Sadous o Boudou, ésa es la cuestión
En forma progresiva, pero todavía lentamente, nuestro Poder Judicial está investigando y castigando actos de corrupción que superan los niveles imaginables.
Falta muchísimo por hacer y ojalá que el próximo gobierno -en sus tres poderes- apoye el cambio imprescindible de la escandalosa impunidad que nos agobia a un sistema al menos similar al del resto del mundo, donde la corrupción es un flagelo que se castiga con dureza.
Contra ese delito, que nos afecta como país, se usan todos los medios lícitos posibles y así se admiten arrepentidos, se otorgan recompensas, se suspenden prescripciones y se protege a los testigos. Se trata de sistemas que debemos implementar en la Argentina con urgencia.
En estos días, se han conocido dos casos antitéticos, que sirven de ejemplo del dilema en el que todavía estamos encerrados: dos conocidos funcionarios han sido enviados a juicio oral, pero sus situaciones son diametralmente opuestas.
Por un lado, el respetable embajador Eduardo Sadous está acusado de falso testimonio agravado por haber denunciado presuntos manejos turbios en los enormes intercambios entre el kirchnerismo y el chavismo, al amparo del contrato de fideicomiso firmado por ambos países.
Sadous, con una valentía que le costó el cargo de embajador en Venezuela y ahora le cuesta ir a juicio, fue testigo entre 2004 y 2005 de visitas de funcionarios de máximo nivel a aquel país, sin coordinación con la Cancillería, que consolidaron una "embajada paralela" en Caracas. En las investigaciones que luego se hicieron sobre ciertas exportaciones, Sadous denunció una serie de irregularidades y refirió comentarios de empresarios sobre actos de corrupción, que esos señores luego negaron, quizás creyendo que "el miedo no es zonzo".
Hoy el embajador Sadous está sometido a juicio, al igual que su contracara, el vicepresidente Amado Boudou, a quien el juez Bonadio envió a juicio oral por los papeles de un auto, en uno de sus tantos expedientes penales.
Nuestro país enfrenta, así, un peligroso doble mensaje. Por un lado, es bueno que todos, desde el titular del Poder Ejecutivo hasta el más humilde de los habitantes, estén sometidos al rigor de la ley y, si es culpable, sea condenado y cumpla realmente su pena. Ése es el mensaje que conlleva el enjuiciamiento de cualquier funcionario poderoso. Pero, por otra parte, es pésimo que un testigo, sea quien fuere, corra el riesgo de ser él mismo sometido a juicio por denunciar actos de corrupción que avergonzarían a cualquier país del mundo. Ése es el lamentable mensaje que puede deducirse del castigo al embajador Sadous.
Como bien ha editorializado este diario el sábado, convertir a un testigo en imputado será entendido por muchos potenciales testigos de tantísimos actos de corrupción como una advertencia o, peor aún, como una amenaza.
No es la primera vez que la valentía, como la de Sadous, tiene consecuencias negativas para el valiente. Ni es nuevo que la cobardía de quienes sólo reconocen la verdad en las sombras de los cócteles tenga el premio de los buenos negocios con el gobernante corrupto de turno.
El ataque a Sadous debe ser el último. No sólo tenemos que admirar a quienes tienen la valentía de enfrentar a los coimeros, sino que además tenemos que solidarizarnos y ayudarlos, como hicimos con Campagnoli. Exijamos que las investigaciones sobre todos -todos- los actos de corrupción se profundicen y terminen rápido, con la condena de quienes nos han robado.
Sadous no se arrastró porque no admitió ser pisoteado. Otros se arrastran para no caer. Cada uno de nosotros debe elegir qué prefiere.
En estos meses y años que nos esperan, ¿queremos someternos al sistema que persigue a Sadous o al que enjuicia a Boudou? Ésa es la cuestión.
El autor, abogado, fue miembro del Consejo de la Magistratura