Rivadavia, el primer trauma presidencial
La felicidad no acompañó al primer presidente al ocupar el sillón que llevaría su nombre
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En la Argentina, gobernar es pilotear la tormenta. A lo largo de la historia atravesamos recurrentes crisis políticas, económicas, sociales y diplomáticas. ¿Qué hicieron nuestros presidentes frente a los momentos de adversidad e incertidumbre? Esta sección se propone viajar al pasado para analizar las gestiones presidenciales en momentos turbulentos y, desde allí, pensar los problemas del presente.
Comenzamos este viaje con Bernardino Rivadavia. Como primer presidente argentino enfrentó una tormenta que parecía presagiar la gravedad de futuras crisis. Su gestión duró poco tiempo, desde el 8 de febrero de 1826 hasta el 27 de junio de 1827, pero fue suficiente para dejar asentado en su testamento que no deseaba volver nunca más al país. Su presidencia contrastó con la tarea que desarrolló como ministro de gobierno de la provincia de Buenos Aires entre 1821 y 1824, conocida como la “feliz experiencia rivadaviana”, cuando impulsó un intenso plan de reformas. La felicidad, sin embargo, no lo acompañó al ocupar el sillón que, luego, llevaría su nombre. ¿Qué hizo tan tortuoso y traumático su breve paso por la primera magistratura nacional?
A fines de 1824 se reunió un Congreso Constituyente con el objetivo de unificar el país. Desde 1820 no había un poder central sino un conjunto de provincias autónomas que se autogobernaban según sus propias leyes y constituciones. En ese congreso se cristalizó una de las primeras grietas de nuestra historia: unitarios y federales. Los unitarios procedían del grupo que acompañó la gestión de Rivadavia como ministro y tenían mayoría en el Congreso; los federales estaban liderados por Manuel Dorrego y Manuel Moreno, hermano menor de Mariano. Si bien ambas facciones estaban a favor de un gobierno republicano, los primeros querían un poder central fuerte, mientras que los segundos defendían una mayor autonomía provincial.
Con un liderazgo poco proclive a tejer acuerdos, Rivadavia y sus partidarios quedaron cada vez más solos. A la crisis política y a la guerra se sumó un factor siempre presente a lo largo de la historia Argentina: la crisis económica.
En ese contexto, hacía falta un presidente. Por eso, el Congreso dictó una Ley de Presidencia con el objetivo de traer a Rivadavia al centro de la escena. “Esta ley, entre otras motivaciones, tenía un propósito concreto. Los unitarios querían llamarlo a Rivadavia para que con su liderazgo disciplinara la tropa interna y enfrentara a la oposición” explica la historiadora Marcela Ternavasio. Los federales se opusieron a la elección de Rivadavia. Criticaban el apuro con que se dictó la Ley y creían que primero debía sancionarse la Constitución y luego elegirse un presidente. Rivadavia ya asumía con una débil legitimidad.
A la polarización interna se le sumó el conflicto externo: la guerra con Brasil.
El Imperio de Brasil, luego de su independencia en 1822, continuaba ocupando la Banda Oriental (actual Uruguay), que estaba en poder de Portugal desde 1817. Si bien el nuevo presidente contaba con una larga trayectoria diplomática, la situación bélica lo desbordó. Así lo describe el historiador Klaus Gallo en la biografía Rivadavia. El primer presidente argentino: “Sus frecuentes ataques de ira, los cuales parecían estar inevitablemente acompañados por brotes de inusitada arrogancia, se irían apoderando de su carácter”.
En ese contexto, el partido unitario apostó por una estrategia que abandonaba el inicial camino prudente del Congreso. Se propuso dividir la provincia más poderosa: Buenos Aires. En marzo de 1826 se aprobó la Ley de Capitalización que convertía a la ciudad de Buenos Aires y una amplia franja costera en capital de la nación y luego continuó la ley que dividía el resto del territorio provincial en dos provincias diferentes. Esto abrió un nuevo frente de batalla. No solo se opusieron los federales, sino también gran parte de las dirigencias porteñas y de los sectores económicos dominantes de Buenos Aires. Para ellos era inaceptable perder su emblemática ciudad –donde se encontraba el puerto con los derechos de su Aduana que hasta allí monopolizaba el gobierno provincial– como también ver destrozado su territorio en tres porciones separadas. Con un liderazgo poco proclive a tejer acuerdos, Rivadavia y sus partidarios quedaron cada vez más solos.
A la crisis política y a la guerra se sumó un factor siempre presente a lo largo de la historia Argentina: la crisis económica. Brasil había bloqueado el puerto de Buenos Aires y paralizado el comercio exterior. Frente a la escasez de recursos se recurrió a la emisión monetaria con la consecuente escalada inflacionaria.
En 1827 la situación era insostenible. Consternado con tantos frentes de conflicto, Rivadavia tomó una última y fatal decisión: envió a Manuel García a Río de Janeiro a negociar una salida diplomática al conflicto armado. Según Ternavasio, “la elección de García era problemática. Sus antecedentes en la legación de Río de Janeiro entre 1815 y 1820 habían dejado claro al menos dos cuestiones. Por un lado, actuó siempre con una autonomía temeraria respecto de los gobiernos que representaba. Por el otro, siempre se manifestó a favor de los intereses de Brasil”. Fiel a sus antecedentes, García firmó un polémico tratado en el que cedía la Banda Oriental al Imperio de Brasil. El presidente terminó denunciando el tratado firmado por su funcionario: “el ciudadano a quien se confió este encargo, traspasando la autorización de que estaba revestido, nos ha traído en vez de un tratado de paz, la sentencia de nuestra ignominia y la señal de nuestra degradación”. Funcionarios que no funcionaban. Pero el final era irreversible. El 27 de junio de 1827 Rivadavia renunció a su cargo y, dos años después, inició un largo exilio.
El primer presidente argentino no logró pilotear la tormenta que lo envolvió. “Uno podría trazar el puente entre liderazgos a escala provincial y cómo esa capacidad de liderazgo se ve condicionada en una escala mayor y con una oposición activa. Aunque cabe reconocer que al pasar de una escala a la otra, Rivadavia supo percibir que la provincia de Buenos Aires era, a futuro, un monstruo inviable”, marca Ternavasio. En el mismo sentido, Klaus Gallo sostiene: “Una cosa era ser ministro de gobierno en un distrito como el bonaerense y otra ser presidente de todo el país. Sumale a eso que él no conocía ese país. Rivadavia nunca salió de Buenos Aires.”. Del primer presidente aprendimos que el mirador porteño resultó estrecho para gobernar el país que estaba naciendo.