Rómulo Macciò: "Uno siempre piensa que va a hacer algo mejor, pero nunca se llega a la obra ideal"
El pintor, que expone este mes en la galería Vasari, repasa sus años en la Nueva Figuración, critica el arte conceptual y describe su forma visceral de trabajar: "Tengo la cabeza llena de pintura", dice
Rómulo Macciò arquea un poco su cuerpo de 83 años y desliza una pincelada blanca contra la superficie de una obra de gran formato. El movimiento sigue la línea que describe el borde de una vereda del Bowery, el bravo barrio neoyorquino que alumbró la estética punk en los años 70. En el cuadro todavía existe el club CBGB y, al lado, un local anuncia una imaginaria muestra de "Macciò". Tal como se ve, ahora, Buenos Aires, en la vidriera de la galería Vasari donde Macciò expone hasta el 25 de este mes una serie de cuadros sobre Nueva York pintados allá y acá en los años 90. ¿Pero es que viene a deshoras a seguir pintando sus propios cuadros? No tanto. Lo que desvela al Marlon Brando de la pintura argentina es una transparencia en esa línea que le disgusta y ahora necesita cubrir. Y ahí está, de impecable traje marrón estirando la punta de un pincel blanco antes de sentarse a hablar, que es lo que menos quiere en la vida. Porque al visceral Macciò, de novio con una mujer treinta años menor, no le gustan las explicaciones. Aunque, sin darse cuenta, esté explicando que las obras, en realidad, nunca se terminan del todo y que esto que hace puede resumirse en una frase: "La historia de un fracaso".
¿Ése sería el título de su película, de su biografía?
Podría ser? Es que nunca podés llevar la obra al ideal que soñaste.
¿Cuándo se termina un cuadro entonces?
¿Cuándo se termina un cuadro? Es complicado decirlo? Creo que cuando no tenés nada más que decir. Yo creo que es una cosa que se produce de repente. Algo interno que te dice que ya está.
¿Pasó mucho tiempo en Nueva York?
Entre idas y vueltas, habré estado tres años.
¿Y qué se le quedó pegado de la ciudad?
Hay una fuerza ahí, es como una olla a presión a doscientos grados: está todo lo mejor y lo peor del mundo. Ese contraste, esa fuerza que tiene la ciudad de Nueva York siempre me conmueve. Cuando llego me gusta el olor a cartón, a imprenta, a cebolla frita. Y hay cosas extraordinarias para ver en los museos.
¿Qué le gusta ver?
Pintura. Veo lo contemporáneo pero necesito ir al Metropolitan a ver a los antiguos. A mí me gusta la pintura.
Un referente de Nueva York de los últimos cincuenta años es Warhol. ¿Qué es para usted?
Yo no lo veo muy bien como pintor, para mí es un gráfico. Un tipo que hacía una imagen gráfica. A mí me gusta la pintura pintada, me gustan los que pintan. Rothko, De Kooning, toda la banda de esa época. Son pintores con mucha potencia, con mucho lirismo. Llevaron el tachismo francés a una dimensión mucho mayor, todo más expansivo y más crudo.
Cada vez que se escribe sobre usted hay que hacer referencia al grupo Nueva Figuración (el colectivo que formó con Ernesto Deira, Luis Felipé Noé y Jorge de la Vega a comienzos de la década de 1960). Parece que hubieran estado juntos veinte años, pero en realidad hicieron dos o tres muestras. ¿Por qué cree que pasa eso?
No sé... Quedó como una marca en la historia de la pintura argentina. Es muy raro porque nos dispersamos enseguida.
Eran un poco como los Beatles, porque además eran cuatro.
Algo así parece que fuimos. Porque en ese momento se hacía una pintura muy bonita, buena pintura, que nosotros estábamos rechazando. No queríamos esa pintura abstracta y bonita. Entonces volvimos un poco a lo figurativo, con mucha potencia, para protestar contra esa pintura que yo llamaba "rosa bombón". Nos juntamos y buscamos un nombre. Ya existía "Nueva Figuración", obviamente, entonces le pusimos "Otra Figuración". Nosotros trabajábamos cada uno en otra cosa para poder vivir. Deira era abogado; Noé era periodista de La Prensa y del diario El Mundo (fue el primero que me hizo una crítica, en el año 1956); De la Vega trabajaba en la Facultad de Arquitectura y yo en publicidad. Alquilábamos la sala para mostrar lo que hacíamos. Al principio tuvimos un poco de rechazo, pero al poco tiempo la gente empezó a ver que había algo, ¿no? Y quedamos en la historia de la pintura argentina. De puta casualidad.
