Aunque reivindica, en teoría y práctica, las posibilidades que ofrece la tecnología para su trabajo, el historiador de la cultura rescata el "sentido místico de sentirse en contacto con el pasado"
Robert Darnton llega al aula donde se desarrolla esta entrevista de la mano de un libro que acaba de elegir cuidadosamente entre los anaqueles de la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Invitado a participar allí del Congreso "La Ilustración en el Río de la Plata", el historiador norteamericano autor de libros clave como La gran matanza de gatos y El coloquio de los lectores no fija la mirada en las páginas del volumen sino en los ojos de cada una de las personas que lo rodean. Se sienta con su café sin azúcar en mano más dispuesto a dialogar que a cerrar respuestas: sobre la Revolución Francesa, el impacto de las nuevas tecnologías, el rol de las humanidades, pero también sobre la emoción que siente al refugiarse en algún archivo para leer una carta que desde hace siglos nadie más tocó.
En los últimos años usted ha estado particularmente interesado en el modo en que las nuevas tecnologías transforman nuestro acceso al conocimiento. De hecho ha tenido un papel protagónico en el desarrollo de la Biblioteca Digital de America (DPLA) donde están siendo digitalizados los recursos de las bibliotecas norteamericanas. ¿Hasta qué punto existe un riesgo de privatizar el conocimiento a través de los grandes jugadores del mercado como Google -a quien se ha enfrentado-, Amazon o Apple?
La situación actual encierra la forma más emocionante de democratizar el acceso al conocimiento que haya existido jamás, pero obliga también a luchar para evitar su mercantilización. Y en este sentido veo a Google como un real peligro. Lo hemos visto en los inicios de la DPLA, cuando la empresa intentó construir una digitalización monopólica y paga. No es que Google sea malo en sí, sino que es una compañía sostenida en la lógica de la ganancia. Amazon también funciona de esa manera y es aún más cruel. Pero otra de las formas bajo las que aparece el choque entre la difusión del conocimiento y la lógica empresaria es en el costo de las revistas académicas, un mercado dominado por sólo tres grandes editoriales comerciales. En 2014 Elsevire -que difunde tecnología, medicina y ciencias básicas- facturó 2,1 billones de libras y su ganancia fue de 39%. Eso no es valor agregado, sino explotar un monopolio a costa de las bibliotecas y el público en general. Paradójicamente este dominio genera menos acceso al conocimiento aunque se produzca más. Veo las fuerzas de mercantilización como una real amenaza.
Gracias a la tecnología también se está produciendo la digitalización de los archivos históricos. De hecho en su página usted incluye fuentes clave para su investigación. ¿Esta digitalización cambia la experiencia de los archivos para el historiador?
Para responder me gustaría evocar a uno de mis filósofos favoritos: R.G. Collingwood. Como él, creo que el historiador es una suerte de detective que reconstruye el pasado a partir de pistas para después construir una narrativa sobre eso. He pasado toda mi vida en los archivos y es una tarea que amo profundamente. Parte de ese placer está vinculado a cierto sentido místico de sentirse en contacto con el pasado, de tocarlo. Puede sonar romántico y lo es, pero eso no nos hace perder rigurosidad. El sentimiento de pedir una caja de documentos en el Archivo Nacional de París -abrir la cinta, sacar los papeles, leer una carta después de otra, saber que uno está en contacto con papeles que desde hace siglos nadie volvió a tocar- es una parte excitante de nuestro trabajo. Pero después de un tiempo uno tiene que encontrar un patrón en esta gran cantidad de material. De todos modos es imposible digitalizar todas las huellas del pasado así que esa experiencia no se va a perder. De hecho, la gran mayoría de esos manuscritos jamás han sido vistos por nadie, así que la historia está escondida en los millones de papeles que nos esperan en los archivos. Pero también es cierto que la tecnología nos permite hacer cosas que antes eran muy difíciles. Sustancialmente cuantificar de una manera que antes era imposible para así encontrar patrones relevantes.
¿Cree que la tecnología cambia el modo en que leemos?
