Ruth Bader Ginsburg, la conciencia progresista de los EE.UU.
A los 82 años, la jueza de la Corte Suprema, tan idolatrada como temida por sus posiciones liberales, soporta presiones para que deje su cargo
"Estás débil, tenés que cuidarte. Vas a ir a recepciones donde te van a dar la mano todo el tiempo un montón de personas. Al menos, usá guantes." Esto dice Ruth Bader Ginsburg (82) que le dijo en 1999 su colega Sandra Day O’Connor, la primera mujer que llegó a jueza de la Corte Suprema de los Estados Unidos. Bader Ginsburg fue la segunda y acababa de pasar por un tratamiento de quimioterapia debido a un cáncer de colon. "Y le hice caso, me los puse y me gustó. Por eso los sigo usando", confesó a un periodista que le preguntó por sus clásicos guantes de red estilo Madonna: los tiene en negro, en blanco y en crudo.
Es su versión black la que luce en una foto interior de la reciente edición de Time, que la define como uno de los 100 personajes más influyentes del mundo. Pero ojo: la jueza más anciana de la Corte estadounidense no es apenas un ícono de la moda y un personaje de revista, sino una de las personalidades más prestigiosas y reconocidas de su país en materia de derechos. Liberal en el sentido más amplio y profundo de la palabra, defensora de los derechos de las mujeres y de todas las minorías, RBG (así la llaman sus jóvenes fans, que la adoran) es, también y por lo mismo, el terror de los ultraconservadores, que preferirían no verla más. Curiosamente, quienes más la hostigaron desde todos los estrados y medios posibles para que se fuera y permitiera ocupar su banca antes de que los republicanos tomaran el control del Capitolio fueron los propios demócratas, aunque sin resultado: ella decidió que aún no era hora de volver a casa.
Tiene 15 años menos que el juez Carlos Fayt, pero ambos compartieron una fuerte embestida, ya que, al igual que ocurre con su par argentino, es su asiento en la Corte de nueve miembros (con los demócratas en minoría) a lo que aspiran quienes la presionan y apelan a su edad como argumento para esmerilar su voluntad de seguir ejerciendo.
Los que más la presionaron fueron los más cercanos; fuego amigo, llamémoslo. Preocupados por lo que podía ser una mayoría republicana –que finalmente se dio–, comenzaron a pedirle y hasta a exigirle que diera un paso al costado para permitir al presidente Obama elegir su reemplazo. Ella directamente los ignoró y hasta se burló. Sabía que por más que Obama eligiera "bien", conseguir la confirmación de su nominación por parte de un legislativo sin mayorías hubiera sido un milagro. Todavía ahora algunos insisten en que se vaya mientras Obama pueda nominar a su reemplazo. Un esfuerzo en vano porque la jueza decidió que no es su turno aún.
Bader Ginsburg no se inmuta ante las presiones, ya dijo que hay antecedentes de jueces aún mayores que ella que siguieron. Su amiga Day O’Connor, quien además la acompañaba en las opiniones, los argumentos y los fallos, se retiró a los 75 para cuidar a su marido, quien estaba con Alzheimer. Pero Bader Ginsburg, la mujer que se enorgullece de decir que siempre lleva una Constitución en la cartera por las dudas, es viuda desde hace un par de años, luego de haber estado casada con Marty Ginsburg, también hombre de leyes, por 54 años. Tuvieron un hijo y una hija que les dieron cuatro nietos. Fue uno de esos nietos quien le dijo en febrero último: "¡Bobe [abuela en idish], te quedaste dormida durante el discurso de Obama!". Y sí, todos vieron cómo la anciana cabeceó y se quedó dormida por espasmos la noche del último discurso sobre el Estado de la Unión del presidente, porque, según reveló luego y con total desparpajo, "no estaba 100% sobria después de la cena y el vinito".
