Saber jugar al juego del derecho
Un día, a una persona que pasaba por un campo donde se jugaba un partido de fútbol se le ocurrió la brillante idea de que en el lenguaje jugamos con las palabras. Ese individuo era Ludwig Wittgenstein, uno de los pensadores más influyentes del siglo XX, y la ocurrencia que tuvo mientras miraba el encuentro futbolístico fue concebida luego, en su obra póstuma, como juegos de lenguaje.
Según Wittgenstein, la expresión juegos de lenguaje debe poner de relieve que hablar el lenguaje forma parte de una actividad o de una forma de vida. Así, se comprende un determinado juego de lenguaje, es decir, una actitud concreta, en un modo de actividad y en una forma de vida dada y específica.
Cada juego funciona según sus modos y reglas propios, de manera que los problemas y malentendidos surgen a menudo por la confusión entre juegos de lenguaje diferentes. Por ejemplo, no podría jugar al fútbol con las reglas del ajedrez. Y si decidiera hacerlo, ya no sería un partido de fútbol, al menos como se lo conoce comúnmente.
Por este motivo, si se juega al juego del derecho hay que hacerlo de acuerdo con su lenguaje y siguiendo sus reglas, que en la mayoría de las sociedades modernas y liberales están contenidas en las constituciones escritas.
Ahora bien, seguir una regla en materia de derecho no supone solamente conocer lo que dice la Constitución, o sea las reglas del juego, sino además saber jugarlo conforme lo que prescriben. Porque podría citar de memoria todos los artículos de la Constitución, pero desacatar finalmente una decisión judicial. O bien, podría enumerar todas las reglas del fútbol, pero ser un jugador que desoye continuamente lo que resuelve el árbitro.
Saber jugar un determinado juego del lenguaje requiere entonces de dos factores fundamentales: no confundir entre distintos juegos del lenguaje y actuar en concordancia con sus reglas.
El juego del derecho, que, en una versión, no puede prescindir de ser una práctica institucional autoritativa, tiene como regla básica que lo decidido por una institución republicana —por caso, un tribunal supremo, debe ser acatado.
Esta regla determina un curso de acción a seguir. Está ahí como un indicador de camino, junto con la dirección y el sentido preciso por el cual debo transitarlo. Solamente debo seguirlo.
Visto así, quizás la venda que cubre los ojos de la imagen de la justicia no signifique solamente la imparcialidad de los fallos, sino también seguir a ojos cerrados las reglas de la Ley suprema, que en nuestro caso es la Constitución Nacional. Pues, como dirá Wittgenstein, cuando sigo la regla, no elijo, la sigo ciegamente.