Richard Ford: "Un escritor debe sobrevivir a todas las etiquetas"
A pesar de su fama de duro, Richard Ford (1944) es una personalidad campechana: puede sonar extraño el adjetivo aplicado a un estadounidense de pura cepa, pero se impone por el peso de su franqueza. Autor de una celebrada trilogía de novelas protagonizadas por un tal Frank Bascombe (formada por El periodista deportivo, El Día de la Independencia y Acción de Gracias), Ford es de respuestas amables, rápidas y sin adornos, aunque no por eso le escapa a las citas, de Henry Thoreau a Marcel Duchamp.
Cuando se le pregunta por la fotografía de un objeto personal que pudiera acompañar la nota, responde con perplejidad, como si su dislexia le estuviera jugando una mala pasada: "La idea me deja boquiabierto. Presupone que soy de la clase de personas que tiene "objetos dilectos'". Cuando se le recuerda su amor por la pesca o que en alguna época se había aficionado a las motos, comenta: "Es cierto: tuve durante treinta años una Harley-Davidson que me gustaba mucho. Pero nunca tuvo precio. De hecho, el verano pasado un amigo que vino a casa me dijo que si algún día pensaba venderla, a él le interesaría comprarla. Con lo cual se la di gratis. Mi sentimiento general en relación con los objetos o las posesiones es "mejor me los saco de encima'". Finalmente lo pensó y envió una tempranísima foto con Kristina, su mujer de toda la vida, de cuando recién se habían conocido. Ford escribió, entre otros libros, las novelas de Bascombe y la extensa Canadá, cuentos (el clásico Rock Springs, el reciente Francamente, Frank) y una memoria sobre los padres (Entre ellos), donde se entrevé un autorretrato como hijo único y adolescente problemático. Nació y se crió en el sur de su país, pero vivió en muchos lugares: en Nueva Jersey, lugar frecuente en sus ficciones, y, ahora, en Maine.
Como sus dos primeras novelas no tuvieron ninguna repercusión, se fue a trabajar como periodista deportivo (de ahí saldría su novela más famosa, y la experiencia lo devolvería a la literatura). Por entonces ya formaba parte del informal grupo de escritores que, con Raymond Carver y Tobias Wolff, relanzarían el formato del cuento norteamericano. La revista británica Granta los volvió conocidos mundialmente en la década de 1980, cuando bautizó su estilo con el extraño nombre de "realismo sucio".
Cuando leí por primera vez un cuento suyo todavía se hablaba de "realismo sucio". Realismo puede ser, pero ¿me podría explicar lo de "sucio"?
Nunca entendí qué quería decir. Bill Buford (director de Granta), un tipo magnífico, estaba buscando una marca para dar a conocer lo que escribíamos, porque en realidad no teníamos lectores. Nos reíamos bastante del asunto, pero al mismo tiempo no veíamos nada "sucio" en nuestras historias; incluso si alguien consideraba "sucio" el sexo, tampoco había tanto. Pero funcionó. Si a mediados de los años ochenta alguien me hubiera adelantado que treinta años después iba a estar en la Argentina hablando de "realismo sucio", me hubiera tirado de felicidad a la pileta.
"Realismo sucio" después cayó en desuso y fue reemplazado por minimalismo. ¿Es más preciso?
No, más estúpido todavía. Yo, en todo caso, más que minimalista soy maximalista. Pero un escritor debe sobrevivir a todas las etiquetas. Y para eso lo primero es no morirse, como lamentablemente le pasó a Ray (Raymond Carver), que falleció cuando la gente todavía pensaba en esos términos. De seguir vivo, estaría escribiendo otras cosas y ese mote de minimalismo hubiera quedado de lado. A mí ya nadie me habla de eso, aunque supongo que era un poco brusco cuando me lo nombraban.
¿Habla de maximalismo porque sus novelas están llenas de detalles?
Sí, yo diría que llenas de palabras. Mi lema no es "menos es más" -el lema del minimalismo, si lo hubiera- sino "más es más".
¿Qué prefiere escribir: cuentos o novelas?
¡Novelas! Son más importantes. Si uno como maximalista imagina la composición de una novela, según lo que decía Ruskin, como el modo de organizar cosas, no hay duda: hay más palabras, más pensamientos, mayor complejidad. Sigo escribiendo relatos -¡el otro día terminé uno!-, pero la forma de un cuento no es tan significativa como la de una novela, con todo el respeto por el maestro Borges. ¿Sabía que lo conocí?
Sí, pero cuénteme.
