Riesgos y desafíos de una transición con interrogantes
En un país que acumula el recuerdo de traumáticos cierres de gestión política, el tránsito hacia la asunción del próximo gobierno abre la posibilidad de enmendar errores que vienen de lejos. Rosendo Fraga, Pablo Mendelevich y Alejandro Katz analizan la complejidad de este momento histórico
La coyuntura no debe opacar la reflexión
Por Rosendo Fraga. Para La Nación
El triunfo de Alberto Fernández es la décima elección presidencial que gana el peronismo en 74 años de existencia. En contraste, el no peronismo -como predominio del radicalismo- ganó sólo cinco. Estos hechos permiten proponer una definición: el peronismo es la fuerza política dominante en la Argentina, pero no es hegemónica, porque permite la alternancia.
No obstante, hay un dato que otorga mayor perspectiva histórica: ningunos de los cuatro presidentes no peronistas que precedieron a Macri terminó el mandado. Los dos primeros, a causa de un golpe militar (Frondizi e Illia), y los otros dos, por crisis económicas. En cambio, en el peronismo, solo dos sobre diez no culminaron mandato (Perón en 1955, e Isabel en 1976), en ambos casos debido a golpes militares.
Maurico Macri tiene un dato en su contra en la perspectiva histórica. Es el único presidente argentino que se presentó a la reelección pero no la obtuvo, como sí lo hicieron Roca, Yrigoyen, Perón, Menem y Cristina. En cambio, la oportunidad del líder de Cambiemos es la ser el primer Presidente no peronista que termina su mandato en fecha.
Han pasado dos semanas desde la elección presidencial y falta un mes para la entrega del poder. La transición comenzó en forma auspiciosa: la mañana siguiente a los comicios, el Presidente y su sucesor se reunieron en un clima de cordialidad.Asimismo, las medidas económicas que se adoptaron dicha semana tuvieron el consenso implícito del presidente electo. Sin embargo, la segunda semana -durante la cual Fernández realizó su viaje a México- mostró la fragilidad de la cordialidad inicial.
Macri, asumiendo su papel de "jefe de la oposición" futura, impulsó medidas más en función de lo que puede suceder a partir del 10 de diciembre, que en el papel histórico que le corresponde al terminar su mandato. Por otra parte, desde Cambiemos, comenzó a prepararse un balance de gestión que destaca los éxitos del Gobierno en diversas áreas, para demostrar que su gestión no fue un fracaso. Empezaron también los preparativos para la movilización de despedida de Macri, que se realizaría el 7 de diciembre, con el sentido de un "hasta luego" o "hasta pronto". E, incluso, en ámbitos de la Casa Rosada se mencionó la necesidad de un decreto para evitar tensiones en el acto de transmisión del mando, como las que tuvieron lugar hace cuatro años. A su vez, del lado del gobierno entrante comenzó a hablarse de la "herencia recibida" y a negar la existencia de un "cogobierno". La perspectiva histórico-institucional se vio desplazada por la coyuntura política.
Que Macri sea el primer presidente no peronista que termina un mandato en tres cuartos de siglo no es algo menor. No solo es un éxito del Presidente en ejercicio, sino también del electo, porque el resultado involucra a un peronismo dispuesto a romper la "maldición" de los gobiernos no peronistas que no terminaron el mandato.
Es el momento de la reflexión para los dos principales protagonistas de la política argentina actual: Fernández y Macri. Las condiciones en que se realice la transición determinarán los márgenes políticos para alcanzar consenso, algo que sin duda es necesario, a partir del 10 de diciembre.
Es la cultura política, estúpido
Por Pablo Mendelevich. Para La Nación
Norma en latín significa escuadra, instrumento que usa un carpintero para verificar que las piezas estén cuadradas y calcen unas con otras. Pero la democracia argentina está fuera de escuadra. Es anormal.
Primero, no hay secuencias regulares. Abundan las disrupciones, excepciones, una génesis tras otra, ínfulas fundacionales a repetición, piedras fundamentales con las que luego se vuelve a tropezar. Segundo, en un país que sufre de anomia (desorganización social como consecuencia de la falta o la incongruencia de las normas), los políticos tienden a creer que los déficits de la convivencia democrática se arreglan haciendo nuevas leyes. Ya sean para obligar a que haya internas, para imponer debates electorales o para que se traspase el poder al sucesor sin malicia en lugar de ponerle dinamita como si fuera un enemigo invasor.
El problema es que las normas basales de los comportamientos políticos deberían ser -antes que de incisos, de usos, de tradiciones y de costumbres- un entramado que nutra y arraigue en la cultura. Instituciones débiles, anomia y severas dificultades de convivencia hoy resumidas bajo el nombre genérico de "grieta" no parecen ser una buena combinación para encarar un presente difícil. Lo que cursamos en puntas de pie en estas semanas de dos presidentes yuxtapuestos es la transición del primer gobierno no peronista de la historia en condiciones de terminar el mandato (también el primero que pierde la reelección) hacia un peronismo resucitado de contornos imprecisos, sustentado en una coalición bicéfala, heterogénea, que ganó gracias a una formidable crisis económica asociada con un drama social inconmensurable. Por milagrosa, la foto de los dos presidentes conversando como líderes modernos ya es objeto de veneración. Nadie sabe si se podrá completar el álbum ni qué acuerdos seguirían si los entrantes descargaran un demoledor balance del estado de la nación sobre los salientes.
