Riqueza, miseria y las consecuencias de un populismo clientelar en el AMBA
Es necesario descomprimir socialmente al GBA y generar trabajo digno y genuino en el interior del país; resulta imprescindible encarar una política que incorpore conceptos de integración territorial
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El contexto demográfico, económico y sociocultural de los “cordones” poblacionales que circundan la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y la misma CABA, con la que se integran en el “urbano continuo”, fueron, son y serán un tema de altísima importancia para el país, inatendido hasta el presente. El AMBA dio la razón a Leandro Alem cuando formuló su “profecía” en 1880, cuando la decisión de capitalizar la ciudad de Buenos Aires determinó la muerte –o al menos la gravísima crisis– del federalismo argentino, dándose las condiciones para la formación de la “cabeza de Goliat” (Martínez Estrada).
Esa situación inicial, por diversas razones (incompetencia, desinterés, cacicazgos locales, clientelismo) no fue abordada en su integridad y trascendencia por los distintos gobiernos sucedidos a lo largo de décadas hasta 1984, cuando se produjo un acercamiento a tan fundamental tema con una concepción sistémica, holística, con un criterio interjurisdiccional e interdisciplinario vía convenio, impulsando su institucionalidad (acuerdo Armendáriz-Saguier del 8 de noviembre de 1985, y resolución del Ministerio del Interior de abril de 1986), y se instalara hasta 1989 (decreto del presidente Alfonsín del 22 de diciembre de 1987), creando la Comisión Nacional para el Área Metropolitana de Buenos Aires, Conamba.
En el AMBA se concentran no solo las máximas autoridades de la República, sino también las mayores expresiones de riqueza y la mayor cantidad de bolsones de pobreza; la mayor producción de PBI, y de cantidad del desplazamientos de los habitantes; de información y creatividad científica y cultural. Es centro financiero del país, pero a la vez es donde los carecientes son más numerosos, con inaceptables niveles de indigencia y pobreza, analfabetismo, reaparición de enfermedades que se habían dejado atrás, y con una inseguridad enorme que causa permanentemente víctimas. Sus problemas de todo tipo –en particular de vivienda, agua, cloacas, sanitarios y aun alimentarios– no suelen ser solucionados adecuada y rápidamente. Esta descripción no se agota en el territorio provincial, ya que la Capital tenía, conforme al censo de 2010, 15 villas, 2 núcleos habitacionales transitorios y 24 asentamientos.
En el GBA, con crecimiento exponencial, esas villas, llamadas de emergencia (emergencia que se prolonga y en muchos casos alcanza toda una vida), ascendían, según datos del Indec de 2018, a 952 (según se incluyan o no determinados partidos). El Indec viene registrando desde hace décadas este enorme deterioro en la calidad de vida de los habitantes del AMBA, que presenta por enorme diferencia la mayor cantidad de pobres estructurales del país, aunque no el mayor porcentaje de población, con el total de la existente en algunas de las conurbaciones del interior (La Banda, Concordia, Resistencia). Esta situación, que se repite en casi toda la geografía del país, indica la necesidad de descomprimir socialmente al GBA y generar trabajo digno y genuino en el interior del país.
Se demostró que las crisis producen un incremento muy importante de la pobreza. Desde 1975, el peor año antes de la recuperación de la democracia, y por mucho tiempo después, fue 1982; se produjeron luego las crisis de 1989/90, 2001, 2019-2023 y en la actualidad. La mayoría de los pobres son niños con necesidades básicas insatisfechas; se ha hipotecado malamente el futuro argentino. A pesar de la reiterada inacción gubernativa durante largos períodos, previos a 1984 y posteriores a 1990 hasta la actualidad, distintos sectores y organizaciones de la sociedad civil realizaron numerosos estudios sobre la cuestión y trabajaron sobre el terreno para brindar soluciones que el Estado no daba ni da. En todos los análisis y diagnósticos se llega a la conclusión de que la vasta y compleja problemática ameritaba conocer primero y coordinar luego las acciones a desarrollar en esa área superpoblada.