Yo estaba viviendo en Ann Arbor, en Michigan, y fui haciendo dedo durante una tormenta de nieve ochenta kilómetros solo para verlo, porque era uno de mis héroes. Habló de poesía escandinava y dio casi toda la conferencia, sin darse cuenta, mirando en dirección distinta al público. Nadie le dijo nada: era como si tuviéramos un secreto sobre él. Llegué a acercarme a decirle que era un escritor joven y que era una gran influencia para mí. Fue muy simpático.
Es interesante que le guste tanto Borges, porque a priori sus libros son muy distintos de los de usted.
Yo solo sé qué clase de literatura evito. No leo ciencia ficción porque no me interesa. No leo sobre vampiros ni novela histórica. Sí libros de historia. Leo novelas viejas: Trollope, Jane Austen, Chejov. Pero no leo solo cosas que puedan ser similares a las que escribo. Aprendí a leer y pensar con Borges, Donald Barthelme, Alejo Carpentier, Juan Rulfo. No imagino la literatura sin esas influencias. No creo que Borges sea solo un escritor intelectual, y al mismo tiempo creo que soy un autor que escribe sobre ideas. No me interesa que me vean así, pero sí que las ideas estén, aunque parezcan invisibles.
¿Su dislexia tiene algún efecto en su estilo, que es tan minucioso?
No soy un disléxico demasiado profundo, pero hay algo de verdad en lo que dice, me imagino. Los aspectos cognitivos están vinculados de manera directa a los aspectos poéticos. Tengo por suerte una excelente memoria, pero como leo muy lentamente me detengo en cualidades de la lengua que otra gente pasa por alto: el sonido, por ejemplo. Creo que eso es porque leo cada palabra, y a veces me descubro hablando en voz alta. Me encanta cuando me descubro murmurando. Es un lujo.
Más de una vez explicó que usted no es Frank Bascombe. ¿En qué se diferencian?
¡Ah! Él es mucho más agradable que yo, si no al lector no le iba a gustar. Me siento bastante más canalla que él. A los 74 años no me preocupa tanto que la gente me rechace: soy a prueba de balas.
Supongo que no era así de joven.
No, no era a prueba de balas. Crecí con padres que eran más grandes y que no estaban todo el tiempo detrás de mí, y como era disléxico, y tenía mucho más tiempo a mi disposición, me volví bastante transgresor. Tenía una naturaleza reservada, algo hostil, que me quedó para el resto de la vida. Solo traté de convertir esos defectos en una virtud.
Algo de usted, su creador, debe tener Bascombe, sin embargo.
Bueno, los dos somos progresistas reticentes, menos progresistas de lo que parecemos, pensamos que el amor es lo más importante de todo y estamos convencidos de que vivimos en un gran país quebrado, cada vez más quebrado, y que corre peligro de no sobrevivir. Y los dos creemos que todo lo serio tiene su lado divertido. Shakespeare es muy divertido, aunque al mismo tiempo nadie es más serio y grave.
La trilogía despliega un sutil -y a veces directo- trasfondo político. ¿Lo ve así?
Gracias por decírmelo, porque considero que escribo novelas políticas. Acción de Gracias es para mí una novela sobre el pos-11 de septiembre, solo que ocurre antes de esa fecha. No sabía bien cómo abordar el asunto y cómo escribir esa fecha? Estoy pensando lanzarme a borronear una nueva novela de Bascombe y tengo un problema estético con el apellido Trump: que aparezca su nombre en una página es un problema irremontable. La única manera de incluirlo sería llamarlo "Aquel que no puede ser nombrado". Es uno de los problemas principales para un novelista.
¿Cuál exactamente?
Le pongo un ejemplo mucho más simple. En El periodista deportivo, la primera novela que situé en Nueva Jersey, había una escena en que una chica con una remera de Bruce Springsteen, pero me di cuenta de que mis necesidades iban a quedar subordinadas a la tremeda fuerza que representa Springsteen. Se lo conté a Bruce la semana pasada, pero no pareció interesarle mucho que digamos.
¿A Springsteen? ¿De dónde lo conoce?
Es que adoro a Springsteen. Sus letras están repletas de palabras, que parecen exceder las canciones, sobre todo los primeros discos con la E Street Band. Siempre lo escuché y él siempre me nombraba como su escritor preferido porque, decía, escribía sobre Nueva Jersey: así nos hicimos amigos. Soy muy cercano a otra gente del rock -Mark Knopfler, Jackson Browne-, pero el trabajo de Springsteen fue el único que me influyó de manera directa: El Día de la Independencia se inspira en él.
Otro amigo suyo: Raymond Carver. Más allá de sus cuentos, ¿por qué quienes lo conocieron hablan con tanto afecto de él?