El desconocimiento de modelos de transición en parte explica ese reflejo pavloviano de multiplicar reglas coercibles. No se desprecian los buenos modos curtidos por la tradición histórica: tal tradición no existe. En los últimos cien años, traspaso de banda presidencial a horario entre dos presidentes ideológicamente antagónicos sólo hubo uno, el de Menem a De la Rúa (1999). El anterior había sido entre Victorino de la Plaza e Hipólito Yrigoyen (1916). ¡Uno en cien años! Y encima, el último dejó de resplandecer en la vitrina lustrosa de la historia porque lo ennegreció el colapso de la Argentina. Envuelto por la mayor crisis de representatividad que se recuerde, De la Rúa sucumbió en la mitad del mandato.
Una década atrás, el traspaso de Alfonsín a Menem había sido diseñado para salir mal, y salió mal. Se pretendió que convivieran dos presidentes durante medio año. Uno aportó el combustible, la hiperinflación; el otro tiró una Molotov, el manejo despiadado de las expectativas cambiarias.
La paráfrasis de James Carville está algo trillada, pero se la podría adaptar de nuevo al Río de la Plata: es la cultura política, estúpido.
La historia circular y sus malos presagios
Por Alejandro Katz. Para La Nación
Es evidente, pero vale la pena señalarlo: luego de la sanción que recibió el kirchnerismo y, más en general, el peronismo -una sanción moderada en 2015 pero mucho más intensa en 2017- su regreso al gobierno en diciembre próximo, sin que aquel reproche hubiera producido en el trayecto una renovación ni de su discurso, ni de sus prácticas ni de sus líderes, solo puede ser explicado como resultado del enorme fracaso del actual gobierno. Un fracaso que es posible medir en términos económicos -inflación, nivel de actividad- y sociales -crecimiento de la pobreza y de la desigualdad-, pero que también se explica por las particulares formas con que Cambiemos entendió a la sociedad, y por lo que quiso hacer con ella. Por una parte, la conducta del presidente deja entrever que alimentó, durante todo su gobierno, la convicción de que la expectativa única de todos los miembros de la sociedad, o cuando menos de aquellos que merecían ser tenidos en consideración, era la de ser semejantes a él mismo, único modelo posible de la realización personal. Esta idea, según la cual hay un solo estilo de vida que puede ser apreciado, explica buena parte de las acciones de gobierno, especialmente el esfuerzo hecho para que todos fuéramos, por así decirlo, responsables consumidores del capitalismo: personas convencidas de que "las cosas cuestan" -de la energía al transporte-, de que la capacidad de pagar por ellas es la medida a la vez de nuestra realización personal y de nuestra virtud cívica. El gobierno que se va, por así decir, llegó al poder para hacer una "pedagogía del consumidor"; en el proceso, olvidó que también debía hacer una política para la ciudadanía, una política que, aun dentro de los márgenes de su ideología, intentara equilibrar por una parte las grandes asimetrías que hay entre el ciudadano ordinario y el capital y, por otra, limitar los inmensos privilegios de que gozan, aun para los estándares de un gobierno más amigo del mercado que de la sociedad, innumerables sectores económicos, políticos y sociales. De algún modo, Cambiemos, convencido de que todas las distorsiones de la economía y la sociedad eran exclusivamente resultado de las políticas "populistas", cuya hipérbole fue el kirchnerismo, pensó que hacer lo contrario de su antecesor sería suficiente.
Hoy, en la antesala de un nuevo gobierno, la sociedad corre el riesgo de enfrentarse a otra visión distorsionada. La que introduciría un presidente convencido, como sugirió en el debate preelectoral, de que quienes se van son la única causa de las dificultades argentinas, y que confunda, una vez más, el buen gobierno con un puro proceso de sustitución de élites, un capítulo más de la larga historia nacional en la que el interés general queda subordinado a los intereses del grupo que controla el Estado. El discurso de los "derechos" no ha sido muchas veces más que una estrategia retórica útil para transferir recursos y poder en favor de sectores seleccionados. Y, si bien no es posible anticipar qué políticas intentará llevar adelante el próximo presidente dada la indefinición en que se ha mantenido hasta ahora, la coalición que lo llevó al poder -gobernadores, intendentes y sindicalistas que expresan mucho de lo peor de la política argentina, empresarios habituados a extraer rentas de los mercados que los gobiernos les entregan- permite temer que se privilegiará la ampliación y preservación del estado de las cosas que explica buena parte de las dificultades argentinas. Ya que se trata, fundamentalmente, de una coalición conservadora cuando no reaccionaria, corporativa, poco preparada y menos dispuesta a innovar, carente de cualquier vocación reformista.
Si el fin de la fallida experiencia a favor del mercado se convierte ahora, una vez más, en un proyecto fundamentalmente corporativo, más que una transición hacia otro lado lo que se está preparando es un nuevo retorno en una aparentemente interminable y circular historia que, por su misma naturaleza, estará también condenado a fracasar.