En nuestro momento, desde la Nación y la Provincia se procedió a actuar institucionalmente con un abordaje especial frente a tres temas comunes: ambiente (incluye salud), transporte y seguridad. Dejamos como conclusión el Proyecto 90, que, de haberse atendido, hubiera mejorado la situación regional. Se atendió a la existencia de muchas reparticiones del Estado y empresas mixtas o privadas que trabajaban en el área sin distinción de jurisdicciones y a la importancia regional de la Coordinación Ecológica del Área Metropolitana de Buenos Aires S.A. También tuvo un gran impacto regional el comienzo de la operatoria del Mercado Central de Buenos Aires; asimismo la Acumar, para tratar la Cuenca Matanza-Riachuelo. Sobre la base de estas instituciones existentes se debería trazar una política de integración, coordinación, orientación y regulación.
El GBA fue primero el razonable poblamiento a lo largo de las líneas ferroviarias, tomando la forma de guante, para luego ir cubriendo los intersticios. Haber dejado posteriormente todo en manos del sector privado para que se loteara lo que se quisiera, donde se quisiera, sin atender a ubicación, medidas de los lotes y, más grave aún, cotas de inundación –a tal punto que los loteos ocupaban densamente zonas inundables en valles de ríos y arroyos– generó, a partir de la década del 40, un desastre ecológico y habitacional, en tanto se fagocitaron importantes ciudades y centros locales para integrarlos en una masa amorfa. Resultó una típica consecuencia de un capitalismo carente de sentido social, por más que los discursos desde 1945 fueran en sentido contrario.
Es imprescindible encarar ya una política que incorpore conceptos de integración territorial y las nuevas técnicas surgidas de las modernas y probadas experiencias en los niveles local, regional y mundial. Debe superarse y evitarse la competencia absurda entre las distintas jurisdicciones y entre municipios vecinos, y garantizar a través de fondos metropolitanos la atención con justicia y equidad de los principales problemas, evitando con la institucionalización la discrecional y arbitraria distribución de los recursos federales o provinciales, teniendo claro que no se trata de hacer creer la región, sino de mejorar las condiciones y calidad de vida de sus habitantes, concretando una fuerte y sostenida política de desconcentración de actividades para repoblar nuestro enorme país e invertir las corrientes migratorias. Gran parte de la solución de los problemas del AMBA está fuera de la región.
La crisis actual y la comprensión de que se debe tratar al AMBA con un enfoque regional constituyen una excelente oportunidad para pensar la región metropolitana con criterios que lleven a su complementariedad y a su mejor funcionamiento integrado, ahorrando y potenciando recursos sobre la base de sólidas políticas institucionales. Hay que dejar de ver los porcentajes indicados por los censos para centrarse no en un número, sino en las personas afectadas por esta situación: niños con hambre y deficiente o nula educación formal, madres angustiadas porque el pobre presupuesto familiar no alcanza, padres sin trabajo o en la precariedad y desafiando los estragos del narco o víctimas de una delincuencia feroz, descontrolada y creciente. El altísimo porcentaje de carentes de los servicios de agua potable o cloaca tampoco son números, sino personas que se enferman y napas que se contaminan.
Si rastreamos los orígenes de esta inadmisible situación debemos remontarnos a la década del 30 con su política de sustitución de importaciones, agravada por el populismo peronista, que no entendió que la riqueza del país estaba en sus campos, sus minerales, sus enormes recursos naturales y poblaciones con su cultura ancestral. No se propició un desarrollo difuso (Italia), sino que se optó como en otras partes del mundo por concentrar población, creándose conurbaciones no solo en la CABA, sino en la mayoría de las capitales provinciales y Rosario, reproduciendo a escala el modelo macrocéfalo del país, que hay modificar. Para esto es imprescindible la presencia razonable del Estado, ya que el mercado por si solo –aunque quiera– no puede solucionar estos problemas.
Frente a lo expuesto, ¿por qué no se actúa?, ¿cuáles son los intereses que se tocarían si hubiera una eficaz y necesaria gestión pública? En el fondo subyacen ideas y propuestas de un populismo decadente, que hay que superar, y apostar por un país integrado y justo. La macroeconomía carente de rostro humano seguirá agravando la situación y, en esas condiciones, el futuro de la vida de nuestros ciudadanos se verá cada vez más comprometido, y la democracia, si no da respuestas adecuadas, se verá sumamente afectada, abriéndose las puertas al populismo totalitario que prometa, aunque no cumpla.