¿Por qué dice eso?
Porque si me preguntás por qué quedamos no sabría qué decirte.
Le cuesta mucho hablar de su obra.
Sí. Me cuesta mucho. La música se escucha; la pintura es lo que se ve; la literatura se lee. Y es un poco así. ¿Hay que ponerle palabras a la pintura? Si ves una naturaleza muerta de (Marcos) Tiglio, ¿necesitás que te la expliquen? Cuando te comés una ostra, ¿te gustó? ¿Y por qué? ¡Qué sé yo! ¡Es irracional! Yo lo veo así. Por eso de pintura no puedo hablar. Puedo decir qué pintores me gustan, pero no mucho más.
Hablemos de pintores entonces. ¿A Quinquela lo conoció?
Sí. Pero solamente lo saludé en una exposición que hizo en la galería Witcomb. Estaba maquillado. En esa época los señores se ponían como un polvo en la cara. Y tenía un traje con un escudito del Partido Justicialista. Un traje gris. Me lo presentó el marchand y nada más.
¿Cómo recuerda a Jorge de la Vega?
Ah, Jorge era un lírico total y con mucho humor y gracia. Muy buen pintor. Yo no era tan amigo de Jorge como de Ernesto (Deira) y Yuyo (Noé). Jorge llegaba al taller con una botella de ginebra y la guitarrita y empezaba con El gusanito y todas esas canciones. Los pintores somos un poco borrachines. Creo que es por la soledad.
¿Y a Deira?
Deira era muy culto, era el ilustrado del grupo. Y tenía pasta de pintor, sí. La gente dirá lo que hicimos y lo que quedó y si vale o no la pena. Me parece que sí porque los cuadros aún existen y nos recuerdan. Será un error histórico quizás.
¿El Di Tella fue tan importante como se dice?
Sí, era importante. Pero terminó mal porque Jorge Romero Brest empezó a permitir cualquier cosa: una travesti bailando y tirando sus fotos era visto como un hecho artístico y eso caía muy mal porque había un gobierno militar. Creo que se desbandó.
Y a usted no le gusta mucho que el arte se desbande, ¿no?
No. Más bien soy conservador.
Pintura y escultura y listo...
Sí. ¿Arte conceptual? Pobre Duchamp, no paran de exprimirlo. Mirá, cuando veo un camión de mudanza por la calle me emociono como si estuviera viendo La Anunciación de Da Vinci o Las meninas de Velázquez.
¿Por qué?
Porque leí en el diario que una señora como expresión artística lleva sus muebles de un domicilio a otro, en un carrito. Eso que hace todo el mundo todos los días para mudarse. Me parece demasiado.
Estas obras de Nueva York que nos rodean tienen mucha referencia a la arquitectura. Podrían ser paisajes urbanos en fotografía. Si en lugar de sus pinturas hubiera eso, ¿le gustaría?
Yo tomo fotos para pintar después y esas fotitos que tomo con la cámara me las han comprado coleccionistas de fotos, carísimas. Hablo de unas fotitos que cualquiera puede sacar por la calle. Es gracioso. Para mí la foto es como un boceto y eso es así desde Monet, en los primeros tiempos de la fotografía. Eso es todo. Yo admiro el trabajo manual. Todavía creo que se pueden hacer muchas cosas con las manos. Cuando pongo un color con un pincel o una espátula en una tela en blanco, no sé qué va a pasar. Empiezo a trabajar con mis manos y se va revelando ante mí una imagen inesperada. Y eso es un poco el arte: hacer algo que antes no existía.
Pero estos lugares existen.
Cuando pinté esto, me gustó Nueva York y pensé en hacer una crónica. Pinté lo que veía objetivamente. Hay una frase de Azorín sobre las actitudes de los pintores que me gusta mucho. Dice: "Velázquez pinta lo que se ve; El Greco pinta lo que él ve y Goya pinta lo que los otros no ven". Yo acá pinté lo que vi.
Volvamos a los pintores. ¿A Berni lo conoció?
