Saigón, veinticinco años después
Por Lan Cao Para La Nación
CIUDAD HO CHI MINH.- EL 30 de abril de 1975, la dilatada Guerra de Vietnam tocó a su fin. Miré la caída de Saigón desde Connecticut, por televisión, junto a mi nueva familia, como el transeúnte que se detiene a contemplar los restos de un accidente callejero. Y, como a millones de norteamericanos, me hipnotizó el colapso de un país donde había luchado medio millón de soldados de los Estados Unidos. Cincuenta mil murieron.
Yo tuve suerte. Un mes antes de la caída, teniendo apenas doce años, me sacó de Saigón un oficial norteamericano con el que había trabado amistad en un hospital militar donde mi madre y yo trabajábamos como voluntarias. Corría 1968, el año de la Ofensiva del Tet. Le llevábamos arroz con leche, bombas de chocolate, caramelos de tamarindo. Nos hablábamos en francés. Yo le contaba historias que lo hacían reír pese a sus vendajes. Siete años después, cuando los tanques norvietnamitas cruzaban la Zona Desmilitarizada, él volvió, me adoptó y me sacó de allí varios meses antes de que mis padres lograran huir.
Desde la seguridad de nuestra sala de estar, veíamos a las muchedumbres vietnamitas irrumpiendo en los custodiados recintos de oficinas y viviendas norteamericanas. Los helicópteros se posaban a saltitos sobre la azotea de la embajada. Era el Operativo Viento Frecuente, nombre en código de la evacuación de la capital. Hubo un éxodo aéreo, hacia la Séptima Flota, que patrullaba el Mar de la China Meridional, y otro por mar, en oleadas de barcazas, lanchas pesqueras y cualquier otra embarcación disponible. En abril y mayo de 1975, huyeron más de 100.000 vietnamitas; en los años subsiguientes, esa cifra alcanzaría los 2 millones.
Las guerras suelen ser incomprensibles para quienes las viven. El comienzo, el fin y el comienzo del fin incumben a los historiadores. Los que sobrevivimos al conflicto de Vietnam y escapamos porque, de pronto, nos encontramos en el bando derrotado, desde el punto de vista histórico, abordábamos otros interrogantes: cómo olvidar, cómo vivir una vida no recordada. Hasta que un aniversario como éste la devolviera a la memoria. 30 de abril: para el Vietnam comunista, es el Día de la Liberación; para los exiliados, el Día de la Pérdida Nacional.
Olvido y recordación
Recreado por Hollywood para el examen de conciencia, la recriminación y el pesar de los norteamericanos, Vietnam se convirtió en un agujero negro alegórico. En Apocalypse Now , Pelotón y otros films por el estilo, el enemigo intangible acecha en la oscuridad alucinante de junglas y pantanos fétidos. En Nacido un 4 de Julio , donde un patriota que hace ondear su bandera se transfigura en un manifestante pacifista, abundan los símbolos de la desilusión. El francotirador concibe Vietnam como una metáfora de la insania, una ruleta rusa en la que el clic arbitrario de un revólver marca la diferencia entre la vida y la muerte para los soldados norteamericanos, adictos a la locura de una guerra infernal en un espacio muy pequeño.
Pasaron los años y Vietnam siguió siendo la consigna que disparaba otros temas, nunca el suyo; un signo taquigráfico del desastre. No obstante, para nosotros, los vietnamitas que habíamos adoptado los Estados Unidos como nuestra nueva patria, Vietnam sigue siendo el hogar, un lugar de olvido controlado y de recordación aún más controlada. En ese espacio gris entre el recuerdo y el olvido, la mayoría de nosotros inventamos una nueva vida.
Así pues, para muchos vietnamitas, el 30 de abril es un día de "reinvención" y renacimiento. A veinticinco años de la caída de Saigón, la mayoría de nosotros hemos salido, poco a poco, de la marginación, para incorporarnos a la vida local. Aprendimos el inglés norteamericano; dominamos sus asperezas fonéticas, sin perder por ello nuestras múltiples versiones de lo antiguo. Saigón ha resucitado en todo el país: en Orange County (California), en Houston y Dallas (Texas), en Arlington y Falls Church (Virginia). En estas "Pequeñas Saigón", los diminutos paseos de compras están llenos de supermercados, restaurantes, panaderías, salones de belleza, consultorios médicos, estudios jurídicos, agencias de viaje y todo tipo de servicios al estilo norteamericano, pero de propiedad vietnamita. Las heladerías Givrard y Brodard y los restaurantes Pasteur recuerdan los que frecuentábamos en Saigón. A menudo se ve flamear la bandera survietnamita, amarilla con tres franjas rojas horizontales, junto a la norteamericana.
El Vietnam recordado sigue siendo un sueño, una mezcla voluptuosa de perfumes y sonidos reproducidos. Para la generación criada a horcajadas entre las dos culturas, Vietnam revolotea en los escondrijos de sus vidas, transmitida por las historias que narran sus padres y, cada vez más, en esta era tecnológica, por un clic en Viet.story , Viet.travel y otros sitios de la Web . VC ya no significa Vietcong , sino venture capitalist ("capitalista para emprendimientos").
Ciudad resucitada
Veinticinco años después de aquel éxodo, asistimos a otro en sentido inverso. Los Viet Kieu , como han dado en llamarse los vietnamitas de la diáspora, regresan de a miles, llevando a Vietnam los preciados dólares norteamericanos. Allí encontramos heladerías Baskin-Robbins, restaurantes California y bares Apocalypse Now. Los que no emigraron sueñan con los Estados Unidos y admiran a quien posea un pasaporte norteamericano.
En Ciudad Ho Chi Minh, un nombre que nadie usa, ni siquiera los funcionarios comunistas, Saigón conserva su vieja personalidad descarada, enérgica y audaz. En la ciudad que lleva su nombre, Ho Chi Minh es relativamente ignorado, aunque su retrato aparezca junto a letreros de Sony o Coca-Cola. Hasta 1986, poseer una empresa privada era un delito. Con las reformas económicas, y especialmente en Saigón, la economía privada supera a la estatal u oficial. En mercados, veredas y pasajes, todos venden algo. Tras un cuarto de siglo de expectativas colapsadas, se percibe una energía tosca en el rugir de las motocicletas que serpentean en medio de un tránsito desorganizado, en el espíritu de una ciudad resucitada.
Hace cuatro años, cuando vine a dar unas conferencias invitada por el Ministerio de Educación, me hice de tiempo para visitar a mi tío, un vietcong que se había quedado luego de la victoria comunista. El quería saber de qué modo su provincia, Delta del Mecong, podía atraer una parte de las inversiones extranjeras, en su mayoría dirigidas a Saigón. Los funcionarios de Hanoi también toman a mal que los inversores vengan en avión a su ciudad para obtener sus permisos, pero hagan sus negocios en el Sur.
Sí, en Vietnam, el 30 de abril es el Día de la Liberación. En aquella guerra murieron 1,5 millones de vietnamitas y 3 millones resultaron heridos. Pero, como insinuó mi tío, quizás, en última instancia, haya sido el Sur el que liberó al Norte.
© Project Syndicate y La Nación (Traducción de Zoraida J. Valcárcel)