No cabe la menor duda de que la mayor invención de la historia de la tecnología fue el códice: el libro tal como lo conocemos es una máquina que salió a la luz en la época de Cristo y aún está con nosotros. Eso no quiere decir que a lo largo del tiempo nuestro modo de leerlo no haya cambiado. Con la tecnologia digital se produce también un cambio. Hay neurocientíficos que dicen que Google nos vuelve estúpidos -de hecho hay un polémico texto con ese título-, porque afecta los impulsos eléctricos del cerebro alterando la sinapsis. Yo no creo que exista ninguna prueba de que leer en tabletas nos vuelva tontos, pero aún así es dificil negar que resulta diferente a leer un códice. Sin embargo, es importante recordar que, al menos en el corto plazo, un nuevo medio no reemplaza al anterior. La television no mató a las peliculas ni Internet mató a la television. A partir de 1991, con la invención de la World Wide Web el libro impreso no resultó amenazado ni desplazado, sino que la ecología de la lectura devino más rica y diversa: uno lee en teléfonos, en la calle, en tabletas.
¿Y en qué medida esto altera la escritura?
Hoy uno puede comunicar su investigación en la red de una manera que antes era imposible. Ya no tengo la presión de incluir fragmentos de lo que encontré en los archivos en mis libros porque el lector lo puede leer en mi sitio, donde ese material está digitalizado. Como ya no tengo que traerlo al texto, puedo escribir una narrativa mucho más interesante. Tengo un ejemplo para darle. En Poesía y policía analicé las canciones que se cantaban para propagar las noticias en una época en que no había periódicos. A partir de un repertorio de melodías común, cada día la gente improvisaba nuevas letras: noticias sobre la amante del rey, cambios en política exterior, nuevos impuestos. La pregunta que yo me hice fue cómo sonaban. Con la ayuda de musicólogos hice grabar esas canciones y hoy están disponibles online. Es como escuchar el pasado. Logré así integrar una dimensión sonora a la investigación histórica.
En este caso las nuevas tecnologías ayudaron a tocar el pasado.
Exactamente. Podemos hacer cosas que antes eran impensables. Es un tiempo emocionante para ser historiador.
Parece estar particularmente preocupado por el modo en que la lógica de la academia desestimula a los historiadores a participar en el debate público. El Manifiesto de la Historia divulgado el año pasado por David Armitage y Jo Guidi es una suerte de llamado a modificar esto reclamando una escritura de la historia en términos de narrativas de largo plazo. ¿Cree que esto depende de los historiadores?
La gente en general no tiene conciencia histórica. Particularmente en Estados Unidos se sabe muy poco del pasado: hay un escaso conocimiento sobre la historia norteamericana y nulo sobre el resto del mundo. Creo que los norteamericanos viven en el presente y reflexionan algo sobre el futuro, pero no tienen conciencia sobre el modo en que el pasado moldeó nuestro comportamiento. Es lamentable. ¿Pueden los historiadores profesionales cambiar esto? Es verdad que parte del problema reside en que los historiadores tienden a escribir de manera aburrida, pero no tiene por qué ser así. Sin embargo, uno de los objetivos del manifiesto es que la gente en el poder tenga sentido histórico. El supuesto del argumento es que esto podría generar una política exterior y una económica más inteligentes. Soy muy escéptico al respecto. Para mí el sentido de la labor del historiador consiste en entender el pasado, comprender la condición humana. Es el contacto con la humanidad lo que cuenta y esto está lejos de influir en la política exterior. Si tuviéramos una visión mas utilitaria fallaríamos en nuestra misión.
Para los historiadores el anacronismo es un pecado capital, pero el uso de la historia en la esfera pública está en general basado en esa operación. ¿Cree que hay una manera sofisticada de ser anacrónico?
Justamente hace poco dí una charla sobre esto: "Bloguear ahora y hace 250 años". Y empecé diciendo: "Voy a cometer lo que para los historiadores es el pecado original: el anacronismo, y lo hago para provocar". Mostré que los blogs de hoy son muy parecidos a lo que en el siglo XVIII se llamaba anécdotas o parágrafos, fragmentos de información muy similares a blogs y tuits. Pero también creo que esa operación debe ayudar a alertarnos sobre las diferencias. Lo importante es poner en funcionamiento el anacronismo sin reducir el pasado al presente.
