Rodaré como una bola de púas por la calle Mayor
Escritor itinerante, haragán sin culpa (ha elegido ser un escritor precisamente para no trabajar), charlatán profesional, Barclays lee el ensayo de Isaiah Berlin, “El erizo y el zorro”, y se pregunta:
-¿Soy un erizo o un zorro?
Isaiah Berlin divide al mundo en erizos y zorros:
-Mientras el zorro sabe de muchas cosas, el erizo sabe mucho de una sola cosa.
El erizo vive de noche, come insectos, es solitario y tiene el lomo cubierto de púas. Cuando se siente amenazado, se convierte en una bola de púas. Sabe una sola cosa y la ejecuta bien: sabe cómo sobrevivir. Por eso vive ocho años.
El zorro tiene fama de astuto. Sabe muchas cosas. Sabe tretas y artimañas. En ciertas culturas, el zorro es quien engaña a su esposa con otra mujer, o zorra es la mujer que engaña a su esposo con otro hombre. Algunos zorros se dejan domesticar. En general, el zorro es astuto, malicioso y listo para cazar a su presa.
El zorro es infinitamente más inteligente que el erizo para cazar a su presa. Pero el erizo es infinitamente más eficaz que el zorro para no dejarse cazar, para sobrevivir. Sabiendo una cosa, una sola cosa, el erizo prevalece.
-¿Soy un zorro o un erizo? -se pregunta Barclays.
Está claro: es un zorro. Es astuto, malicioso, engañoso. Es infiel, desleal, egoísta. Muda de afectos y lealtades. Se agazapa para cazar.
Como es un zorro, Barclays se muda parcialmente a Buenos Aires. Se ha enamorado de un argentino. Es el editor de una revista de prestigio. Se llama Ludovico Penacho. Sus amigos le dicen Ludo.
Como es un zorro, Barclays ha estado casado con una mujer y ha tenido dos hijas con ella. Es decoradora. Se llama Casandra Mesías. Sus amigas le dicen Casi.
Curiosamente, Penacho tiene una nariz del tamaño de una pelota de golf y Mesías tiene una nariz del tamaño de una pelota de ping-pong. Parece que a Barclays le gustan las narices grandes, desmesuradas. Acaso prometen amores grandes, desmesurados.
Como es un zorro, Barclays decide que, cuando esté en Buenos Aires, una o dos semanas de cada mes, vivirá solo, en un piso alquilado, cerca de su amigo Penacho. No quiere convivir con él.
Como es un zorro, Barclays visita una librería en la calle Corrientes, conoce a la gerente y se enamora de ella. Es muy guapa. Es muy culta. Ama los libros. Ha leído las novelas de Barclays. Cree que es un buen escritor. Lo reconoce apenas entra en su librería. Le dice que suele recomendar sus libros. Se llama Adriana Bernasconi. Sus amigas no le dicen nada porque no tiene amigas. Su mejor amiga es una perra llamada Frida.
Como es un zorro, Barclays no le dice a su amigo Ludovico Penacho que, así como está enamorado de él hasta los huesos, también se ha enamorado hasta los tuétanos de su amiga Adriana Bernasconi. Penacho no sabe que Barclays se acuesta a escondidas con Bernasconi. Pero la librera Bernasconi sí sabe que Barclays se acuesta con el editor Penacho. No cabe duda: Barclays es un zorro, Bernasconi es una zorra, Penacho es un erizo.
¿Cómo hace Barclays para verse a hurtadillas con su novia Bernasconi? La visita en la librería y se aman fogosamente en las oficinas de la gerencia. La visita en su casa de Liniers, camino al aeropuerto. Elige vuelos que salen a primera hora de la mañana. Se despide de Penacho a medianoche, diciéndole que irá a casa a dormir unas horas. Pero toma furtivamente un taxi, se detiene en casa de Bernasconi, se aman unas horas y luego sigue camino al aeropuerto.
