“Rumbo y fe”
El momento del despegue es uno de los más riesgosos en la aviación. Cada una de las tres velocidades del proceso tiene su criticidad particular. De 0 a 100 km/h se presta atención al instrumental para verificar si no existen fallas menores que hagan preferible abortar el procedimiento. Entre 100 y 200 km/h se suman chequeos más complejos que advierten de la necesidad de desistir o no del despegue para evitar riesgos ciertos de colisión. Alcanzada la “V1″ (velocidad de 240 km/h aproximadamente), el piloto debe iniciar las maniobras de despegue y ascenso.
Si decidiera frenar a esa velocidad no podría evitar estrellarse contra los límites de la pista. Debe orientar el avión hacia su destino y confiar en su experiencia, en el procedimiento y en el instrumental que le brinda información. En la jerga aeronáutica, los pilotos recitan un mantra que grafica el momento exacto del traspaso del control humano al control divino una vez alcanzada V1, cuando ya no hay vuelta atrás: “Rumbo y fe”.
Javier Milei inició su presidencia directamente en V1. Apenas asumió, aceleró de tal manera que todo el instrumental vetusto con el que los políticos midieron sus acciones infaustas durante tantas décadas fue reemplazado por solo dos relojes que se miran con obsesión y que proyectan dos objetivos: bajar la inflación y alcanzar el déficit fiscal cero. Decidió un rumbo claro, alcanzó la velocidad de despegue e invocó a las fuerzas del cielo. Rumbo y fe.
Es cierto que focalizar en solo dos variables (inflación y déficit cero) desatiende una inmensa cantidad de dificultades sociales que los ciudadanos viven en carne propia, todos los días. Y también es cierto que es tarea de la oposición advertir al gobierno sobre los problemas que pueden derivarse de un despegue impulsivo y vertiginoso como el propuesto por el Gobierno en un país oxidado como la Argentina, arruinado por políticas y políticos equivocados.
La oposición, entonces, tiene la obligación de activar esas alarmas de manera confiable y desinteresada, sin que parezcan reclamos obsoletos para obtener un rédito político mezquino. Deben parecer –y ser– sinceras y efectivas correcciones necesarias para mejorar el despegue. Ciclópea tarea para una oposición aún atónita y disgregada por la vorágine presidencial y el apoyo popular al firme camino trazado por el Presidente.
El tablero de control del avión presidencial en el que los 47 millones de argentinos estamos embarcados, tiene como botones principales las redes sociales, ejes del humor comunitario que moldea el discurso flamígero del Presidente. Este es el campo de la batalla cultural que el Gobierno libra principalmente en la red social X (¡cómo se extraña llamarla “Twitter”!). Es fascinante el nivel máximo jamás alcanzado por la libertad de opinión en esa red social, con reserva de los desafueros que se cometen en el anonimato. Pero opinión no es información. La libertad de expresión jamás debe ser censurada, pero no debe confundirse con la libertad de información, clave en cualquier orden democrático.
En conexión con lo anterior, en septiembre de 2024, el diario El País y SER de España publicaron un informe titulado “El ‘desorden democrático’ de España” (https://ep00.epimg.net/infografias/encuestas40db/2024/09-barometro/2024_09_barometro_democracia.pdf), donde queda plasmado que las redes sociales son por lejos los vectores preferidos para la divulgación de las noticias falsas, y que X es el canal predilecto para difundirlas.
La información genuina nace del ejercicio profesional del periodismo con parámetros de calidad y rigurosidad que el Gobierno debería apoyar como un valor democrático irrenunciable, en lugar de pretender esmerilarlos continuamente, agitando a su tropa contra medios y periodistas con ataques constantes, verbales y económicos.
Los medios ejercen de señalización objetiva y fiable. Como amante de los datos, el Presidente debería fomentar el desarrollo y la viabilidad de medios de comunicación profesionales y no combatirlos con ánimo de exterminio.
Aunque en los últimos meses el cielo aparece despejado, el Gobierno, y fundamentalmente el Presidente, crea sus propios focos de tormenta, sus enemigos, como si necesitara pegarle a alguien siempre, insultar, descalificar con soberbia, agredir para constituirse como ser. Los caminos del diálogo armonioso y constructivo lo desequilibran, el punto más endeble de nuestro comandante de a bordo.
Como a toda acción le corresponde una consecuencia, esas tormentas “a la carta” han dejado secuelas en el fuselaje del Gobierno que se perciben en cada decisión que debe someterse al Congreso, cuyos integrantes son denigrados de manera alevosa. El respeto al prójimo y el consenso son kriptonita para el Gobierno.
Tal vez, en verdad, aún no hayamos alcanzado V1, la velocidad de despegue, la que no permite ya atender alarmas y corregir errores. Tal vez estemos a tiempo de atemperar las enormes diferencias que dividen a la sociedad y ecualizar mejor aquellas variables que por el momento han sido dejadas de lado por el Gobierno para atender las urgencias derivadas de un ciclo político precedente de destrucción social y cultural nunca visto. Tal vez tengamos la chance de fijar la brújula de nuestro crecimiento y desarrollo como sociedad, fundándonos en los principios de verdadera libertad, unión, respeto y colaboración, y podamos experimentar, finalmente, un despegue vigoroso, definitivo y total. Está en nuestras manos. Rumbo y fe.