En este sentido hay historiadores que creen que la función de la historia es mostrar las diferencias entre el pasado y el presente, mientras otros entienden que la misión fundamental es señalar aquello que tienen de familiar. ¿Usted pretende equilibrar esos dos mandatos?
En realidad prefiero mostrar el pasado como algo completamente diferente, pero nosotros vivimos en el presente, así que no podemos dejar de ver el pasado desde aquí. Claro que se debe ser autoconciente de la ventana a través de la cual se mira. No se puede estudiar un sistema distinto al de uno sin advertir sus propios valores, generando una operación que permita una relación dialógica.
En relación a estos debates, en Estados Unidos se ha venido discutiendo el rol de las humanidades, disciplinas que parecen estar siendo relegadas por las instituciones académicas. ¿Cree que su enseñanza debe ser cambiada para renovar el interés en este campo?
Soy un firme creyente en el papel de las humanidades en la educación, no sólo por razones vocacionales, sino porque ayuda a las personas a que sean seres humanos completos. Pero también he observado falta de pasión en quienes enseñan humanidades. Mis estudiantes de primer año tienen preocupaciones filosóficas, como la cuestión de la discriminación racial, la dimensión del poder de Estados Unidos, los refugiados, la pobreza, la polarizacion entre los muy ricos y los muy pobres en su propio país. Hay un idealismo y una curiosidad notables en relación a estos temas. ¿Van a los mismos autores que iba yo? Creo que no. Para mí, por ejemplo, John Milton tenía un rol central. Los estudiantes de hoy en Harvard ni siquiera saben quién fue Milton.
Yendo a sus primeros intereses, ¿Cómo es que siendo norteamericano se dedicó a la Revolución Francesa?
La Revolución Francesa fue revolucionaria y encontré esto extremadamente inspirador. La mayor parte de la gente cree que el mundo es como es y no se puede cambiar. Y es esa pretensión de fijeza de las cosas la que fue destruída por la Revolución Francesa. Demostró que las cosas se podían desmoronar y que podían ser rearmadas de un modo diferente. Hubo sufrimiento y violencia, es verdad, pero fue liberadora. No lo veo como un mero tema académico, sino como un momento que cambió radicalmente el modo en que nos vemos los seres humanos.
¿Y cuán importante es la noción de revolución en tanto concepto para pensar la historia?
Creo que la palabra "revolución" se usa en exceso. He visto avisos que hablan de "revolución en la ropa de hombres" o de "revolución en los estilos de defensa en el fútbol americano". Es una noción que se ha trivializado. Prefiero hablar de cambios de paradigma en tanto transformaciones en el marco dentro del cual se organiza el conocimiento. ¿Es esto una revolución? Tal vez, si quieren usar la palabra. Yo prefiero hablar de cambios conceptuales que van hacia lo más profundo del modo en que entendemos el mundo.
¿Cómo elige la forma de presentación de sus investigaciones?
El objetivo es escribir los libros de la manera más eficiente posible y en esto lo que más me preocupa es la arquitectura del libro. Esto implica comunicar algo de manera eficaz, pero también reconocer un rol a la dimensión estética de la escritura. No en un sentido meramente formal, sino en uno más profundo: crear una estructura para la ligazón de las partes que esté atenta a la dimensión estética en su sentido más amplio.
Biografía
Robert Darnton (Nueva York, 1939) es uno de los historiadores más influyentes de la actualidad. Autor de La gran matanza de gatos, sobre la Revolución francesa, y El coloquio de los lectores, sobre la historia de la lectura. Es profesor de la Universidad de Harvard y director de su sistema de bibliotecas.LA FOTO. "Un objeto que me representa sería un libro del siglo XVIII. No uno serio y canónico, sino alguno prohibido, obsceno y vergonzante", dice. En su página web, Darnton ofrece materiales clave de sus investigaciones.
¿Por qué lo entrevistamos?
Porque es uno de los historiadores más influyentes, que revitalizó la historia cultural con sus trabajos