Sí. Estuvo en una exposición mía en París. Contaba siempre cosas muy graciosas. Y era un gran pintor, tenía una potencia pictórica como del Renacimiento. Pero era bien objetivo, no tenía gran imaginación.
¿Y quiénes lo conmueven actualmente?
Hay muy buenos pintores acá. Me gustan mucho Prior, Rafael Bueno, Kuitca, Becú.
¿Alguna vez le pidieron retratar a alguien del poder?
No. Nunca. Soy muy anárquico. No tengo vinculación con el poder.
Pero si alguien le pidiera un retrato, ¿lo haría?
¿Un prócer? ¿Un presidente? ¿Un sinvergüenza? No estoy en la corte de nadie. Soy independiente. Para mí política es hablar con vos, colgar un cuadro en la galería. Después está la política de partidos para llegar al poder. Esa gula de poder, de hacer negocios. Yo con eso no quiero tener nada que ver.
Sartre decía que "artista es el que se traiciona a sí mismo". ¿Se puede aplicar a su pintura?
No. En mi caso tuve que pasar los primeros sesenta años para poder vivir de lo que hago. Vender lo que pinto y no pintar lo que se vende, que es otra cosa.
¿Nunca pintó lo que se vendía?
No, traté de no hacerlo nunca. Pero cuando trabajaba en publicidad tenía que hacer cosas para los clientes y demás. Ahí era distinto. Trabajé hasta que tuve treinta años. Empecé a vender los cuadros y viví bastante bien. No me quejo. Es un milagro. ¿A cuántos les pasa eso? Una vez me dijo (Leopoldo) Presas: "Che, Rómulo, cómo la pegamos con esto". Somos independientes, hacemos lo que nos gusta y vivimos de nuestro trabajo. Es un trabajo extraordinario que no dejás nunca, morís pintando. Porque siempre pensás que vas a hacer algo mejor. Pero como decía al principio, nunca se llega a la obra ideal.
¿Cuál es su mejor cuadro?
La verdad, no te puedo decir. Habrá algunos mejores que otros. Pero no puedo elegir una obra. Yo trabajo poco. Pero cuando lo hago, trabajo intensamente veinticuatro horas hasta que no sale nada más. Son rachas. Siempre estoy pintando con la cabecita. Tengo la cabeza llena de pintura.
Usted es un artista muy visceral y pasional. ¿Necesita estar enamorado para producir?
Hmm, no. Trabajo en soledad, recibo algunas ideas de la realidad que me rodea y trato de volcarlo en imágenes. Pinto cuadros y trato de que alguien los venda porque yo no puedo vender nada. Soy incapaz de hacerlo. No recibo a nadie en mi estudio. Me han querido comprar obras directamente y nunca pude. Mi estudio es un caos total pero de eso sale algo. Hago lo que puedo y lo que me sale.
Hábleme de Alberto Greco.
Antes de que conociera a Yuyo y de que tuviéramos la idea de armar un grupo, había una fábrica de sombreros que era de los Noé y estaba abandonada. Era un espacio enorme y me lo ofreció para ir a pintar y ahí estaba pintando Greco también. Después me lo encontré mucho en Madrid. Era un personaje impresionante. Estuve con él la noche anterior a que se suicidara en Barcelona. Un disparate. Pobre. Ahora es toda una celebridad en España pero entonces vendía los dibujos en cien pesetas, que no era nada. Ése es el destino de los pintores. Pintor muerto vale más.
¿Pero más vale estar vivo, no?
Y valer. ¡Valer vivo!
Biografía
Rómulo Macciò nació en Buenos Aires en 1931. Realizó su primera exhibición en 1956 y en los años 60 formó parte del grupo Nueva Figuración con Luis Felipe Noé, Jorge de la Vega y Ernesto Deira. Representó al país en la Bienal de Venecia (1968 y 1988) y en la de San Pablo (1963 y 1985). Su obra integra colecciones de varios museos del mundo.LA FOTO. Macciò elige un martini. "Parece una cosa muy fácil pero hay que saber exactamente cómo dar con el perfume, la medida exacta de vermouth. Me gusta tomarlo en el Florida Garden o en La Biela", dice.
¿POR QUÉ LO ENTREVISTAMOS?
Porque es uno de los grandes maestros de la pintura argentina. A sus 83 años, su obra continúa vigente
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