Rostros de mujer
Por Bernardo Kliksberg Para LA NACION
WASHINGTON
HICIERON la diferencia en el país más poderoso del mundo, y en el planeta. Eran tres mujeres llenas de coraje que se fueron hace poco, pero dejaron un legado de excepción.
En 1955, Rosa Parks, una humilde costurera negra de 42 años, subió a un ómnibus en Montgomery, Alabama. Detrás de ella subió un hombre blanco, y el chofer, blanco, le exigió a Rosa que se levantara para darle el asiento. Ella se negó. La amenazaron diciéndole que eso era un acto criminal. Volvió a negarse. La encarcelaron y la persiguieron. Pero ese día algo cambio en la historia del país: sembró la semilla del gran movimiento por los derechos civiles, liderado por Martin Luther King. A su muerte, el 24 de octubre último, se le rindió homenaje en el Capitolio, donde sólo fueron velados 30 norteamericanos en toda la historia. Rosa fue la primera mujer en recibir esos honores.
Betty Friedman escribió, en 1963, un libro que conmovió a millones de mujeres en el mundo, sobre las discriminaciones de género, abiertas o sutiles. The Femenine Mystique se convirtió en una de las obras mas leídas del siglo y sentó las bases de grandes movimientos por la equidad de genero.
Coretta King resistió todos los embates con sus cuatro pequeños hijos cuando a su marido lo amenazaban de muerte, le colocaban bombas y lo perseguían de mil modos. Cuando Martin Luther King fue asesinado, ella siguió adelante con su lucha, hasta su ultimo día. Estados Unidos y el mundo le rindieron justo homenaje.
Las luchas más formidables han tenido -y tienen, crecientemente- rostro de mujer. También lo sigue teniendo la discriminación, en el mundo y en América latina. Ha habido avances considerables, pero las metas de equidad siguen distantes, y el paso es lento. La esfera en la que se subrayan más sus progresos es la política, pero aun en esa actividad las mujeres sólo representan actualmente el 15,6% de los parlamentarios del mundo. En el área social, son el 70% de los pobres del planeta, y dos terceras partes de los analfabetos. Todos los días mueren 1600 mujeres en el momento de dar a luz o durante el embarazo, por causa de la indigencia médica en que están, sin acceso a protección en salud, desnutridas, con falta de agua potable, bajos niveles de educación y otras enfermedades de la pobreza. El premio Nobel Amartya Sen habla en sus trabajos de las "mujeres desaparecidas", que deberían estar vivas según las proyecciones demográficas, pero que no lo están por el mal funcionamiento de las sociedades.
En América latina, la directora de la Organización Panamericana de la Salud, Mirta Roses, ha advertido que se producen 23.000 muertes al año de mujeres, en su mayoría, evitables, en el momento de dar a luz. Unas 95 madres mueren en la región por cada 100.000 nacimientos. En los países desarrollados, la tasa es inferior a nueve. En Haití es de 523, en Bolivia, 230; en Perú, 185; en Paraguay, 174; en El Salvador, 173; en Guatemala, 153. Las cifras son todavía mucho mayores en las madres indígenas del subcontinente. Las sociedades no logran garantizar algo tan elemental como la protección a una madre en un momento fundamental de la existencia.
En educación ha habido progresos importantes, pero a las mujeres les resulta muy difícil convertir su mayor nivel educativo en oportunidades concretas en el mercado de trabajo. Se han incorporado masivamente a ese mercado, pero las discriminaciones son considerables. La mayoría de las mujeres trabaja en el sector informal, donde los ingresos son reducidos e inestables y no hay protección social. Esto sucede en la región con el 58% de las mujeres empleadas del sector no agrícola, frente al 48% de los hombres. Las mujeres que trabajan en la economía formal ganan, por tareas iguales, sueldos menores que los de los hombres. La diferencia es superior al 22% en el orden mundial, y mayor aún en América latina.
Con frecuencia, la opinión pública se impresiona por el éxito de algunas empresarias. Son muy meritorias, porque deben hacer esfuerzos mucho mayores que los hombres para llegar a esas posiciones. Pero el tema es problemático. Por una parte, la representación de la mujer en tareas gerenciales es débil. Por otra, las que llegan pagan costos muy elevados. Según un estudio, en Estados Unidos el 49% de las ejecutivas exitosas no tienen hijos, contra el 19% de los hombres en similares puestos. En América latina, un estudio sobre 75 empresas de la Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador, México, Perú y Venezuela, demostró que la mujer ocupa sólo un 10% de los cargos de presidente o vicepresidente.
Detrás de estas realidades siguen latentes, entre otros factores, cuestiones culturales de peso: las viejas estructuras machistas. Todavía se siguen difundiendo en muchas escuelas de la región estereotipos de mujer y hombre que corresponden a ellas, y el machismo sigue presente en numerosos aspectos de la vida cotidiana.
Esta es una de las explicaciones de la insensibilidad que exhiben amplios sectores de la sociedad ante el elevado numero de violaciones en la región (en México, por ejemplo, según Human Rights Watch, hay 120.000 anuales) o a los asesinatos impunes de centenares de mujeres, ocurridos en Ciudad Juárez.
A todo ello se suma la actitud negadora del valor incalculable del trabajo de la mujer en la familia. No se mide, no figura en las estadísticas nacionales, no se paga e, incluso, se subestima. La mujer tendría dos roles. El que vale sería trabajar, y el que equivaldría a "no hacer nada", que sería su labor como ama de casa". Manuel Castells lo ha dicho muy bien: "Si las mujeres que no hacen nada dejaran de hacer eso, la estructura urbana como la conocemos sería incapaz de mantener sus funciones".
Así como el heroísmo y el coraje han tenido rostro de mujer en los últimos años -como los de la madre Teresa de Calcuta, la premio Nobel Rigoberta Menchu, Rosa Parks, Coretta King, Betty Friedman y muchas otras-, también la pobreza , la discriminación y el abuso suelen tener rostro de mujer. En América latina, son sobre todo los rostros de las indígenas, afroamericanas, campesinas, y las marginadas de las ciudades. Es hora de devolverles los derechos conculcados durante tantos siglos y de que esos rostros femeninos, muchas veces con expresiones de dolor innecesario, de humillación, de sentimiento de injusticia, puedan ser transformados, entre todos -políticos, gobernantes, empresarios y sociedad civil-, en rostros plenos de esperanza.