Sabores exóticos para paladares exquisitos
"Diálogo de ciervo y bosque con salsa de membrillo y bayas tempranas de cassis." ¿Qué sabor tendrá todo eso junto? Sobre todo el bosque con las bayas tempranas, continuadas más tarde con "langosta y crocante de sésamo y amapola relleno con crema". La poética del menú de la otra noche en la cena benéfica en el hotel Alvear induce a imaginar qué lejos está el hombre actual de aquel brutal antepasado de Neanderthal, que comía sin cubiertos porciones de dinosaurio vivo, con escamas y tierra. Lástima que tantas delicadezas suelen ofrecerse entre comensales hembras y machos renuentes a las calorías y ya ahítos. Hay damas de apetito tan restringido, y de antropometría tan finita, que esa noche sólo deben haber lamido con desgano la hierba de adorno en el borde del plato. Hasta el fútbol, juego de extremidades inferiores, y públicos todavía influidos por Atila y los hunos, ha adquirido sofisticaciones antes impensables. Los respectivos partes médicos de dos jugadores del seleccionado argentino decían: "La resonancia magnética que se le aplicó al jugador Batistuta persistía en determinar una lesión en el tendón rotuliano derecho; la dolencia de Juan Verón es una sinovitis en el aquiliano izquierdo".
Se ha logrado la exquisitez de aprender que el jugador de voley que luce una camiseta distinta de la del equipo es un líbero que sólo defiende, pero no puede hacer goles. Es el caso de los ministros de Economía de países pobres Si uno se distrae, el progreso le pasa por arriba, y puede seguir creyendo toscamente que la comida más fina es palmitos con salsa golf y que a un futbolista le duele la rodilla. Y hasta puede seguir esperando al cartero con gorra en lugar del e-mail .
En el reciente debate entre Al Gore y George W. Bush, ambos vestidos por el mismo vestuarista con sendos trajes negros, camisas blancas y corbatas rojas, discutieron el diverso modo en que habrían de aprovechar los 3000 billones de dólares que le sobran a la economía de los Estados Unidos. ¿Qué hacer con ese excedente? Mientras procuraban adormecer a su electorado gordo de hamburguesas y pop corn con el destino de tan inabarcable tesoro, yo traté de entender qué eran esos 3000 billones de dólares. Recordé básicamente que los norteamericanos consideran billón a los mil millones.
Aquí en cambio un billón equivale a un millón de millones. Nuestra deuda externa se estima en 150.000 millones de dólares; pero para los norteamericanos son 150 billones. Con sus 3000 billones podrían cancelarla veinte veces mientras a nosotros nos costará veinte siglos no pagarla. Hoy, manejar retóricamente cifras grandiosamente idiotas muestra un grado de refinamiento económico.
Hace unos días, Graciela Römer dió a conocer una encuesta donde el 61 por ciento de los argentinos cree que el Gobierno no va por el rumbo correcto. Es un enigma tratar de entender cómo saben que éste no es el rumbo correcto sin saber adónde se va. Además -copiando el lenguaje de las compañías telefónicas-, "el destino argentino está congestionado".
Pero hay en la encuesta un cuadro realmente notable en el cual los consultados contestan esta pregunta: ¿Qué logrará De la Rúa al final de su mandato? Por mayoría, creen que De la Rua no logrará mejorar la situación de pobreza, ni la corrupción, ni el empleo, ni el país, pero creen que mejorará el ingreso de inversiones extranjeras. Tal sutileza interpretativa retrata una conciencia colectiva diplomada en instinto de conservación y en cateo de burbujas.
Es que la sociedad ha entrado en un grado de pensamiento elaborado que le permite entender bajo el agua ese sabor desconocido del "diálogo de ciervo y bosque, y de la langosta y crocante de sésamo y amapola". ¿Si no, por qué mientras se cree que van a llover las inversiones se descree que lluevan el empleo, la riqueza, la honestidad y el progreso económico? La Argentina es uno de los países con más psicoanalistas del mundo y naturalmente con más psicoanalizados. Desde hace varias décadas, adelantándose a su propia historia de paciente de fatalismo geográfico, la sociedad empezó a tener vocación por conocer su subconsciente; por develar sus angustias, por tratar de resolver desde adentro los conflictos y enigmas que ratonean su existencia. Sabía -con sabiduría gauchesca y gringa- que le sería imposible cambiar la empecinada patología que rodea la azarosa vida argentina y optó por tratar de aliviarse a través de sí misma asumiendo su karma .
Por eso la recomendación de que aquí hace falta un "diván" terapéutico, porque nadie logra sentir las buenas ondas que fluyen filantrópicamente desde afuera, es una rencorosa psicopateada ignorante. O una argucia del que aplica el tratamiento económico previendo el resultado a su favor y quiere convencer a los damnificados de que son éstos los favorecidos.
Todo es psicológico en la Argentina. No solo el santuario de Rodrigo, la gran mezquita, la recesión más larga del mundo, los nepotismos más copiosos y los senadores más ricos. ¿O acaso el creador regordete del actual modelo económico no dio sobradas muestras públicas de sus trastornos? Difícilmente con semejante perfil interior hubiera podido superar un test psíquico de ingreso en un empleo corriente, pero aquí él se dio el gusto de provocar el desempleo en masa.
El "diván" que se recomienda a los argentinos desconoce su largo entrenamiento empírico o virtual en divanes de dos y tres plazas, o en sillas de bares y sobremesas. Y en proyectos de izquierda y de derecha, centrales, fascistas, apolíticos, chirles, licuados o insustanciales.
Sensible y atenta a los estímulos psicológicos más sutiles, la gente sofistica cosas y comportamientos. Ya no sólo se instalan montones de cajeros automáticos en todas partes, sino que hay cajeros partidarios en cualquier dependencia del Senado o de las gobernaciones. Y así como el argentino fino es capaz de degustar bayas tempranas, otros ordinarios son capaces de devorar gatos o de aguantarse el ayuno compulsivo. El promedio de degustación que surge entre las bayas y los gatos deja una saborización desconcertante, sobre todo por la mayor preponderancia del gusto del gato.
Pero todo se elabora y se asume. El argentino, que descree de las promesas económicas, cree ciegamente en el seleccionado de fútbol, en las Leonas del hockey, en los solitarios náuticos. Y hasta le da la oportunidad al marido de Moria de que se reconcilie con ella porque así hay uno menos en el índice de desempleo. Tenemos terapia innata y adquirida. Nos tuteamos con Freud y con Lacan; interpretamos muy bien lo que nos pasa.
¿Hay algo más psicológico que un pueblo que escucha a Maradona y logra entenderlo sin que medien traducciones?
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