Porque era una persona llena de alegría y que irradiaba una adoración absoluta por la literatura. La literatura para él era parte de la vida. No era particularmente competitivo, era una persona muy generosa. Lo fue conmigo en particular, alentándome y aconsejándome en muchas cosas. Nos gustaba ir a pescar. Nuestros padres venían exactamente del mismo lugar de Arkansas. Los de él se fueron a Oregon; los míos a Jackson. Eramos muy distintos, sobre todo físicamente, pero nos hicimos amigos casi de inmediato. Veníamos del mismo pool genético, y creo que eso nos unió.
Hoy casi cualquier cosa lleva la etiqueta novela. ¿La memoria que escribió sobre sus padres admite esa lectura?
Puede leerlo como prefiera, pero si me pregunta a mí: ¡no! Y le digo por qué. En una época de mi país en que los hechos son puestos permanentemente en cuestión, en que el acceso a la verdad se vuelve cada vez más difícil y complicado, mi libro es un testimonio de que lo que se cuenta ahí (la vida de dos personas comunes, mis padres) pasó de verdad. No todo es gesto imaginativo, no todas las cosas son falsas. Lo que cuenta Entre ellos puede ser certificado. Me gusta pensarlo como un gesto moral.
¿Es cierto que cuando pensó en dejar de escribir se candidateó como redactor a Sports Illustrated y fue rechazado?
Sí, primero me rechazó Newsweek, después Sports Illustrated y, finalmente, conseguí trabajo en otra publicación deportiva, Inside Sports. Trabajé un par de años, hasta que dejó de salir. Ahí me llamaron de Sports Illustrated, pero fue mi turno de negarme: ya me había puesto con la primera novela de Bascombe.
Bascombe empieza como escritor, no le va mal, pero se pasa al periodismo deportivo. ¿A usted, en cambio, lo ayudó a volver a la literatura?
Sí, yo no dejé nada; más bien fue la literatura la que, en aquel momento, me eyectó lejos de ella. No había logrado nada con mis dos primeros libros y empecé a sospechar que el mundo me estaba queriendo decir algo: que tenía que salir y conseguir un trabajo en serio.
Está felizmente casado desde muy joven con la misma mujer y no tiene hijos: ¿Cómo escribe con tanta sensibilidad sobre amores frustrados y sobre la paternidad?
Le digo la verdad: mi conclusión es que después de todo no debe ser tan difícil. Un escritor -ya lo decía Thoreau- es alguien que no tiene nada que hacer y encuentra algo para hacer. Las habilidades que se necesitan para escribir novelas -ser empático, saber escuchar- las estamos aplicando en la vida día a día. Prestar atención es un oficio naturalmente humano. La diferencia es que tengo la misión de hacer algo con esas habilidades. Tampoco soy muy veloz para escuchar, por eso lo hago con mucha, mucha atención. Y me acuerdo bien lo que la gente me dice. Kristina siempre avisa: si vas a tener una conversación con Richard, ¡cuidado!, porque se le graba cada palabra.
Usted, que tanto escribió sobre los vínculos entre hombres y mujeres, ¿siente que los coletazos del #MeToo pueden afectar a partir de ahora cómo se lee o cómo se escribe?
Seguro. Ya está pasando. Ya no va a ser tan fácil como antes leer una historia sobre, por ejemplo, un viejo repugnante. Es una clase de censura que tiene más de una dimensión. La censura que va contra un comportamiento destructivo puede ser útil; la que afecta la imaginación, no. La diferencia entre vida y literatura es profunda. No me gustaría vivir en un mundo donde no se pudiera escribir como Céline, aunque preferiría que ese mundo no se parezca a ninguna de sus novelas.
BIOGRAFÍA
Richard Ford nació en Jackson, Mississippi, en 1944, adonde sus padres se mudaron cuando supieron que él iba a nacer. Estudió literatura y con los años fue publicando, sin apuro, sus libros, entre los que se cuentan relatos (Rock Springs), novelas (El periodista deportivo, Canadá) y una memoria sobre los padres.LA FOTO. "Esta es una foto con Kristina, mi mujer. Estamos en un bote en el lago Michigan. Es el 1° de junio de 1964. Yo tengo 20 y ella 18, siempre igual de linda. Hacía cuatro meses que nos conocíamos, y desde entonces entre nosotros nada cambió demasiado".
LA FOTO
"Esta es una foto con Kristina, mi mujer. Estamos en un bote en el lago Michigan. Es el 1° de junio de 1964. Yo tengo 20 y ella 18, siempre igual de linda. Hacía cuatro meses que nos conocíamos, y desde entonces entre nosotros nada cambió demasiado".