Una dama independiente
La jueza Bader Ginsburg nació en el seno de una familia judía, en un barrio de clase trabajadora de Brooklyn. Su propia madre, que no había ido a la escuela porque en su casa privilegiaron mandar a su hermano varón, fue uno de los grandes estímulos de su vida. "Mi madre siempre me decía dos cosas: una, que debía ser una dama. La segunda, que debía ser independiente", suele contar. Sus estudios universitarios fueron en Cornell, cuando en las clases de 500 alumnos sólo ocho eran mujeres. Enseñó en Columbia y en Rutgers y fue la primera mujer que dirigió la prestigiosa Harvard Law Review. Una vez, a ella y a otras compañeras, un profesor les preguntó por qué habían elegido la carrera de Derecho. Con gran manejo de la ironía ella respondió que lo hacía "para poder entender" de qué le hablaba el marido.
Llegó a los altos cargos de la justicia con dos presidentes demócratas, primero con James Carter y luego con Bill Clinton. Integra la Corte Suprema desde 1993, es decir, desde que tenía 60 años. Desde siempre defiende causas de género, discriminación y minorías. Está a favor de la despenalización del aborto, de la igualdad de género y de los derechos de los homosexuales. "Mi deseo es que este país aproveche el talento de toda la población, no sólo de la mitad", dijo una vez. Se la conoce básicamente por su gran talento argumentativo, que sus propios colegas consideran enriquecedor como pocos a la hora de las sentencias. Suele decir que hay fallos que deben esperar su momentum, que no es bueno apurarlos porque hay que saber apreciar cuál es el momento social y no sólo político para ello. Algo de eso cuestiona a veces en sus conferencias cuando se refiere al famoso fallo del caso Roe vs. Wade de 1973 de despenalización del aborto en los primeros tres meses de embarazo. Hoy, tantos años después, tal vez porque la cuestión aún necesitaba madurar más, sigue habiendo estados que promulgan leyes locales más restrictivas, lo que genera nuevas batallas legales.
Hay muchas expectativas centradas en el mes de junio, cuando el alto tribunal deba dar a conocer su fallo sobre el matrimonio igualitario, que ya rige en varios estados. Las razones de Bader Ginsburg para apoyar esa ley son tan racionales como asertivas y conmovedoras. Ante los que sostienen que no es posible cambiar una ley que tiene cientos de años de tradición, sostuvo que "el matrimonio hoy no es lo que era cuando se promulgó aquella ley. El matrimonio era la relación entre un hombre dominante y una mujer subordinada". A los que ponen como argumento que un matrimonio tiene como objetivo principal la procreación y que por eso debe ser entre un hombre y una mujer, les tenía preparado otro texto: "Supongamos que una pareja de 70 años quiere casarse. No hay nada que preguntarles: ya se sabe que no van a tener hijos". Está segurísima de lo que piensa, lo piensa hace mucho, además. "Las parejas del mismo sexo deben tener los mismos incentivos y los mismos beneficios que los matrimonios heterosexuales. Las personas que se aman y quieren vivir juntas deben poder disfrutar las bendiciones y también la lucha que significa una relación matrimonial."
Sobrevivió a dos cánceres y el año pasado tuvieron que ponerle un stent. Fortaleza y capacidad de recuperación no le faltan. Aunque la anciana, con sus excentricidades, su autoridad, su cuerpo cada vez más pequeño, su guardarropas exquisito y sus palabras mordaces es cada vez más protagonista de productos culturales para el llamado "consumo irónico", hay en EE.UU. una gran cantidad de jóvenes que la aman y la siguen como si fuera una rock star. Fue superheroína de cómic e incluso se venden remeras con su imagen y su nombre ("Notorious RBG", algo así como "la tristemente célebre RBG"), tazas de café y ya hay pedidos para que tenga un gusto especial en una marca de helados. Le compusieron recientemente una ópera y en función de su popularidad en estos días se anunció una película basada en su vida, cuya protagonista será Natalie Portman. Cuando le preguntan si está escribiendo sus memorias, dice que no. "Hay demasiada gente escribiendo ya sobre mí", se ríe.