
"Hay que tomar a los hombres y a los pueblos como son, como Dios los ha hecho, como no pueden dejar de ser para estar más cerca de la verdad y poderlos conducir o servirlos mejor si el destino lo coloca a uno entre los maquinistas o timoneles."
Quizás esta opinión, escrita por Roca, sirva también para meditar la proyección de su figura en la historia del país, tomándolo como fue, como Dios y la vida lo hicieron, imperfecto sin duda, pero alineado entre los que contribuyeron a su progreso y entre sus más eficaces timoneles.
© La Nacion