Roxana Morduchowicz: "El saber de los chicos sobre la tecnología es instrumental"
"Chicos: la clave del wifi esta semana es el color del vestido de Anna Karenina del libro. He dicho del libro, no de la película. Buena suerte. Mamá". La decisión de una madre italiana de fomentar la lectura en sus hijos adolescentes con este juego se viralizó en las redes el año pasado luego de que circulara la foto de la nota que les había dejado pegada con un imán en la heladera. Un intento bienintencionado aunque poco eficaz, teniendo en cuenta que en el buscador de Google estaba resuelto el enigma. Pero este caso plantea la discusión respecto del lugar de los adultos a la hora de mirar de frente a dos fantasmas: la adolescencia de los hijos y los cambios vertiginosos de la era digital. Solo por consultar una estadística que mide a preadolescentes, sabemos que en la Argentina seis de cada diez chicos de 11 y 12 años ya tiene cuenta en alguna red social.
El libro Ruidos en la web. Cómo se informan los adolescentes en la era digital (Ediciones B), de Roxana Morduchowicz, se mete en estas nebulosas para preguntarse cómo se manejan en un magma de saberes sin límites. Y va más allá al cuestionar cómo impacta esto no solo en su vida familiar o privada, sino también en su papel como ciudadanos del siglo XXI. Explora el impacto de Internet en la democracia en tiempos de posverdad y fake news.
La autora es especialista en cultura juvenil y retoma la anécdota de la madre italiana para preguntarse por el nuevo papel de los adultos. El libro cuenta además con un capítulo de actividades prácticas para trabajar la "alfabetización informacional", que vale tanto para la escuela como para la familia. No deja de lado tampoco la responsabilidad del Estado y la necesidad de que implemente políticas públicas para entrenar a los chicos en nuevas competencias.
¿Cómo cambió la relación familiar a través de la aparición de las pantallas en el hogar?
Transformaron la dinámica cotidiana. Una típica postal de la década de 1970 mostraba un comedor con una familia reunida en torno del televisor, compartiendo un programa. Hoy aquella imagen casi no existe. Porque se han multiplicado las pantallas en la casa, los consumos suelen ser más privados y, por lo tanto, menos compartidos. Equipar la habitación de los chicos con tecnología genera dos efectos: más horas de uso de esa tecnología y más en solitario.
¿Qué se recomienda poner en práctica ante este aumento de consumos privados?
Que por la noche los dispositivos se apaguen y se carguen en un espacio compartido. En un living, por ejemplo, para no afectar el sueño de los chicos. Según una estadística que cito en el libro, en la Argentina el 45% de los adolescentes no apaga nunca el celular. Esto afecta hasta sus momentos de descanso. Y también define nuevos temas de conversación que pasan mucho por lo que está sucediendo en ese momento en las redes sociales.
¿Qué desafío tienen los padres y docentes?
El de los adultos es un lugar fundamental en el mundo de los chicos. El de la familia y la escuela. Los padres pueden usar los filtros y controles parentales, pero hay que volver a la fórmula de siempre: el diálogo familiar. Las redes de confianza. En las familias está muy instalado que los padres pregunten a sus hijos: "¿Qué tal la prueba de Historia o la de Matemática?". Pero pocas familias preguntan: "¿Qué hiciste hoy en Internet? ¿Qué sitios visitaste? ¿Cuál te enojó? ¿Cuál me recomendarías a mí?". También es necesario saber con quiénes se contactan, sin invadir la privacidad. Porque los chicos tienen derecho a la privacidad en Internet. No se trata de saber el contenido de las conversaciones, sino de estar seguro de que aquellos con quienes se comunican son conocidos del colegio, del barrio, del edificio. Hay que construir relaciones basadas en la confianza. Yo no tenía Internet en mi adolescencia, pero le decía a mi mamá que iba a la casa de una amiga y ella no iba caminando detrás de mí para ver si efectivamente hacía eso. Había una confianza construida. Personalmente estoy en contra de "hackear" cualquier clave o código que tengan los chicos en los dispositivos. Lo que hay que hacer es volver a las fuentes: hablar, dialogar.
¿Cuáles son las prácticas más habituales de los adolescentes cuando buscan información?
La mayoría de los chicos cuando busca una información se queda con el primer link que aparece. Copian y pegan sin verificar los datos y no distinguen las fuentes de información. Usan sitios patrocinados, es decir publicidades, como si se tratara de textos informativos, y ahí los adultos tenemos mucho por hacer. Cuando no saben usar la información, cuando importa más quién la envió (amigo, compañero del colegio, un familiar) que el autor del contenido, ahí es cuando se empiezan a viralizar informaciones falsas. Y el problema es que los chicos empiezan a tomar decisiones con información poco confiable, de dudosa credibilidad. Entonces, sin intención, están contribuyendo a que informaciones falsas circulen rápidamente y lleguen a un público infinito dentro de la Web. El problema es que esto vulnera y debilita la propia democracia porque se toman decisiones personales, familiares o nacionales (en el caso de una elección nacional) basadas en informaciones falsas. Recordemos que estos chicos a los 16 años ya pueden votar. Tenemos que tener claro que la información sola no alcanza para estar alfabetizados digitalmente. Tienen que saber procesarla, saber de dónde viene; tienen que poder reflexionar, para que las decisiones que tomen sean también reflexivas.
Los políticos también propagan información falsa.
Los gobiernos, los políticos opositores, las empresas: todos tenemos responsabilidad en esto. Creo que copiar y pegar o viralizar una información sin chequearla previamente va más allá de una simple picardía: se trata de un problema muy grande que puede vulnerar principios democráticos. Muchas veces los perjudicados son grupos sociales: los inmigrantes, los pobres, los ancianos.
¿Cómo prepararse para una alfabetización informacional?
Si queremos educar a los chicos para que sean ciudadanos responsables en un mundo digital y puedan vivir en el siglo XXI con sus desafíos necesitamos formarlos en esto que se llama alfabetización informacional. Es una expresión que creó la Unesco, el organismo de educación de las Naciones Unidas, con la cual se busca básicamente fortalecer el uso que los adolescentes hacen de Internet en dos conceptos: el de relevancia (cuál información es relevante y cuál desechable) y el de confiabilidad (qué es una información confiable, creíble, autorizada y cuál no). Lo que se quiere es enseñar a los chicos a buscar información, pero también a organizarla, evaluarla, compararla, chequearla, analizarla. Y formar la propia opinión a partir de todo eso.
¿Qué papel cumple la escuela?
El papel de la escuela es fundamental. Pensemos que es una institución que nació con Gutenberg y fue creada para enseñar lo que la imprenta empezaba a producir. Es decir que durante siglos su papel fue distribuir información. Hoy, en el siglo XXI, esos objetivos no son válidos. La información es lo que sobreabunda; está muy accesible a todos los ciudadanos y a los chicos en particular. Lo que necesitamos es una escuela que enseñe a pensar esos contenidos.
¿Se deben cambiar las consignas?
La escuela debe cambiar las consignas y la manera de evaluar, para que la memoria no sea el parámetro más importante. Cuando la madre italiana les dice a sus hijos que la clave de wifi es el "color del vestido de Anna Karenina en el libro" no va por buen camino, por más que tenga buena intención con su estrategia creativa para que lean. Porque lo que no hay que hacer es formular preguntas cerradas; esas tienen sus respuestas en Google. Si queremos, desde la escuela y desde la familia, que los chicos aprendan a usar la información, no tenemos que preguntar el año en que se descubrió una vacuna sino preguntar por procesos; hay que hacer preguntas que requieran investigación, verificación y reflexión. Construir el pensamiento crítico. Ese es el papel fundamental de la escuela: proponer lecturas reflexivas. Hasta hace 20 años la persona alfabetizada aprendía a leer y a escribir, y con eso bastaba. Hoy no alcanza; hacen falta otras competencias que tienen que ver con el pensamiento crítico, la creatividad para tomar decisiones, argumentar y comunicar. Esto es capital cultural y se logra con pensamiento crítico. Entender los porqué y no evaluar la memoria. La distribución de información ya no es el objetivo principal de la escuela.
¿Cuáles son los errores más habituales que comenten los adultos?
Uno de los problemas más grandes es que los padres o docentes suelen desentenderse de este tema bajo el argumento "mi hijo -o mi alumno- sabe más que yo". Hay que insistir en que el saber que tienen los adolescentes sobre la tecnología es instrumental. Saben qué hacer con la herramienta, con el soporte: si se cuelga la computadora, cómo se baja una aplicación, cómo usar Snapchat? Pero lejos estamos de que los chicos tengan un saber reflexivo y crítico. La primera falencia es creer que son "nativos digitales": la fecha de nacimiento no les da el título porque no tienen otras competencias. No hacen un aprovechamiento completo de las tecnologías: un uso seguro, un uso reflexivo y un uso creativo (editar, programar, usar toda la potencia de la herramienta). No hay que esquivar el tema porque " ellos saben más que nosotros". Pocos padres saben cómo usan sus hijos las tecnologías. Qué les atrae, qué los angustió, si tienen dudas acerca de lo que ven. Hay que dialogar sobre los distintos usos que hacen de las pantallas.
¿Cómo resuelven los docentes la incertidumbre de sentir que los alumnos saben más que ellos? ¿Cuál es la responsabilidad del Estado?
Durante los últimos 10 años los Estados en todo el mundo, la Argentina incluida, estuvieron ocupados en la provisión de tecnología. Acá el plan Conectar Igualdad del kirchnerismo fue un ejemplo. La provisión de equipamiento estuvo muy bien sobre todo para los chicos de sectores populares que, en muchos casos, tenían en ese plan la única forma de acceder a este tipo de tecnología. Lo que hay que saber es que eso es tan solo el punto de partida. Si a esa provisión de tecnología no le agregamos formación, la preocupación es qué uso van a hacer de ella. Mientras antes la brecha digital era entre los conectados y los excluidos, hoy la brecha digital pasa por las prácticas. Los que saben hacer un uso reflexivo y crítico de las tecnologías, y los que no. El Estado tiene que plantease como desafío formar a los docentes. Tiene que proponer cuatro puntos: enfatizar la necesidad de no quedarse nunca con un solo sitio web, porque aunque sea creíble y confiable es una sola voz; no quedarse nunca con el primer link que aparece porque puede ser pago y no necesariamente el más autorizado para hablar del tema; enseñar a distinguir los distintos géneros (no es lo mismo información que publicidad). Y el cuarto contenido es identificar la procedencia de la información; identificar la fuente.
¿Cómo se enseña a chequear la fuente?
Uno de los factores es que la entidad consultada tenga un correlato en la vida real. Una cosa es que me lo diga Unicef, una universidad, un municipio o una empresa que existe físicamente, y otra cosa es que se trate de una página web de la que tampoco conocemos su autoridad para hablar del tema. Sobre todo priorizar aquellos sitios que tienen que ver con lo público (los reconocemos por las extensiones .org o .edu), que sabemos que tienen cierto grado de autoridad para hablar del tema.
Hay escuelas que decidieron no usar tecnología en las aulas con el argumento de "ya bastante tecnología tienen en casa".
Personalmente me opongo a eso, creo que hay que usar el celular en la clase. Me parece antinatural no usar la tecnología en la escuela porque la vida diaria está impregnada de eso y porque la identidad juvenil está atravesada por las pantallas. Las tecnologías tienen un enorme potencial educativo, por ese motivo le digo sí al celular en el aula. Pero tiene que haber un proyecto educativo detrás de esa tecnología, de lo contrario, no tiene sentido.