Una madrugada, Barclays en calzoncillos, haciéndose un café y un tostado en la cocina de Adriana Bernasconi, entran ladrones. Son dos muchachos aparentemente drogados, sobreexcitados. Le apuntan a Barclays con unas pistolas. Le quitan su reloj, su celular, su tableta, su computadora portátil. Le preguntan si hay una caja fuerte: asumen que Barclays es el dueño de la casa. Barclays les dice que no hay una caja fuerte. La perrita no cesa de ladrar. Le disparan. La matan.
-¡Frida! -grita Bernasconi, aterrada.
-Hijos de puta -les dice Barclays-. Seguro que son ñoquis peronistas.
Al parecer heridos en su orgullo, los malhechores le dan una paliza a Barclays. Cuando este recobra el conocimiento, está en calzoncillos, en un hospital de Liniers. Adriana Bernasconi está a su lado. Ludovico Penacho está a su lado. Penacho se entera así de que Barclays los ama a ambos. Por suerte, no monta una escena de histeria. O no todavía.
Un tiempo después, Adriana Bernasconi y Barclays van a cenar a un restaurante contiguo al hotel del Casco, frente a la catedral de San Isidro, barrio en el que vive Barclays. Adriana le dice a Barclays que quiere fundar una editorial. Barclays se entusiasma. Se asocian. Bernasconi elegirá los manuscritos a publicar. Barclays financiará la aventura. La editorial se llamará Fechoría. Adriana exhibirá y recomendará los títulos de Fechoría en su librería de la calle Corrientes. Parece un buen plan.
Los primeros meses, Bernasconi publica unas novelas marginales, subterráneas, de un escritor talentoso, amigo de ella, que también trabaja en la librería. Barclays está orgulloso de compartir esa aventura con su amiga. Adriana hace un gran trabajo. Ama los libros. Ama vender libros. Ama tanto los libros que ha compilado un libro genial de citas literarias de grandes autores. Quizás más adelante se atreva a publicarlo. O a escribir ella misma un libro.
La hermana de Ludovico Penacho muere de una penosa enfermedad. Penacho escribe un libro inspirado en ella. Barclays lo lee y queda conmovido. Enseguida le envía el libro a Bernasconi y le pide publicarlo. Pero Adriana lee el libro de Penacho y le dice a Barclays:
-No me ha gustado. No vamos a publicarlo.
Mal medicado, o mal dormido, o mal avenido con su vida argentina salpicada de embustes y duplicidades, Barclays monta en cólera y le dice:
-¡Lo vamos a publicar! ¡Yo pongo el dinero! ¡Es el libro de mi novio! ¡Cómo no vamos a publicarlo!
Pero Adriana Bernasconi es una librera exigente, una lectora refinada y una mujer de carácter. No cede:
-Vos me dijiste que yo decidiría qué publicaríamos en Fechoría. Y este libro no va con nuestro catálogo.
Furioso, desquiciado, rebajado a su condición de monstruo bipolar, Barclays estalla:
-¡Entonces me retiro de la editorial! ¡No invertiré un peso más!
Huelga decir que hasta entonces Barclays solo había perdido dinero como socio inversionista de la editorial Fechoría.
-¡Sos un negro culo sucio! -le dice Adriana Bernasconi, en el lenguaje pintoresco y acanallado de los arrabales, de las cantinas, y así terminan tristemente su enamoramiento.
Tiempo después, Ludovico Penacho publica su libro en otra editorial argentina. No es un fenómeno de ventas. Bernasconi no lo exhibe en su librería.
Como es un zorro, Barclays se enamora de otra mujer. La conoce en Lima. La convence para irse a vivir a Miami con él. Deja de visitar Buenos Aires todos los meses. Le dice a Penacho que ya no está enamorado de él. Le dice que ya no son novios ni pareja. Le dice que quiere tener un hijo con su novia en Miami.
Ofuscado, Penacho trama una venganza feroz. Viaja a Lima, ciudad en la que Barclays nació, y se multiplica en las televisiones, dando entrevistas. Acusa a Barclays de ser un monstruo, un sujeto ruin, abyecto, abominable. Alude a él como La Gorda, porque Barclays está subido de peso. Dice que Barclays era la parte pasiva de la relación entre ambos. Alude a él como La Gorda Pasiva. Dice que Barclays era un novio tan egoísta, tan cínico, que, cuando llegaba a visitarlo, se quitaba la ropa, se ponía en cuatro y le decía, en tono imperioso, suplicante:
-Ludovico, sos mi jinete, soy tu yegua, cabálgame.
