Sabiduría humana e inteligencia artificial
En un mensaje reciente con motivo de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, el Papa plantea un tema clave en nuestros días: la inteligencia artificial y los retos que su desarrollo instala en nuestras sociedades.
Habitamos un mundo marcado por la velocidad, somos parte de una cultura de la aceleración en la que nuestros modos de vida están en permanente redefinición. Al decir de Harmut Rosa, la estabilidad es dinámica porque nuestro statu quo exige condensar incesantemente la innovación. Esta rapidez en los ritmos y sucesos dificulta a todas luces la toma de perspectiva, por lo que cualquier especulación crítica parecería estar fatalmente viciada. Así, vemos deambular como zombis las categorías de análisis vigentes hasta hace poco –Ulrich Beck acuñó esta metáfora– sin contar con los recursos para producir nuevas teorías en medio de semejante movimiento.
Ante este panorama complejo, el Papa nos insta a rechazar las lecturas catastrofistas y abrirnos a lo inédito. Pero apunta una condición necesaria para no perdernos en el camino: preservar lo humano, ese sustrato que subyace a los cambios. La visión del Papa, lejos de ser ingenua, es profundamente consciente de los riesgos asociados, que resume en una sentencia: cuidado con ser ricos en tecnología y pobres en humanidad.
Las tecnologías, incluidos los modelos de inteligencia artificial generativa, son extensiones de las capacidades humanas. Funcionan por imitación, de lo bueno y lo malo, y por eso pueden ser un riesgo o una oportunidad para las personas. Es en este entendimiento que el Papa reclama una urgente regulación, mediante instrumentos de carácter vinculante que incorporen la dimensión ética. Particularmente, que impidan la polarización del debate público y la construcción de un pensamiento único. Porque la protección del pluralismo y la concurrencia de distintas miradas y abordajes que destaquen el valor de la diversidad deben ser objetivos de atención prioritaria.
El riesgo de caer en reduccionismos es alto. Como ejemplo podemos citar la amenaza que implica asimilar el bien al beneficio material o los hechos a meras estadísticas, tal como señala Francisco. Gigantescas bases de datos potenciadas por sofisticados algoritmos no resultan suficientes para conocer la realidad. Quizás, en ciertos casos, tengan algún poder predictivo y desde un paradigma cientificista eso pueda bastar. Aunque no basta para aproximarnos a un objeto con pretensiones explicativas, para ahondar en su comprensión y participar en algo de su verdad.
Es evidente que la educación es y será la mejor aliada para alcanzar esa “sabiduría del corazón” a la que alude el Papa en su mensaje. Porque esta sabiduría, eminentemente humana, comporta la adquisición de virtudes morales e intelectuales que pueden conducirnos al descubrimiento de la esencia de las cosas. Esas que son opacas a la inteligencia artificial. Por eso identificamos la sabiduría humana y la inteligencia artificial como realidades diferenciadas. Porque el almacenamiento y la correlación de datos, incluso con un toque de creatividad, contrastan con la captación de sentido y el reconocimiento de nosotros mismos como sujetos cognoscentes situados, capaces de elaborar juicios prudenciales para la toma de decisiones.
En la encrucijada, nos resta seguir buscando lo auténticamente humano, conservando lo que nos es propio y perfeccionándolo de manera constante.
Docente e investigadora, directora de estudios del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral