Rostros, más que datos
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“Perdón, señor, ¿no me ayuda con lo que pueda?”. La señora, poco más de 30 años, estaba con su nena de unos 10 en una esquina, en Núñez, junto a un almacén al que, probablemente, entraría después a comprar algo para comer ella y su hija. El changuito que llevaba delataba que su periplo había sido largo, y lo sería aun más para volver a casa. No es nueva la imagen, por supuesto, ni es única, desgraciadamente. Pero es uno de esos momentos en el que los números de las necesidades insatisfechas de cada vez más gente, en fin, de la pobreza en general, dejan de ser categorías sociológicas para adquirir el rostro de personas carenciadas.
Un reporte de la UCA mostró que en marzo de este año la pobreza había alcanzado al 55,9% de la población, y en junio había bajado al 49,4%. La indigencia, en tanto, bajó de 20,3% a 15,9%. Pero esa mejora no alcanzó a todos por igual. En cualquier caso, como cantan los números, casi la mitad de los ciudadanos siguen viviendo en condiciones paupérrimas.
Mora Jozami, directora de Casa3, cuenta que cuando pregunta a los encuestados en sus trabajos de campo a qué clase social sienten que pertenecen, 7 de cada 10 responden: a la clase media baja o baja. ¿Y hace un año? Solo el 46% se identificaba en esos segmentos. Algo está mal.