En medio de esa viciosa guerrilla mediática contra su exnovio, Ludovico Penacho se hace íntimo amigo de otro enemigo de Barclays, el periodista peruano Bonifacio Antimonio Pajuela. Barclays ya no recuerda por qué Bonifacio Antimonio Pajuela lo odia tanto. Pero Pajuela tiene un programa de televisión y, siempre que puede, derrama veneno contra Barclays.
Entonces Ludovico Penacho y Bonifacio Antimonio Pajuela, unidos por la quemante animosidad a Barclays, viajan a Buenos Aires, visitan a la librera Adriana Bernasconi y la convencen para grabar un reportaje de televisión. En efecto, graban el reportaje. El periodista Bonifacio Antimonio Pajuela, una vez encendidas las cámaras, le pregunta a la librera Bernasconi por el escritor Barclays:
-Es un escritor fracasado -dice ella-. No vende nada. Por eso no tenemos sus libros.
-¿Pero antes los tenían? -interviene Penacho.
-Sí, antes teníamos sus primeras novelas -concede Bernasconi-. Pero como no vendían nada, ya no pedimos los libros de ese escritor. Es un escritor de cuarta.
-¿Cuántos libros de Barclays vendían al año? -insiste el periodista Bonifacio Antimonio Pajuela.
-Nada -dice Bernasconi-. Casi nada.
-¿Mil libros al año? -pregunta Bonifacio Antimonio Pajuela.
-¡No! -se ríe Bernasconi-. ¡Mucho menos!
-¿Cien libros al año?
-¡No, qué va! ¡Mucho menos!
-¿Cincuenta libros al año?
-¡Menos, menos!
-¿Cuántos entonces?
-Yo creo que vendíamos diez libros de Barclays al año -dice, maliciosa, zorra, Adriana Bernasconi.
Luego remata:
-¡Pero eran los que él mismo compraba cuando venía a esta librería!
Los tres estallan en grandes risotadas de complicidad. El reportaje se emite en las televisiones de Lima, provocando ecos y revuelos, resonancias y escándalos, chismes y comidillas, y los tres conspiradores sienten que han destruido la carrera literaria del zorro Barclays.
Para sobrevivir, Barclays se convierte en erizo, tensa sus púas y se enrosca en un rincón, evitando contestarles a Adriana Bernasconi, a Ludovico Penacho y a Bonifacio Antimonio Pajuela.
-Todo esto pasará -piensa-. Pasan los escándalos. Quedan los libros. La mejor revancha es seguir escribiendo.
Tiempo después, Adriana Bernasconi publica una novela sobre su abuela española. Barclays la lee. Le parece un libro maravilloso, una pequeña obra maestra. La novela es un éxito de ventas y de crítica en la Argentina y en España. Barclays se alegra de que su examiga sea ahora una escritora de éxito.
-Lástima que nos peleamos por la novela de Ludovico -piensa.
Pasan los meses, pasan los años. Como es una escritora de éxito, Adriana Bernasconi se muda a Madrid. Como es una librera talentosa y emprendedora, abre una librería preciosa en el centro de Madrid. Es un éxito. Ahora triunfa como escritora y como librera al mismo tiempo. Y en Madrid, nada menos.
Barclays irá pronto a Madrid, a la feria del libro en el parque del Retiro. Se pregunta si debe visitar la librería de Adriana Bernasconi en el centro de la ciudad. Se pregunta si debe saludarla con cariño. Se pregunta si debe ser un zorro o un erizo con ella. La visitaré, piensa. Me arriesgaré a que me eche de su librería, a que me diga “negro culo sucio”. Seré un zorro con ella. Y, si me trata con aspereza, seré un erizo y me iré rodando como una bola de púas por la calle Mayor.